Estaba entre la espada y la pared. Tenía que demostrarles que estaban equivocados, revelándoles la verdad... aunque hacerlo significara la muerte.
Corría el siglo IV a.C. y Agnódice estaba en el banquillo de los acusados. Un grupo de médicos había presentado cargos en su contra argumentando que seducía a las mujeres que eran sus pacientes, y peor, que hasta había violado a dos, penetrándolas.
El veredicto del Consejo del Areópago había sido "culpable".
No le quedaba más remedio. Agnódice se levantó la túnica y, sin necesidad de palabras, les dejó saber que era mujer, no hombre, como había hecho creer.
Sabía que la revelación sería considerada como un delito peor que haber seducido o hasta violado a sus pacientes.
"¡Una mujer, practicando medicina!", exclamaron algunos, como escupiendo las palabras.
Les había dado la razón perfecta para ejecutarla.
El crimen
Esa razón era la misma por la que sus pacientes la habían preferido.
Era un secreto guardado por ella y aquellos a quienes había ayudado pues en esa época estaba prohibido que las mujeres practicaran medicina.
No siempre había sido así.
No mucho antes de que Agnódice decidiera que dedicarse a la partería, la práctica era consideraba como una profesión honorable en la civilización griega.
Una de las célebres parteras era Fanáreta, la madre del filósofo Sócrates (470-399 a.C.).
Y aunque el contemporáneo más famoso de Sócrates, Hipócrates (460-380 a.C.), el padre de la medicina moderna, no admitía mujeres en su escuela primaria de medicina en su isla natal de Cos, al parecer sí les permitía estudiar temas obstétricos y ginecológicos en sus otras instalaciones de enseñanza.
Sin embargo, los atenienses poderosos no veían con buenos ojos que las matronas acumularan tan impresionante gama de conocimientos y talentos en un campo relacionado con la reproducción de sus herederos.
Así que decidieron prohibir que las mujeres practicaran la partería y la medicina, so pena de muerte.
Fue un golpe terrible, no solo para las comadronas que se quedaron sin medios de subsistencia, sino también para las mujeres cuyos partos, sin la guía de una partera, a menudo terminaban en desastre.
Timidez
La de la Grecia antigua era una sociedad que valoraba mucho la modestia femenina, y eso hizo que la transición de las matronas a los médicos varones no fuera fácil.
A pesar de los avances de la medicina introducidos por Hipócrates y de la voluntad de los hombres recién entrenados para hacerse cargo del cuidado de las mujeres, estas se negaron rotundamente a permitir que los médicos las examinaran o ayudaran en el momento de dar a luz.
Desde el punto de vista de los doctores, las mujeres eran criaturas obstinadas, sin interés en su propio tratamiento o salud y responsables por el número cada vez mayor de muertes relacionadas con el parto.
Sin embargo, lo que demostró la osadía de Agnódice fue que todo ese sufrimiento podría haberse evitado si no se hubiese prohibido la partería.
Ella
Agnódice había querido estudiar medicina y practicar partería desde pequeña. Cuando le cerraron las puertas por ser mujer, se cortó el cabello, se puso ropa de hombre y se fue de Atenas a Alejandría a estudiar con uno de los seguidores de Hipócrates.
Fue nada menos que el primer anatomista, Herófilo de Calcedonia (335-280 a.C.), cofundador de la legendaria escuela de medicina en Alexandria, quien le impartió su sabiduría médica sin saber que era mujer.
Tras su regreso a Atenas, ya graduada, Agnódice trató de atender un parto particularmente difícil.
La mujer se negaba a dejarse ver por los médicos, a pesar de su agonía. Desesperada por ayudar, Agnódice levantó su túnica para revelar sus pechos; al verlos, la paciente, aliviada, le permitió ayudarla.
El secreto de Agnódice se difundió rápidamente entre las mujeres y su práctica creció tanto que los otros médicos se molestaron.
Por eso empezaron a hacer correr el rumor de que seducía y corrompía a las esposas de otros hombres, y levantaron falsos testimonios para acusarla de violación sexual con penetración a dos pacientes.
Volvamos al juicio
Era indudable que Agnódice había violado la ley, y quienes estaban presentes en el juicio sabían cuál era el castigo.
Pero un gran obstáculo lo impidió: una multitud furiosa de mujeres atenienses acaudaladas, a quienes Agnódice había ayudado, entre ellas esposas de médicos y políticos que la habían acusado, exigieron su liberación.
Sin ella, afirmaron, muchas de ellas estarían muertas o morirían en el futuro.
Si ejecutaban a Agnódice, declararon, "todas moriremos con ella".
La rebelión resultó no solo en la liberación de Agnódice sino también en la anulación de la ley que prohibía a las mujeres practicar la medicina, siempre y cuando solo trataran a pacientes del mismo género.
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Antes de irnos, es importante señalar que esta es una de las varias historias que siempre ha sido, y probablemente siempre será, un misterio histórico.
Algunos eruditos creen firmemente que es un hecho histórico, mientras que otros creen que pertenece al reino de los mitos y las leyendas.
Probablemente nunca sabremos cuál es la verdad.
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