Mohamed Alí, que falleció este viernes 3 de junio, será recordado como el deportista más extraordinario de la historia porque, además de sus reconocidas dotes atléticas, fue protagonista de procesos sociales y políticos de vastos alcances.
Decimos "protagonista", en vez de "héroe", porque sus actos públicos e incluso privados se prestan a diferentes interpretaciones.
Como suele suceder con los grandes hombres, los apologistas y los detractores de Alí acostumbran a interpretar las cosas en formas muy diversas.
Los primeros dirán que su contribución principal fue debilitar el yugo que sujetaba a los afroamericanos: el deporte regido por la mafia, la ley y la religión (judeocristiana) de los blancos, la policía y el servicio militar.
Dirán que, lejos de los rings, dejó fuera de combate a la opresión o la forzó a bajar la guardia, tanto en Estados Unidos como en muchos otros países que siguen el ejemplo de las potencias centrales.
Los críticos jurarán que Alí cambió una mafia por otra (la Nación del Islam) y que no reconoció en su momento el carácter liberador de Martin Luther King, el verdadero campeón de los derechos civiles afroamericanos.
Agregarán que la negativa a la leva para la guerra de Vietnam no fue un gesto de "objetor de conciencia", como él alegó, porque admitió que iría a la guerra si se lo ordenaba Alá o Elijah Muhammad, el líder de la Nación del Islam.
(Alí se alejó de esta organización radical tras la muerte de Elijah Muhammad para abrazar un islamismo más convencional y conciliador.)
Más allá de lo deportivo
Estas y otras objeciones, muchas de ellas legítimas (Alí solía agraviar a sus rivales negros y trató a muchas mujeres de una forma que incluso entonces parecía abusiva), no le han restado estatura en la imaginación popular.
Es que Alí llena todos los requisitos de la grandeza que trasciende lo meramente deportivo.
En un artículo de abril de 2001 en BBC Mundo, titulado "Tiger, Alí, Pelé, Jordan", enumeramos los requisitos de esa grandeza. El campeón debe ser:
*El atleta que supera por un amplio margen a todos sus rivales.
*El atleta cuya apoteosis coincide y se confunde con un cambio profundo en la importancia y naturaleza de su deporte.
*El atleta que impulsa o representa un cambio vasto, insondable, permanente, en la sociedad que lo produce.
*El atleta cuyas hazañas deportivas y sus actos en otros ámbitos le abren un crédito perdurable en la imaginación popular.
De los cuatro deportistas mencionados en aquel artículo, Alí es el único que reúne todos esos requisitos de la auténtica grandeza. Y también algunos otros:
*El carisma, que brotaba de una elocuencia muy rara entre los deportistas, con un discurso que fluctuaba entre el mensaje poético, la invectiva política y religiosa, y un conocimiento instintivo de los requisitos de la comunicación.
*Alí representó la última etapa del apogeo de su deporte, el boxeo, cuando era el ámbito natural de las proezas individuales (a diferencia del fútbol, el baloncesto, el béisbol y otros deportes colectivos) y todavía no se había afirmado la convicción de que es una práctica brutal y hasta despreciable.
*El Mal de Parkinson (diagnosticado en 1984) que lo privó de su elocuencia y lo alejó gradualmente de los medios de comunicación, lo ha mantenido en una especie de limbo, preservando a ojos del público su imagen más favorable.
Y también habrá que reconocer, claro, su talento como boxeador, aunque todos, tanto amigos como detractores, apuntan que esto está vinculado con su genio como comunicador.
"La pelea"
El escritor Norman Mailer, que escribió The Fight, "La pelea", sobre el combate entre Alí y George Foreman en Zaire (ahora República Democrática del Congo) en 1974, describe a un hombre mucho más interesante y complejo que el "mero" boxeador de genio.
Un peleador inteligente, astuto y despiadado.
Esa complejidad abría una ancha brecha entre Alí y un personaje como Foreman, a quien Mailer describe, simplemente, como "agradable y temible".
Las imágenes de Alí recostado en las cuerdas (que su entrenador Angelo Dundee había hecho aflojar para facilitar esta maniobra), absorbiendo el castigo de Foreman hasta agotarlo, irritándolo además con golpes de derecha (un puño que los diestros dosifican al comienzo porque debe recorrer mayor espacio hasta el adversario), pertenecen a la memoria común de aficionados al deporte de todo el mundo, muchos de ellos críticos inflexibles del boxeo.
La historia de Mohamed Alí está hecha de estas ironías y contradicciones.
El personaje, por esas cosas de la vida, dejó de ser el joven Apolo, elocuente, agresivo, para convertirse en un ermitaño silencioso, pero tuvo la suerte de que en la memoria colectiva la imagen más perdurable ha sido la del campeón.
Por una serie de razones, algunas meras coincidencias, la historia de Mohamed Alí se ha confundido con el apogeo y la decadencia del boxeo, con la conquista de los derechos civiles y el proceso que puso fin a la guerra de Vietnam y, en definitiva, a la conscripción en Estados Unidos.
Sólo le faltó, para llenar el cartón, haber jugado un papel positivo en otro gran movimiento social de los últimos 50 años: la condición de la mujer.
Pero en esto Mohamed Alí fue un hombre muy de su época, de una época en la que era Cassius Clay.