La doctora en sociología y académica de la Universidad Andrés Bello Stéphanie Alenda -autora del libro “Anatomía de la derecha chilena: Estado, mercado y valores en tiempos de cambios”- desentraña el momento político que vive el sector, una crisis -o reordenamiento- luego del segundo gobierno de Sebastián Piñera y la debacle electoral que vivieron en 2021.
En ese sentido, Alenda -francesa radicada en Chile desde 2004-, en entrevista con T13, dice que es central distinguir entre “las derechas” para comenzar este análisis. “Aquí, primero, está la centroderecha o la derecha moderada, que comparte rasgos comunes con otras centroderechas del mundo, y ahí hay realmente una familia de partidos, como se caracteriza con la adopción de posiciones programáticas moderadas tanto en relación con el rol del Estado como a los asuntos morales. Aquí hay dos momentos de moderación en Chile. El primero se hizo a partir de la candidatura de Joaquín Lavín en 1999, donde hubo un punto de inflexión hacia la moderación programática con una rehabilitación del Estado de bienestar y, lo segundo, principalmente se dio bajo el impulso de Evópoli y su liberalismo cultural. Ahora, por otro lado, está la derecha radical”, comienza señalando.
—Si la centroderecha chilena ya tiene un proyecto desdibujado, ¿cómo quedará ante este nuevo ciclo, con una Convención Constitucional que cambiará la institucionalidad chilena y el modelo económico, además, frente a un gobierno de izquierda?
—Me parece prematuro responder esta pregunta, porque no tenemos aún todas las coordenadas. Respecto al gobierno de izquierda, lo que se percibe hasta el momento es que la suerte de lo que suceda en el sector está ligada en parte a los éxitos o fracasos del gobierno de Gabriel Boric. En particular, diría, en los ejes que han sido centrales para la ciudadanía en los últimos meses: orden, seguridad, Estado de Derecho, pero también el cuidado de los equilibrios económicos. Respecto al orden, José Antonio Kast ha sabido encarnar mucho mejor estos valores fundantes de la derecha. Ahora, en relación con lo que ocurre al interior de la Convención, es decir, toda la parte del cambio de la institucionalidad y el hecho de que el país adopte una institucionalidad más afín a posiciones de izquierda -por decirlo de alguna manera-, el gran desafío para la centroderecha radica en la reorganización política del sector y la construcción de una propuesta moderada tanto en materias valóricas como económicas en un lenguaje ideológico propio, que es lo que hay que definir. Pienso que eso se empezó a observar en la Convención, a través de ciertas posiciones adoptadas, como, por ejemplo, en el debate del pluralismo jurídico en que hubo una sola posición en la derecha, vale decir, una defensa de un poder judicial único y, en ese sentido, la centroderecha se ha parecido bastante a las posiciones de la ciudadanía sobre este tema. Y defendió un discurso claramente distinto del de la izquierda.
—La centroderecha ha sido cautelosa en torno a cómo situarse en el plebiscito de salida, haciéndose consciente de su impopularidad o la derrota cultural que están viviendo. ¿Es correcta esa postura?
—En la Convención han aparecido cuatro colectivos en la derecha: Chile Libre, Unidos por Chile, Chile Unido e independientes RN-Evópoli, que, aunque esa distribución tenga una razón de ser administrativa, marca ciertas diferencias internas, vale decir, divide a la centroderecha en dos grandes sensibilidades que se han expresado a través de votaciones distintas. Ejemplos: independientes RN-Evópoli están más vinculados a los nuevos Think Tanks como Idea País, IES, Horizontal y, por lo tanto, expresa mucho más dos sensibilidades renovadas al interior del sector, una sensibilidad socialcristiana y una suerte de liberalismo más renovado que también defiende la justicia social. Mientras, la agrupación Chile Libre se vincula con Think Tanks más tradicionales, conservadores, como la Fundación Jaime Guzmán y Libertad y Desarrollo. Sí, la derecha parece aislada si uno la compara con los demás colectivos, pero al interior de ese bloque hay posiciones distintas, convencionales que tenían desde el inicio una relación clara al Rechazo y otros, al contrario, que han votado Apruebo y que quisieran votar también Apruebo. En fin, estas posiciones distintas pueden desembocar en una mayor cohesión puntual del sector si es que se siguen sintiendo excluidos. Y si ese sentir tiende a ser compartido por todas las sensibilidades al interior del sector, incluso por quienes son identificados como los más dialogantes -que pertenecen a RN y Evópoli- esto podría cohesionar el bloque, entonces, ahí se podría hablar de una centroderecha que opera como bloque. Recuerdo una declaración de Hernán Larraín que decía que tenían que estar más unidos que nunca defendiendo sus convicciones, lo que significa unión ante la percepción de exclusión. Ahora, el hecho de que existan distintas sensibilidades afecta al mismo posicionamiento de los convencionales de derecha y del sector en general.
