El Presidente aumenta en 8 puntos su popularidad según la Cadem en una semana marcada por la Cuenta Pública y una arremetida comunicacional positiva. ¿Cuáles son los efectos de la Cuenta?

Parece evidente que el Presidente se anotó un punto en su cuenta pública: revirtió una caída sostenida en su aprobación, y la revirtió de un modo que impresiona a primera vista. Es algo que no había logrado desde que empezó a caer poco después de asumir, y confirma dos cosas. La primera es que el Presidente es un gran orador, que todavía conecta con la ciudadanía, y ese es un activo muy importante. La segunda es que ni su coalición ni su gobierno funcionan bien como mediadores del Presidente, es como si él fuera el único interlocutor válido y, sobre todo, como el único que puede transmitir el tono de la segunda vuelta. Los otros personeros hablan en otra frecuencia. Sobra decir que eso representa tanto una enorme oportunidad como un enorme riesgo. Después de todo, mientras más se alimenta la dimensión retórica, más brutal es el choque con la realidad. Dicho de otro modo, un aumento brusco esconde la posibilidad de volver a descender bruscamente. No hay nada consolidado.

¿A qué se debe un ascenso pocas veces visto?

Mi impresión es precisamente que el tono de la Cuenta se pareció mucho al Gabriel Boric de segunda vuelta: un tono conciliador, que deja atrás la voluntad de pura ruptura, reconoce méritos en el gobierno anterior y se inscribe en la historia larga de Chile. Cuando Boric muestra ese rostro, le va bien, porque representa un anhelo muy sentido de los chilenos: realizar cambios sin justificarlos en refundaciones ni en antagonismos maniqueos. Algo muy distinto de lo que transmiten el PC, una parte relevante del FA, y para qué decir la Convención. Yo no creo que el talento de Boric alcance para ocultar esa enorme ambigüedad: el proyecto político de Apruebo Dignidad, plasmado en el borrador de Constitución, no es compatible con ese tono del Presidente. Es absurdo hacer como si esa fisura no existiera.

¿Qué otra lección puede sacarse después de la semana pasada?

Hay un elemento que deberíamos mirar con suma atención: la extrema volatilidad de las intenciones electorales. Quien gane en septiembre debe saber que se tratará de un triunfo acotado, que requerirá de mucho trabajo político para adelante. Hace tiempo ya que las mayorías electorales dejaron de constituir mayorías sociológicas. Un poco por lo mismo, no es sano jugar todas las fichas al 4 de septiembre, porque eso arriesga dejar un país quebrado en dos, y absolutamente ingobernable para quien fuere. En esa irresponsabilidad, me temo, está cayendo buena parte del oficialismo.

Los datos muestran que la popularidad de Boric está amarrada a los números del apruebo que también aumentaron.

Me parece que ese es el dato más significativo de la encuesta, y que confirma algo que ya intuíamos: la aprobación del Presidente y la opción “Apruebo” están directamente conectadas. La pregunta es si acaso el gobierno tiene un diseño para sostener este momento de aquí al plebiscito. El efecto Boric fue muy fuerte cuando asumió y, sin embargo, duró poco. Ahora tenemos, nuevamente, un efecto notorio, pero, ¿hay algún plan para evitar que ocurra lo mismo que a fines de marzo? Yo tengo serias dudas, por ejemplo, que la actual ministra del interior pueda transmitir credibilidad en cuestiones tan sensibles como orden público y migración, y tengo dudas también de que las diferencias entre ambas coaliciones no sigan tensionando al gobierno. Todo este esfuerzo habrá sido vano si no vemos ahora un diseño para mantenerlo en el tiempo. Y no quedan más cuentas públicas de aquí al 4 de septiembre.

Parece ser que el único vocero que genera un efecto visible es el propio Presidente, ¿cuáles son los riesgos de que se descanse en la figura presidencial?

Es un riesgo enorme, porque lo deja demasiado expuesto. Ningún gobierno puede sostenerse en la sola figura presidencial. Es muy notoria la soledad del Presidente, que es reflejo de su propia carrera: siempre ha andado más por la libre, nunca se ha sentido cómodo en los colectivos de izquierda, que suelen ser sectarios. La paradoja es que el Boric que más luce es el que le da la espalda a sus socios más radicales. Se nota también que no hay una coalición unida en torno a un proyecto, que pueda servirle de soporte. Así las cosas, todo lo bueno le reditará directamente, pero la ciudadanía también le cobrará directamente todo lo que no funcione. En un país cada vez más impaciente, el Presidente tiene un flanco abierto.

¿Qué pasa con los ministros? ¿Qué otros son capaces de mover la aguja?

No creo que haya ministros capaces de mover la aguja, diría solamente que hay dos ministros capaces de contener: Camila Vallejo y Mario Marcel. No hay otros ministros que destaquen en ningún sentido, y en cada tema —desde los trenes hasta los presos políticos— resalta un desacuerdo interno. El ministro Jackson, por su parte, está al debe en su trabajo de articulación política.

¿Qué opinas de las declaraciones del ministro Jackson, en orden a que la Constitución actual es un obstáculo para su programa?

Me parece que es desviar la atención. Más allá de la Constitución, el principal desafío del gobierno es construir mayorías políticas en el parlamento. Por ahora, no las tiene, y eso le hace imposible sacar adelante cualquier programa bajo cualquier Constitución. Por otro lado, de ganar el Apruebo, la implementación va a ser tan lenta y engorrosa que el programa saldrá del primer plano, y entraremos en largas disputas interpretativas. Es peligroso alimentar tantas expectativas para esconder algo muy simple: el ministro Jackson no ha sido capaz de hacer un trabajo efectivo en el Parlamento. El resto son excusas.

¿Cómo ves a la derecha en este escenario? ¿Crees que se generó un punto de quiebre?  

Es complicada la situación de la derecha, porque cualquier cosa que haga o no haga le suele ser criticada duramente. Mi impresión en todo caso es que ha hecho lo correcto, al sugerir que el triunfo del Rechazo no significa inmovilismo constitucional. Quizás debería pasar a una oposición algo más activa respecto del gobierno, porque hasta ahora ha sido más bien observadora de los errores oficialistas.

¿Es factible un plan B? ¿Cuáles son las perspectivas del mismo?

Me parece obvio que necesitaremos un plan B, y creo que esto vale para el Apruebo como para el Rechazo. La Convención decidió exponer al país a una disyuntiva maniquea, y es responsabilidad de la clase política darle conducción al proceso. La Constitución que se propone es simplemente inviable en el mediano y largo plazo, y eso obligará a una nueva discusión constitucional si gana el “Apruebo”. Si se rechaza, es evidente que la pregunta constitucional seguirá abierta. En ambos casos, la responsabilidad del gobierno y de la clase política será gigantesca: se necesitará tanta o más voluntad de acuerdo que la del 15N. El gobierno niega cualquier posibilidad de tercera vía, y uno puede entenderlo por motivos estrictamente electorales. Sin embargo, el riesgo es alto: por un lado, alimentan a la derecha más dura, que no quiere negociar nada; y, por otro, se expone a una derrota que lo dejará sin ninguna iniciativa política. Es el todo o nada, que es como la negación de la política.

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