"Mi primera experiencia en TV fue en 2011. Estaba como productor de Mentiras Verdaderas Marcelo Ibáñez, conocido como Barry White. A él se le ocurrió hacer una sección llamada Destapando la olla. El primer tema que hice para ese espacio fue la rivalidad entre los hermanos Piñera, Sebastián y José. Cité el libro Piñera: historia de un ascenso (de Bernardita Del Solar y Loreto Daza), conté que su mamá había puesto un ring en el patio para que se agarraran a combos. Fue un éxito. Le dije a Marcelo: “Hagámoslo mientras dure”. Fueron tres episodios.
El 2020, luego de mis investigaciones sobre la pandemia y los fallecidos, me empezaron a invitar a Mentiras verdaderas. Un día me pregunta el productor Mauricio Parra si estaba disponible para hacer un programa político los domingos. “Claro, feliz”, le dije yo. “Por lo que dure”. Al poco tiempo me dijo que las panelistas serían Mónica González, Mirna Schindler y yo. El nombre inicial iba a ser Primera Línea. Octubrismo total. Era un programa que se armó en medio de esa efervescencia: octubrismo, convención constitucional, el Chile que se venía y el Chile que estaba cambiando.
Empezamos súper bien, con una buena respuesta de la audiencia. Hacíamos una pequeña pauta con los temas que iba a decir cada una, pero nunca sobre qué íbamos a decir. Era una pauta libre de verdad. No había ninguna limitación respecto al contenido.
Lo primero que nos pasó fue que la gente empezó a no querer ir como invitada. Sobre todo después del episodio con Carlos Larraín. Fue un momento televisivo maravilloso: yo le hice una pregunta sobre su hijo (Martín Larraín, que atropelló, con resultado fatal, a un joven en Curanipe en 2013 y fue absuelto al año siguiente). Él empezó a gritar “¡Mirna, Mirna, aquí tengo un botón rojo y lo voy a apretar!”. Total que Carlos Larraín apretó el botón y se fue de la pantalla. A partir de ahí cada vez menos gente aceptó ir como invitada.
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En diciembre de 2021 comenzaron los primeros atrasos con las personas que estábamos a honorarios. Simultáneamente, por el lado de los trabajadores contratados, se enteraron que el canal no estaba pagando cotizaciones ni los créditos con cajas de compensación que se descuentan por planilla. En marzo se atrasaron con los sueldos de los contratados. Nuestros pagos comenzaron a tener retrasos de más de un mes. Y en mayo o junio, comenzó el paro. Ahí se gestó la sensación de que no era solo un atraso. Estaba pasando algo. Pero no había información. Víctor Gutiérrez (exdirector ejecutivo, renunció en ese momento) no estaba en Chile.
Hubo un pésimo manejo de los recursos humanos, en el sentido de mantener informados a los trabajadores. Este equipo se armó a propósito de crear una nueva línea editorial más amplia, fiscalizadora del poder. Aparte de nuestros ingresos, nos interesaba mantener estos espacios. Pero no teníamos interlocutores. No había forma de saber si las dificultades financieras eran del minuto, si tenían que ver con el programa o no. Eran preguntas que todavía siguen abiertas. Empezó a existir una sensación de que los problemas no eran circunstanciales, sino que era una crisis grave.
Yo no quería hablar públicamente porque no quería arrogarme representatividades que no tengo. No soy dirigente sindical, no soy parte de un gremio. Pero me parece que a esta altura, la incertidumbre es tan grande que da la impresión de que el proyecto, sea cual sea la solución, está muerto.
"No soy dirigente sindical, no soy parte de un gremio".
De abril a la fecha han existido pagos parciales. A los trabajadores contratados les han pagado más meses que a los honorarios. A los primeros les deben junio y a nosotros mayo, junio y próximamente julio. Pero si bien se han pagado algunos sueldos, no se han pagado cotizaciones ni otras prestaciones.
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Los actuales líderes del canal, Marcelo Pandolfo y Mario Rojas, son gerentes técnicos y no son interlocutores de nada porque todos sabemos que el dueño del canal se llama Ángel González y vive en Miami. Y ninguna de esas personas -pobrecitos, porque hoy les toca bailar con la fea- son cercanos ni trabajan para Albavisión.
