Por David Robson/ BBC Future
Al ser mi cumpleaños en la primera semana de octubre, el horóscopo me dice que yo debería ser imparcial y equilibrado; valiente pero indeciso.
Incluso hasta puede describir mis características físicas. Según Raphael, un astrólogo del siglo XIX, yo debería ser “bastante elegante en persona, con una hermosa cara redonda, rojiza en la juventud, pero con rasgos sencillos y con tendencia a erupciones que desfigurarán la cara cuando sea viejo”.
Yo debería ofenderme, hasta que me di cuenta que Zac Effron y Gwen Stefani supuestamente tienen los mismos rasgos.
De más está decir que los estudios científicos han desprestigiado este tipo de predicciones hace tiempo.
Aunque un estudio psicológico de la década de 1970 encontró que ciertos signos del zodíaco pueden correlacionarse con algunos rasgos de la personalidad, los científicos concluyeron más adelante que esto casi seguramente refleja el poder de las expectativas.
Si crecemos escuchando que seremos justos y equitativos, tercos o apasionados, entonces actuaremos según el guión. Fundamentalmente, los científicos hallaron que las personas que no saben nada de su horóscopo no coinciden con las predicciones.
Las previsiones específicas de los horóscopos pueden estar equivocadas, pero tienen una pizca de verdad; a lo largo de los últimos años, los científicos han empezado a notar que el mes de nacimiento puede realmente predecir su destino.
Longevidad
Los efectos más obvios tienen que ver con las calificaciones escolares: los niños nacidos al final del año escolar tienen un rendimiento un poco peor que los nacidos al comienzo, aunque las diferencias tienden a desaparecer con los años. Pero hay otros patrones, más sorprendentes, que no se explican tan fácilmente.
A finales de la década de los 90, por ejemplo, Leonid Gavrilov de la Universidad de Chicago encontró que la gente nacida en el otoño tiende a vivir por más tiempo.
Desde entonces, ha confirmado su descubrimiento con muchos estudios diferentes y al observar a personas centenarias, su última investigación encontró que los bebés de otoño tienen alrededor de un 40% más de probabilidades de vivir hasta los 100 años que las personas nacidas en marzo.
Al principio, los descubrimientos de Gavrilov fueron mirados con recelo e incomprensión. “Las personas que no están familiarizadas con los más recientes estudios científicos sobre este tema siguen siendo escépticos, asociando al estudio con la astrología”, dice.
“Pero actualmente, cuando presentamos nuestros hallazgos en revistas revisadas por colegas profesionales, éstos son muy bien recibidos por los expertos”.
Sreeram Ramagopalan, de la Universidad de Oxford, concuerda en que el área está ganando terreno. Señala que en algunos de los estudios anteriores sólo se había examinado un pequeño número de participantes por lo cual era muy difícil asegurar que los resultados no fueran simplemente un golpe de suerte.
“Solo en los últimos cuatro o cinco años, se han realizado estudios grandes para investigar dichos asuntos de manera integral”, dice.
¿Bebés de invierno o de verano?
Algunos de los últimos hallazgos fueron obtenidos a partir del estudio de miles de participantes. Los propios estudios de Ramagopalan, por ejemplo, analizaron los registros de salud de casi 60.000 pacientes en Inglaterra, demostrando que los bebés nacidos en invierno y primavera tienen un mayor riesgo de padecer esquizofrenia, depresión y trastorno bipolar.
Otros rasgos influenciados por la época del nacimiento parecen ser la vista (los bebés de invierno son los menos propensos a ser cortos de vista) y el riesgo de alergias (las personas nacidas en verano son menos susceptibles).
Es cierto que los mecanismos detrás de estas tendencias son un poco turbios. Es factible que los cambios en la dieta y las olas infecciosas puedan influir en el crecimiento del bebé en desarrollo, con un efecto persistente sobre su salud después de décadas.
Usted también puede estar expuesto a diferentes tipos de alérgenos según las diferentes estaciones del año. Alternativamente, podría ser tan simple como la longitud del día.
Cuando se trata de la vista, por ejemplo, los estudios han demostrado que los períodos de oscuridad pueden ayudar a regular el crecimiento del globo ocular.
Por lo que los largos días de verano también pueden llevar a que los ojos de un bebé crezcan fuera de forma, lo que hace perder el foco, mientras que los bebés de invierno son menos propensos a necesitar gafas a medida que crecen.
Vitamina D y embarazo
También está la vitamina D, que se produce cuando la piel se expone al sol. Hace tiempo sabemos que una deficiencia de dicha vitamina puede debilitar los huesos y causar raquitismo, pero ahora se sabe que la vitamina D es crucial para el desarrollo del sistema inmune, el cual también podría influir en el riesgo de alergias y el sistema nervioso.
“En estudios con animales se encontró que si se restringe la vitamina D durante el embarazo, la descendencia tiene graves anormalidades neurológicas”, dice Ramagopalan.
Por esta razón, los niveles más bajos de vitamina D podrían ocasionar diferencias en el desarrollo de la red neuronal, que a su vez podrían explicar las elevadas tasas de enfermedades mentales como la esquizofrenia o la depresión entre las personas nacidas en el invierno.
Esta idea es todavía una hipótesis, aunque se han encontrado algunas pruebas fortuitas en Dinamarca. Poco después de nacer, cada bebé danés es pinchado en su talón y se conserva una pequeña mancha de sangre como un registro de su salud en el momento en el que llegan al mundo.
Al analizar estos datos para las personas nacidas en la década de 1980 y a principios de la década de 1990, los investigadores encontraron que aquellos que presentaron los niveles más bajos de vitamina D al nacer, tenían más probabilidades de desarrollar esquizofrenia posteriormente.
Según estas fechas, los futuros padres podrían preocuparse y tratar de planificar la concepción, pero es importante recordar que los efectos tienden a ser relativamente pequeños.
Aun así, Ramagopalan dice que, con el tiempo, podremos ser capaces de encontrar intervenciones sencillas que suavicen esas diferencias estacionarias, como por ejemplo dar suplementos de vitamina D a los bebés de invierno.
Por lo menos, los resultados nos dan una mejor idea de la rica variedad de influencias que guían a nuestro destino. Es evidente que nuestros genes y nuestra educación son factores primordiales, pero si algo tan aleatorio como el mes de nacimiento puede dar forma a nuestra salud mental y a la esperanza de vida, ¿qué otros factores podrían determinar nuestra fortuna?
Puede que nuestros destinos no estén escritos en las estrellas, pero estamos comenzando a entender muchas otras fuerzas invisibles que dirigen el camino de nuestra vida desde el mismo día en que somos concebidos.