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—¿Qué errores cometió la derecha para llegar a este escenario?
—Hubo un primer error de diagnóstico en la campaña de Piñera en 2017, donde se observa un reposicionamiento de la coalición a la derecha, a través de las críticas a las reformas del gobierno de Michelle Bachelet. Esto es un retroceso respecto de la moderación que habíamos observado a partir de la elección Lavín-Lagos en 1999-2000 que mostraba, al contrario, una coalición que se había corrido hacia la izquierda y que, por lo tanto, buscaba aumentar su competitividad electoral. El error es ese retroceso, que no permite consolidar una propuesta colectiva acorde a los tiempos. Y al revés: va a contracorriente de lo que pedía la ciudadanía. El segundo error: diría que el hecho de querer convertir a Chile en un país desarrollado haya implicado una defensa dogmática del modelo económico, lo que no permitió al sector realizar las reformas profundas, necesarias, para aumentar la protección social. Hay algo que se puede observar en este segundo error: la derecha procesó el malestar social -del cual se hablaba ya mucho en esos años- sin cuestionar las bases de su modelo de desarrollo. Confiaron demasiado en los indicadores que exhibían un bienestar objetivo, sin tomar en cuenta -lo suficiente- el malestar subjetivo. Este malestar subjetivo fue más bien interpretado como desconfianza en las instituciones, una ciudadanía empoderada, más que ligando este malestar con las fallas del modelo socioeconómico. Nunca se cuestionó en sí el modelo y su posible agotamiento.
—El filósofo Hugo Herrera es crítico de la derecha economicista principalmente porque esa arista ha sido el foco del sector. ¿Lo ve así? ¿Se puede superar?
—En el libro Anatomía de la Derecha habíamos puesto en evidencia, a través de una encuesta a 700 cuadros dirigentes de derecha en 2015 y 2016, una sensibilidad subsidiaria hegemónica en el sector, por lo tanto, que corresponde a esa derecha economicista que menciona Herrera. Y había otra sensibilidad -minoritaria, de un tercio- que defendía posiciones más solidarias, que estaban dispuestos a construir un sistema de protección social, en fin, lo que caracteriza a los Estados de bienestar. Incluso esta relación entre derecha hegemónica-economicista y esta otra derecha contrahegemónica, más solidaria, tiene raíces históricas en las tradiciones de pensamiento de la derecha, en todo lo que aportó el pensamiento socialcristiano y lo que Herrera llama lo nacional popular.
El foco economicista se ilustra también en Piñera II y tiene que ver con la obsesión macroeconómica del sector y por los indicadores objetivos. Ahora bien, a tu pregunta, si se puede superar, pienso que la gestión de la pandemia -que tuvo una primera etapa de ortodoxia presupuestaria, antes de que se vaya soltando el rigor presupuestario- muestra que se puede superar si uno observa la propia posición de los actores políticos. No cabe duda de que la doble crisis social y sanitaria ha llevado al cuestionamiento de ciertas convicciones ideológicas que desembocaron en que el gobierno apoyara un sistema de pensión mucho más solidario. La necesidad de adaptarse a las nuevas reglas del juego, a raíz de lo que salga de la Convención, tendrá también un efecto sobre la superación que tú mencionabas.
—¿Tiene sentido que siga existiendo Chile Vamos?
