Con Europa soportando una extraordinaria alerta de seguridad después de los atentados de París, hay mucha discusión sobre qué impulsa la aparición de grupos radicales.

Y, de acuerdo al experto del Kings College de Londres Benedict Wilkinson, la historia del terrorismo contiene muchas lecciones para aprender y aprovechar.

A continuación el análisis del investigador londinense transmitido hace algunos días en una de las emisoras de la BBC.

¿Hay en el pasado claves suficientes para entender la lógica de organizaciones como el autodenominado Estado Islámico?

Con metro y medio de altura, una mandíbula que sobresale, rostro deforme y una gran barba clara, Johann Most no era un hombre especialmente atractivo.

Nacido a mediados de la década de 1840, sufrió la parálisis de la mejilla izquierda cuando era niño. Su herida se infectó y cuando un cirujano finalmente intervino le dejó una cara deformada.

Aquella cirugía lo convirtió en algo paria durante toda su juventud y con el tiempo encontró trabajo como encuadernador de libros.

Viajó por Europa, gastando su tiempo libre escribiendo prolíficamente sobre comunismo y política.
A principios de la década de 1870 ya se había ganado un nombre en los círculos comunistas por su resumen de El Capital de Marx.

En los próximos años, sin embargo, el radicalismo de Most dejó atrás al autor del Manifiesto Comunista.

Se alejó del comunismo y se convirtió en un anarquista ardiente y apasionado.

Comenzó a argumentar que las palabras y los discursos podrían tener su papel, pero que el éxito del socialismo revolucionario se basaba en el uso de la violencia.

Most estaba convencido de que el único camino al socialismo era la violencia.

Most decía que lo que se necesitaba era una revolución impulsada por la dinamita y los revólveres.
A lo largo de sus escritos, al igual que los de otros anarquistas de finales del siglo XIX, tropezó con un problema fundamental por plantear la violencia en la búsqueda de cambio político.

El problema de fondo era que el Estado era simplemente demasiado fuerte y casi siempre lo suficientemente resistente como para hacer frente a los actos de violencia cometidos en contra de él.

Uno de los contemporáneos de Most, el anarquista Piotr Kropotkin, puso el problema de manera breve: "Una estructura política basada en siglos de historia no puede ser destruida con unos kilos de dinamita".

Kropotkin, quie era contemporáneo de Most, estaba consciente de los límites de la violencia.

Debido a esto, el tipo de cambio político que deseaban los anarquistas era muy difícil de materializarse.

Unos funcionarios estatales asesinados aquí, otros policías allí. Esto podría irritar y hasta molestar al Estado, pero con eso jamás podrían derribarlo.

Por eso Most argumentó que, en lugar de usar la violencia para derrotar al Estado directamente, ésta debía ser utilizada para transmitir ideas sobre el cambio político y, al hacerlo, encender e impulsar una revolución popular.

Para Most, la violencia era un espectáculo, una pieza de teatro, un lenguaje para la difusión de las ideas sobre el cambio político a las masas.

Era una especie de imagen y, al igual que una de ellas, vale más que mil palabras.

La dinamita era más efectiva que mil discursos anarquistas. La violencia era pura propaganda.
Así pensaba Most.

Abu Musab al-Suri

125 años adelante nos encontramos con un mundo muy diferente, con un hombre muy diferente, y un conjunto muy diferente de ambiciones políticas.

Abu Musab al-Suri nació en Alepo, Siria, en 1958 con llamativos ojos azules y el pelo claro.

Bin Laden con Ayman al-Zawhiri, el actual líder de al Qaeda.

No se sabe mucho sobre su juventud con certeza, pero parece que se unió al brazo armado de la Hermandad Musulmana siria alrededor de 1980.
En algún momento, Musab al-Suri viajó a Afganistán, ese gran crisol moderno del islamismo violento, donde se codeó con Ayman al-Zawahiri, ahora líder de al-Qaeda, y Abdullah Azzam, uno de sus ideólogos originales.
Al-Suri, gracias a ello, se convirtió en uno de los pensadores estratégicos más influyentes de al-Qaeda.

Y tiene más en común con Johann Most que su barba clara y la afición por los viajes.

Como Most, al-Suri reconoció como un problema central el uso de la violencia como una estrategia para el logro de grandes objetivos políticos a largo plazo.

El extremismo, argumentó, podría fastidiar naciones y gobiernos, pero no lo suficiente como para amenazarlos existencialmente. Los gobiernos son estructuras demasiado fuertes.

El terrorismo, plantea al-Suri, podría causar una destrucción espantosa y terribles pérdidas de vidas, pero eso no es suficiente para derribar un gobierno o forzarlo a cambiar sus políticas estructurales.
Por lo tanto, al-Suri ideó un plan diferente.

Al-Suri avanzó la idea de un movimiento global centrado en la violencia.

El calculó un movimiento global respaldado por una ideología que lo abarca todo, con violencia en su corazón.

La violencia tiene dos propósitos.

En una primera instancia el terrorismo actúa como una forma de propaganda, al igual que Most lo había visto.

Esto conduce a la segunda etapa, cuando el movimiento resulta fortalecido con reclutas, aspirantes y simpatizantes que pueden participar en repetidos actos de violencia.

Estos actos de violencia podrían ser pequeños y descoordinados. En la visión de al-Suri esta campaña de violencia aparentemente aleatoria crearía pánico masivo y miedo generalizado.

Se trata de desgastar a un gobierno hasta erosionar su firmeza para que comience a ceder a las demandas de los grupos extremistas.

