"Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres", dijo Sir Isaac Newton tras perder su fortuna en la burbuja de la Compañía de los Mares del Sur, una manía de especulación que arruinó a muchos inversores británicos en 1720.

Fue esa especulación financiera la que originó el término "burbuja" y, a pesar de los siglos que han pasado, sigue muy presente y ha adquirido dimensiones mitológicas.

La Compañía de los Mares del Sur (South Sea Company o SSC) había sido fundada en 1711 bajo la suposición de que la Guerra de Sucesión española, que estaba por finalizar, terminaría con un tratado que permitiría intercambios comerciales con las colonias españolas en el Nuevo Mundo.

A la reina británica Ana se le asignó el 22,5% de las acciones de SSC.

Las acciones de la firma, con un interés garantizado del 6%, se vendieron muy bien, gracias a la promesa de las inmensas riquezas que albergaba Sudamérica.

Todo el mundo había oído hablar de las minas de oro y plata de Perú y México, consideradas inagotables.

Circuló, incluso, un informe que aseguraba que España estaba dispuesta a conceder cuatro puertos en las costas de Chile y Perú, que incrementó la confianza en el negocio.

No obstante, Felipe V de España nunca tuvo la intención de admitir a los ingleses en sus puertos americanos y el Tratado de Utrecht de 1713 fue menos favorable de lo esperado.

Si bien le otorgaba a Reino Unido el derecho a ser el único proveedor de esclavos de las colonias de España en América del Sur durante 30 años, imponía un impuesto anual sobre los esclavos importados, y solo le permitía a la empresa enviar un barco al año para para comerciar con México, Perú o Chile.

No obstante, la popularidad de las acciones en la empresa no menguó.

Cuando la reina murió en 1714, su sucesor, Jorge I, heredó sus acciones y compró más. Su hijo, el príncipe de Gales, no sólo fue inversor sino que se convirtió en gobernador de la SSC en 1715.

Con tal respaldo, no sólo aristócratas, políticos y comerciantes sino también sus sirvientes invirtieron en la compañía.

El éxito del primer viaje en 1717 fue moderado, pero -tras una disputa familiar con el príncipe de Gales-, el rey se convirtió en gobernador de la compañía en 1718, creando confianza en la empresa.

La duquesa de Ormonde le comentó al escritor Jonathan Swift, quien también era inversionista, que el rey había adoptado la SSC 'y la llama 'su hijo amado'".

En 1720 hubo un auge increíble en las existencias del Mar del Sur, como resultado de la propuesta de la empresa, aceptada por el Parlamento, de hacerse cargo de la deuda nacional.

El precio de las acciones se elevó al son de extravagantes rumores sobre tratados entre Inglaterra y España en los que la última otorgaría libre comercio a todas sus colonias y sobre las riquezas que producían las minas de Potosí.

Además -decían- a cambio de productos de algodón y lana, que los británicos podían suplir en abundancia, los habitantes en México vaciarían sus minas de oro.

En resumen, los mercaderes que operaran en los Mares del Sur serían los más ricos de la historia y cada 100 libras invertidas en tal empresa se multiplicaría por cientos a favor del inversor.

En la Cámara de los Comunes, sólo un miembro habló en contra de la idea, y aunque en la de los Lores varios hicieron lo mismo, fueron comparados con la mitológica Casandra, quien tenía el don de la predicción pero la maldición de no ser creída.

La pesadilla de Newton

Uno de los que no le prestaron atención a las casandras fue Newton, quien no sólo era ampliamente reconocido como el principal científico de su época y admirado por haber definido las leyes de la gravedad, sino que además era el Maestro de la Casa de la Moneda británica.

Pero al parecer, ser un genio no garantiza el éxito en las apuestas en la bolsa.

Aquí tienes un gráfico que ilustra su pesadilla:

Inicialmente, al físico, matemático, astrónomo y teólogo le fue bien. Compró acciones en febrero de 1720, cuando el valor accionario de SSC era cerca de 175 libras esterlinas (unas 24.170 de hoy en día); las vendió en mayo del mismo año, cuando el precio era casi el doble.

Si se hubiera quedado contento con sus ganancias, se habría contado entre los que se enriquecieron con la burbuja.

Sin embargo, se dejó arrastrar por la ola producida por una campaña de marketing extremamente efectiva impulsada por el hecho de que el gobierno quería cambiar la deuda soberana por acciones de la SSC.

Los titulares de bonos del gobierno se convirtieron en accionistas en la compañía y esos nombres de élite le dieron a la SSC una apariencia de legitimidad que atrajo muchos compradores.

La ambición cegó al público impidiéndole ver la realidad.

En cuestión de meses, el precio pasó de ser 100 libras a 1.000 libras por acción, a pesar de que era obvio que el precio de las acciones no reflejaba las ganancias de la compañía: la única razón del alza era que había alguien que estaba dispuesto a pagar más.

Se acabó la fiesta

En septiembre, el mercado colapsó y, en diciembre, las acciones del Mar del Sur cayeron, arrastrando consigo otras acciones, incluidas las gubernamentales.

Muchos inversores se arruinaron, y la Cámara de los Comunes ordenó una investigación, que mostró que al menos tres ministros habían aceptado sobornos y habían especulado. Varios de los directores de la compañía fueron deshonrados.

La burbuja estalló y, en la explosión hizo trizas la fortuna de uno de los hombres más inteligentes que haya existido jamás: Sir Isaac Newton.

La Compañía del Mar del Sur sin embargo sobrevivió hasta 1853, tras venderle la mayoría de sus derechos al gobierno español en 1750. Entre 1715 y 1731 fue responsable del transporte de aproximadamente 64,000 esclavos africanos, lo que da una idea de sus actividades.

Al compás de Handel

Por supuesto que no todos los inversionistas perdieron.

El gran compositor anglo-alemán George Frideric Handel, quien pasó la mayor parte de su vida en Londres después de que su empleador en Hanover se convirtiera en el rey Jorge I, sobrevivió esos tumultuosos tiempos financieros.

Más que eso: amasó una fortuna no sólo con su música y como promotor empresarial, sino con sustanciales inversiones en el mercado de valores.

En la SSC invirtió en las acciones originales en 1716, pero vendió a tiempo... y, como Newton, luego volvió a invertir, en 1723, sólo 3 años después del colapso.

La diferencia era que para ese entonces el Banco de Inglaterra, que había intervenido para reflotar las anualidades de la empresa, respaldaba las rentas vitalicias.

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