—Si consideramos que se trata de una coalición exitosa que llevó dos veces a Piñera a triunfar -bueno, en 2010 era la Alianza-, pero no dejó de ser la misma coalición que logró instalar dos veces a un presidente de centroderecha, y, sí, tiene sentido que Chile Vamos siga existiendo. Otro argumento para su permanencia es que, a pesar de la diversidad de la centroderecha, según la encuesta que realizamos en 2016, esa derecha mantenía una uniformidad importante, las tres sensibilidades que observamos -la solidaria, la subsidiaria y la libertaria- se dividían en la misma proporción en los principales partidos de Chile Vamos, no teníamos partidos fundamentalmente distintos sino una vez más: sensibilidades diversas al interior de cada uno y ciertos sellos distintos. Si uno ve que hay sólidos denominadores comunes -al menos existían en nuestra encuesta-, a pesar de las luchas hegemónicas y conflictos internos, hay un sentido en la coalición en términos de compartir estos mínimos comunes que han sido la defensa de la economía de mercado y un liberalismo cultural hasta cierto punto.
—Hay voces que sostienen que Chile Vamos se acabó el día del estallido social ante sus roces internos que fueron, en casos, insalvables…
—Claro, estos roces internos dejaron en el protagonismo a una derecha social, pero esta derecha existía antes del estallido social, aunque era minoritaria. Hubo medidas concretas que habían tomado los partidos antes del estallido social que, por supuesto, marcaban un posicionamiento más al centro en relación con la hegemonía subsidiaria, por ejemplo, RN en 2014 había adherido a los principios doctrinarios del socialcristianismo; después, en 2018, RN pasó a integrar la Internacional Demócrata de Centro Social Cristiano, por lo tanto, está claro en RN un interés temprano anterior al estallido por alianzas a sectores más centristas. Esta coyuntura fue favorable a la crítica del economicismo y potenció sensibilidades que ya existían en la coalición, entonces, el estallido social abrió una ventana de oportunidad para que las posiciones socialcristianas, más moderadas, ganaran visibilidad.
—Si la derecha social se potenció en el estallido, ¿cómo se explica el fracaso de Mario Desbordes en la primaria del sector?
—Se explica por las características personales de Sebastián Sichel: joven, independiente, era una figura renovada. También a la división de RN que no apoyó en bloque a Desbordes. El socialcristianismo conecta menos con los cambios culturales de la sociedad chilena: otro punto que no jugó a favor de Desbordes; Sichel, en cambio, liberal, pero también social. Sichel defendió las banderas del liberalismo social. Ahora bien, podemos decir que hubo cierta uniformidad entre las cuatro candidaturas, que destacaron en lo social, en la necesidad de reducir la desigualdad, el énfasis en la economía social, en el Estado de bienestar. Entonces, la razón por la que gana Sichel es más personal que ideológica y no significa que esta dimensión de liberalismo social no esté representado -bueno, Desbordes nunca ha tenido la etiqueta de liberal- pero Sichel sí logró rescatar una dimensión de un Estado de bienestar y esto expresa de alguna manera esta sensibilidad que no es socialcristiana, pero sí social.
—Nombra el éxito electoral y estos denominadores comunes de esos años para la permanencia de Chile Vamos, sin embargo, hoy vemos declaraciones que dicen que “ya no tienen nada en común”. RN debate si salirse o no de Chile Vamos. Evópoli, por otra parte, está en búsqueda de reforzar su identidad. ¿Merece la pena ampliar la coalición, cambiar su nombre, o dice que solo hay que fortalecer lo que ya hay?
—Pienso que comparten fuertes denominadores comunes, que hay un piso común del cual estamos partiendo y yo creo que hay que separar los momentos en que diferentes grupos o líderes pueden adquirir más o menos protagonismo, en función de las circunstancias, de los denominadores comunes. Esto no debería ser mezclado, hay mucho de luchas hegemónicas al interior del sector que no significa en ningún caso que no tengan nada en común, sino que más bien están en la lucha política, la cual tiende a agudizarse cuando los partidos no están en el gobierno. Por supuesto que tendría que darse un debate interno sobre ampliar o no la coalición. En el contexto en el que estamos, los partidos de Chile Vamos tienen más que ganar estando juntos que separados.
