Sin casa ni trabajo, muchas personas optan por habitar edificios abandonados en lo que hace más de dos décadas fue la República Socialista Soviética de Georgia.

Algunos se han quedado sin hogar después de atravesar por muy malos momentos. Otros son refugiados provenientes de Abjasia, región georgiana donde se libró una guerra civil entre 1992 y 1993.

Alrededor de 250.000 personas fueron desplazadas internamente durante ese conflicto.

Aproximadamente 400 individuos ocupan un hospital militar abandonado. Viven en condiciones lamentables.

El fotógrafo Jacob Borden muestra en estas imágenes el día a día en este edificio "exsoviético" ubicado en Tiflis, capital de Georgia.

Maia Daiauri, de 45 años, está convirtiendo una de las habitaciones del hospital en un espacio habitable.

Casi todos los residentes poseen un pequeño galón de gas licuado y una hornilla donde cocinar. Todos los cuartos ocupados tienen ventanas. La mayoría cuenta con pequeñas estufas de leña que usan para calentarse durante el invierno.

Los vecinos comparten sus pertenencias con aquellos que no tienen calefacción o instalaciones sanitarias. El sentido de pertenencia a la comunidad es muy fuerte. "No tenemos mucho", expresa un residente, "solo nos tenemos los unos a los otros".

De cualquier manera, el edificio no es seguro. A menudo las aguas negras se escurren por las paredes debido a alguna rotura. La electricidad es desviada a través de una maraña de cables y canales.

Un joven murió en 2015 en un incendio provocado por un cableado defectuoso.

Alrededor de 80 niños viven en el hospital abandonado. La mayoría tiene menos de seis años. Nikoloz Beriashuili es uno de ellos. Tiene dos años y duerme en el mismo cuarto con su madre, su padre y su hermana.

Algunos de los niños faltan a la escuela porque, dicen, no les parece útil. Los niños mayores que dejan la escuela suelen cuidar a sus hermanos menores.

Una buena parte de los residentes depende de los beneficios estatales. Prefieren comprar comida con los 300 Lari (US$128,01) que reciben cada mes, en lugar de rentar otros espacios de baja calidad.

En general, evitan tomar trabajos oficiales por miedo a perder esta entrada estable de efectivo.

Un auto soviético permanece inmóvil en el parqueo exterior.

Algunas de las personas mayores hablan de la época comunista con nostalgia. Recuerdan que tenían hogar, trabajo y estabilidad. Muchos sienten, con amargura, que han sido olvidados tras el cambio de Georgia a la economía de mercado.

Matiko Pirtskhulava, de 46 años, está parada en uno de los dos espacios que conforman su "apartamento". Ella vive sola mientras sus dos hijos adolescentes asisten a un seminario.

Aquí hay muchas mujeres en situaciones similares. Algunas enviudaron y, como consecuencia, han perdido su casa.

Los vecinos se esfuerzan para convertir sus cuartos en lugares un poco más agradables. Cubren las paredes con papel y ponen lozas en el piso para transformar el concreto gris en un hogar.

En uno de los cuartos, la enorme concha de un caracol marino sirve de refugio a un pez solitario.

Aproximadamente 150 familias viven aquí. Marium Gabisonia, de 7 años, comparte dormitorio con su hermana y juega en los pasillos del antiguo hospital militar soviético.

Ia Ochiuri, de 42 años, tiene dos hijos. Vive con su marido y su cuñado. Hace pequeños trabajos para sobrevivir.

Matiko Pirtskhulava, de 46 años, dice: "No me siento parte de Georgia".

Muchos habitantes de este edificio abandonado sienten que la sociedad contemporánea los ignora. Mientras tanto, los restos de la Georgia de la era soviética se desmoronan ante sus ojos.

Todas las fotografías fueron tomadas por Jacob Borden. Los textos adicionales fueron escritos por Tbel Abuseridze.

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