Yo he hablado en privado con personas del canal para tratar de discernir qué es lo que va a pasar. Y hasta el momento nadie ha podido darme información concreta.
Hablé con Víctor después de que renunció. Yo no sabía que iba a renunciar, no le dijo a nadie. Él estaba en Miami, llegó al canal en medio de esta crisis, consiguió algo de plata (de Albavisión) para pagar y el sindicato igual mantuvo el paro. En esas circunstancias él se fue.
Tengo un conflicto de interés para juzgar su actuación porque él me trajo al canal. Tengo una valoración positiva del espacio que abrió. Entonces no estoy en condiciones de decir si su gestión fue buena o no. También hay preguntas que no le voy a hacer, como qué cercanía mantiene con el dueño del canal. ¿Qué hago con esa información? ¿La uso para salvarme o se la entrego a los trabajadores? Pero con eso estaría violando su confianza. Entonces no pregunto ni uso la cercanía que tengo para enterarme de cosas que no podría manejar con la distancia suficiente.
Lo que sí hice cuando renunció fue mandarle un WhatsApp, agradeciéndole por el espacio que él abrió, y que sea cual sea el juicio respecto a su gestión, él cambió -por lo menos en este breve periodo- el menú, la diversidad y el pluralismo en la televisión chilena. Y eso se lo voy a agradecer siempre.
Me parece que no hubo problemas de avisaje. En Pauta Libre teníamos dos o tres pausas largas con publicidad. Es cierto que en algún momento alguien dijo que no pondría un aviso por la emisión de La batalla de Chile, pero no fue una corrida de todos. Pauta Libre no fue un ejercicio de generosidad editorial en el sentido de querer transmitir un programa sin publicidad. Teníamos mucha publicidad y mucho rating. Así que desde el punto de vista comercial me parece que era una apuesta sostenible. No es que la línea editorial hundió La Red, yo no comparto esa posición.
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(La situación en La Red) me afecta desde variadas perspectivas. Por un lado me afecta que haya terminado de una forma imprevista. Es una cosa jabonosa, que uno no sabe. Y la gente te hace preguntas que uno no sabe responder: ¿Hay una mano negra? No lo sé. ¿Se robaron algo? No lo sé. Entonces llevo tres meses sin saber qué es lo que pasó y qué es lo que va a pasar. Y eso es muy desgastante desde el punto de vista emocional y también muy perturbador desde lo profesional, porque uno quisiera tener esa respuesta para dársela a la audiencia. Porque tenemos un compromiso con ellos. La misma transparencia que le pido a los demás debo ser capaz de poder darla yo misma.
Tenemos grupos de WhatsApp y opinamos sobre lo que va pasando. Nos mantenemos informados. En general tenemos todos la misma posición. En los grupos se habla lo que uno comparte en los grupos de amigos: memes, qué estás haciendo para pagar las cuentas, posibilidades de pega y qué es lo que está ocurriendo en el canal.
No me gusta el concepto de rostro. Con rostro yo entiendo un monito que se pone en pantalla y que se le dicta lo que tiene que hablar. Yo no lo soy. Yo trabajo, me preparo, me coordino con otros equipos. No solo aparezco para el programa, pásenme el libreto y bla bla bla. Soy una trabajadora a honorarios de La Red.
No he terminado mi vínculo con La Red porque todavía tengo esperanzas de que se solucione y porque nadie me ha echado. El miedo de que vuelva a ocurrir un retraso de los pagos no se me va a ir nunca. Ya tengo 56 años y estoy aquí otra vez. Me quedan tres años para jubilar y estoy en la misma. Soy un caso perdido. Ya no voy a llegar a un lugar y diré ¡aquí viene la estabilidad! No.
Sé que Juan Sutil manifestó su interés de comprar La Red. No sé si eso existió realmente o si hubo conversaciones serias que avanzaron. Y tampoco te puedo decir que está descartada, porque las opciones del propietario son más o menos obvias: o vende, o quiebra, o devuelve. No hay más alternativas.