—Durante el gobierno vimos diferencias por los retiros del 10%. ¿Qué significaron esos episodios para la derecha en términos ideológicos?
—Fueron decisiones circunstanciales que responden también a las presiones recibidas por los parlamentarios en un momento en que el gobierno no soltaba la billetera fiscal. Me acuerdo de que, en el segundo retiro, los que apoyaron fueron tres veces más parlamentarios de centroderecha que en el primero. Pienso que primó otra lógica, más circunstancial que no dice algo necesariamente de la posición ideológica profunda del que apoya la medida.
—En el gobierno de Sebastián Piñera se falló en la gran virtud que tienen las derechas en el mundo: el orden. ¿Qué secuelas puede traer eso a futuro en el electorado?
—La derecha moderada tiene que reapropiarse parte de sus principios fundantes que, hasta ahora, ha sabido representar mejor el Partido Republicano, como la defensa del Estado de Derecho, el orden, la seguridad. Si no lograra reapropiarse estos principios fundantes perderá protagonismo ante propuestas más radicales.
—¿Puede ser adosado ese fracaso como una razón del triunfo de José Antonio Kast en la primera vuelta?
—Sí, hay varios trabajos que muestran que una centroderecha fuerte impide el auge de los extremos, por lo tanto, hay un efecto casi de vasos comunicantes entre ambas derechas. Ahora, lo que está claro es que José Antonio Kast logró posicionarse en una coyuntura crítica -había encuestas que mostraban que la delincuencia era el tema principal de preocupación de los chilenos- y que aparecía ya una disminución de la confianza en la capacidad de la Convención Constitucional, y estuvo todo el tema de la instalación de dos temas en la campaña presidencial: la crisis migratoria en el norte grande y la radicalización en la macrozona sur. Entonces, por algo José Antonio Kast triplicó la votación de Gabriel Boric en La Araucanía y logró encarnar de defensa del orden, del Estado de Derecho, que había venido defendiendo desde la fundación de su proyecto.
—¿Hay espacio para que en Chile actúen dos derechas?
—En la medida en que se logre rearmar una derecha moderada, pensando en el largo plazo, mediante un trabajo sistemático que busque institucionalizar al sector, se dará la batalla entre dos proyectos, uno más moderado y el otro más radical. No solo en Chile la centroderecha ha tenido que lidiar con el auge de la derecha radical. Por un lado, ha estado la construcción de una propuesta moderada que incorpora ciertos valores liberales y progresistas, y una apertura hacia dar un mayor rol al Estado, aumentar los impuestos, etc; y, por otro lado, los proyectos radicales que intentan constantemente acusar a la centroderecha de claudicación respecto a los principios y valores supuestamente puros de la derecha. La centroderecha chilena debe volverse más pragmática, debe adoptar, por ejemplo, una estrategia de moderación, como el punto de inflexión de la elección Lavín-Lagos. El pragmatismo le va a permitir crecer electoralmente. Ahora, se pueden abrir distintos escenarios: la centroderecha puede adherir a esos discursos más radicales en una tendencia involutiva -por ejemplo, el apoyo a José Antonio Kast en la segunda vuelta- pero puede también, como sucedió en Europa desde los años 80, reforzar ciertos mensajes sobre el orden, la seguridad, un poco para reconquistar un electorado que se ha llevado la derecha radical. Otro escenario: optar por la política del cordón sanitario, como en Francia, es decir, no hacer ningún tipo de alianza con la extrema derecha. Yo diría que el principal reto para los partidos de centroderecha es lograr fortalecer sus proyectos, lo que no es nada de fácil, porque estos pueden aparecer poco claros en sus propuestas doctrinarias, ya que, al volverse más pragmáticos, puede dar la sensación de que abandona su ideario. Eso debe ser reconstruido en base a las sensibilidades existentes al interior del sector. Necesitamos partidos y coaliciones robustas pues, como se ha visto en Europa, la sensibilidad de la centroderecha acarrea un fortalecimiento de una derecha más radical. Sin ese fortalecimiento organizacional de la derecha es la democracia la que se debilita y eso me parece importante de tener presente.