El dilema del extremismo

Ambas historias, la de Most y la de Al-Suri, ilustran el gran dilema del accionar de los radicales.

El problema de fondo es que los terroristas tienden a desear un cambio político importante, pero tienen muy poco en el camino de los recursos para lograr ese cambio.

La violencia también es una forma de conseguir nuevos reclutas.

Hay una enorme brecha entre lo que tienen y lo que quieren.

Durante la historia del extremismo, este dilema fundamental ha generado numerosas tácticas.

Grupos en el Medio Oriente y América del Sur trataron de asesinar a líderes con la creencia de que eso pondría al Estado en una situación de caos.

Otros intentaron provocar a los regímenes a reaccionar de forma exagerada o a aliarse con el crimen organizado.

El grupo autodenominado Estado Islámico (EI) ha tratado con algo de éxito tomar y ocupar territorio militarmente.

Más recientemente, con los terribles atentados en París y las amenazas de violencia en Europa, han mostrado una nueva visión estratégica que involucra ambiciones globales.

Los ataques de París demostraron que EI tiene ambiciones globales.

Al-Suri y Most trataron de acercarse al dilema de los radicales de otras maneras.

El primero a través de una guerra de desgaste y el último a través de la movilización de las masas.

Lo que sustenta todas estas variantes de terrorismo estratégico es un intento de los extremistas para hacer frente a su dilema fundamental.

Podemos decir que el terrorismo es básicamente una estrategia de ejércitos débiles desplegada contra uno más fuerte.

Para decirlo de otro modo, los terroristas tienen muy pocos recursos, pero tienen objetivos políticos grandiosos.

Hay una importante brecha entre lo que los grupos radicales tienen y lo que quieren.

Al tratar de superar esta limitación, los extremistas no miran a los efectos inmediatos de la violencia.
Y este es precisamente el motivo por el que el terrorismo rara vez funciona.

Las posibilidades de éxito

En un mundo complejo, los efectos en cadena de la violencia no son sólo difíciles de predecir sino muy difíciles de controlar.

El terrorismo es una estrategia política cuando menos incierta.

El atentado contra un avión de pasajeros ruso hizo que Moscú recrudeciera sus ataques contra EI.

Un gobierno atacado podría reaccionar de forma exagerada y "legitimar" los ataques radicales, pero puede que la siguiente vez ya no lo haga.

Una víctima de la violencia podría tomar las ideas políticas que esa violencia promueve y poner en marcha una revolución popular, pero también es posible que no suceda.

Un movimiento popular puede surgir alrededor de una ideología y perpetrar actos de violencia en su nombre, pero puede ser que no suceda.

Y muy a menudo nada de eso sucede.

Cuando le llega la hora de elegir, una población que no esté ya radicalizada tiende a aborrecer la violencia extremista.

Pero, si tan rara vez tiene éxito, ¿por qué los terroristas cometen actos de terror?

Para ello tenemos que volver a nuestros hombres de barba clara.

Las predicciones de los hombres de barba clara

Una manera de entender las visiones estratégicas de Most y Al-Suri es pensarlas como predicciones sobre cómo se desarrollarán los acontecimientos en el futuro.

Most predice una historia en la que la violencia desencadena una revolución.

Al-Suri, por el contrario, describe cómo la violencia terrorista va a crear pánico masivo y erosionar la firmeza de un enemigo.

El ha convencido a muchos de sumarse a su causa.

En su forma más simple, ambas predicciones dicen: "Si hacemos X entonces alguien va a hacer Y y nuestros deseos políticos y sueños se cumplirán".

El razonamiento puede sonar muy básico, pero también es increíblemente poderoso.

Most y Al-Suri persuadieron a la gente a unirse a su causa. Ataron grupos y los impulsaron a la acción.

Ambas predicciones convencieron y llevaron a la gente a cometer actos horribles.

Ahora, el llamado Estado Islámico ha convencido a muchos a abrazar sus predicciones y viajar a Siria e Irak, o incluso a tomar las armas "en casa".

Sin embargo, al pensar en las ideas de los hombres de barba clara como predicciones también obtenemos una lectura de cómo podemos detener a los extremistas.

Otras predicciones

No hay absolutamente ninguna razón por la que no podamos crear predicciones que sean igual de poderosas como para convencer a posibles militantes radicales de buscar estrategias menos violentas y persuadirlos que los grupos extremistas no van a tener éxito.

Si pensamos en la lucha contra el terrorismo de este modo, el campo de batalla clave para el futuro no es el cielo o las regiones frágiles en el Medio Oriente.

Sí lo serán las palabras. Será un conflicto de argumentos, un choque de predicciones.

Y si vamos a ganar esta batalla, si hemos de convencer y persuadir, necesitamos predicciones creíbles. Historias creíbles.

Tienen que encajar con la experiencia cotidiana, tienen que ser claros sobre la naturaleza de la violencia y sus efectos.

Necesitan articular los beneficios de nuestro sistema político y los costos de perderlo.

Deben demostrar y defender las posibilidades y el poder de elección pacífica sin recurrir a la dinamita y revólveres.

Si nuestras predicciones son para convencer y persuadir a los posibles extremistas de encontrar formas pacíficas para cambiar la política, entonces estas deben perforar la lógica estratégica del terrorismo.

Nuestras historias deben demostrar que el terrorismo es una mala estrategia.
Deben demostrar que la violencia es la peor forma de propaganda.

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