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Yo no le puedo garantizar a quienes el año pasado acudían a nuestro programa a pedirnos que los entrevistáramos, que ahora que son gobierno, les voy a hacer preguntas bandejeadas. No.
No había caras muy felices con las entrevistas que hacíamos a personeros de gobierno o en la campaña presidencial. En ciertos sectores (oficialistas) hay una expectativa de que como tú cuestionaste fuertemente a Sebastián Piñera vas a ser condescendiente con ellos. Y no se preparan para la entrevista, no llegan preparados para responder preguntas difíciles y después culpan al mensajero.
A mí no me parece que una persona de 40 años sea joven. A mí no me parece que una persona que ha estado en movimientos estudiantiles, que haya sido parlamentario, sea inexperta.
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En mi experiencia de 35 años, todos los medios en los que he estado han quebrado, todos. Porque claro, he trabajado siempre en medios alternativos, que se la juegan por abrir un espacio. Esto es lo que pasa siempre. Tú puedes poner el ojo en la gestión económica, pero en cada caso también puedes decir que hay una resistencia enorme en el sistema mediático a mayor apertura.
Mi postura profesional no es populista, en el sentido de querer llevar las demandas de los chilenos a la televisión. Mi postura profesional es clásica: yo creo que el periodismo cumple un rol aquí y en la quebrada del ají; que es cuestionar, hacer las preguntas que hay que hacerle a las personas con poder. En Chile eso se entiende como periodismo de izquierda, pero a mí me parece que es periodismo no más.
Lo que yo trato de hacer es ejercer el periodismo clásico, el periodismo que se enseña en las escuelas desde el caso Watergate. Pero eso, en un sistema mediático como el que tenemos es considerado marxista leninista, que no es. Es de lo más liberal que existe. Desde ese punto de vista yo estoy muy conforme, muy satisfecha, porque siento que hicimos la pega. Que se pudo hacer mejor, siempre.
La realidad de la milanesa es que en Chile los medios no son un negocio, hace rato dejaron de serlo.
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Llegué a Nueva York en agosto de 2019, dos meses antes del estallido, con las típicas fantasías de periodista vieja: voy a tomar una pausa porque estoy cansada de estar metiéndome en temas duros. Entonces postulé a un máster en Escritura creativa en español en la Universidad de Nueva York (NYU).
Pero cuando comienza el estallido es inevitable el golpe en la guata y decir: “Mentira, broma, estuve 30 años de transición y no pasó nada de esta magnitud y ahora estoy acá”. Pero me sobrepuse y allá me quedé, porque era una oportunidad única. Entonces comencé súper entusiasmada, pero después vino la pandemia: en marzo de 2020 se cerró Nueva York y tuve que hacer clases online. Inevitablemente comencé a meterme de nuevo en Chile por el lado de la pandemia. Y me agarró la rueda. Y aunque estaba allá, en realidad estaba acá.
Logré terminar bien el magister, pero no logré esa separación que yo pretendía tener. La de haber activado el modo avión.
Elegí la línea narrativa. Tomé todos los cursos posibles con Diamela Eltit, otros de dramaturgia con Alejandro Moreno y cursos de guiones de televisión con un profesor argentino. Y todo eso me permitió explorar y hacer cosas maravillosas que algunas, ojalá, se van a materializar. Pero no tienen nada que ver con el periodismo.
Los proyectos no periodísticos no los puedo decir, porque están en camino. Te puedo adelantar que hay una novela en curso, una obra de teatro y un libro periodístico sobre la pandemia. Harto tema. Y dos cabros chicos. Y sin sueldo (ríe).
En este momento estoy en otros espacios para generar recursos. Por mucho que tenga esperanzas con que La Red vuelva al aire, lo concreto es que tengo que pagar las cuentas. Así, me integré al equipo de La Cosa Nostra y haré dos talleres literarios.
Yo no me siento representada por el apelativo octubrista. Yo no soy activista de una causa en particular. Si hablar de la Convención Constitucional, si hablar de las causas que motivaron el estallido social, si hablar de las demandas que no se escuchan en las tres comunas… ¿Es ser de izquierda o no ser de izquierda? A mí me parece que es ser simplemente periodista”.