Casi 24 horas después de que ocurriera la masacre de civiles del pasado domingo en Bagdad, perpetrada por la organización radical autodenominada Estado Islámico (EI), unos jóvenes cavaban frenéticamente en el sótano de uno de los centros comerciales que habían quedado destruidos.
Buscaban cuerpos.
Pero lo único que encontraron fueron zapatos y un montón de cenizas negras.
Hacía mucho calor. El incendio no cesaba. Gotas de agua caliente caían del techo.
Afuera, cientos de personas estaban concentradas. Se encontraban allí como un acto de desafío. En la capital iraquí, cualquier multitud en una calle oscura es un potencial blanco de un atacante suicida.
Quizás el hecho de estar compartiendo una tristeza infinita hacía un poco más fácil sobrellevar los riesgos. Muchos lloraban, otros rezaban.
Vi a un clérigo cristiano encendiendo velas y haciendo la señal de la cruz.
También escuché a jóvenes cantar un himno musulmán chiita en honor a los muertos.
No por el hecho de que muchos civiles han sido masacrados en Irak, esta tragedia era más fácil de soportar para quienes sobrevivieron.
Dudo que los iraquíes, que están atrapados en el dolor de sus vidas diarias, puedan tener mucho interés en la publicación en Reino Unido de un informe sobre el papel que desempeñó ese país en la invasión de 2003, conocido como el informe Chilcot.
Muchas personas con las que he hablado tienen claro el impacto que la invasión tuvo en Irak.
Símbolo del odio
Uno de ellos es Kadhim al Jabbouri, un hombre que se convirtió en un símbolo del rechazo y del odio a Saddam Hussein.
El 9 de abril de 2003, tropas estadounidenses llegaron al centro de Bagdad.
Horas antes, Kadhim, quien había sido un campeón de levantamiento de pesas,decidió tumbar la estatua de bronce de Saddam Hussein que se erigía en la Plaza de Firdous.
Kadhim era el dueño de una popular tienda de motocicletas y un experto en las Harley-Davidson.
Por un tiempo, fue el encargado de arreglar las motos de Saddam Hussein, pero después de que el régimen ejecutó a 14 miembros de su familia se negó a volver a trabajar para el mandatario.
La respuesta del gobierno a su decisión fue meterlo en la cárcel por dos años en base a cargos falsos.
Kadhim es un sobreviviente. En prisión, empezó un gimnasio y un club de levantamiento de pesas, y fue eventualmente dejado en libertad en una de las periódicas amnistías que Saddam Hussein implementaba.
El hombre del martillo
Pero en la mañana del 9 de abril, Kadhim quería su propio momento de liberación y revancha.
Tomó su propio martillo y empezó a golpear al zócalo ubicado debajo de la estatua de bronce de Saddam Hussein.
Los periodistas salieron del Hotel Palestina y empezaron a transmitir lo que sucedía y a tomar fotos.
Kadhim dice que la presencia de los reporteros y camarógrafos lo protegieron de la policía secreta de Saddam Hussein, que se desvaneció al escuchar que las armas estadounidenses se acercaban.
Los estadounidenses colocaron un cable de acero alrededor del cuello de la estatua y usaron un cabrestante para ayudar a Kadhim a terminar el trabajo. Todo fue transmitido en vivo por la televisión internacional.
Las imágenes de iraquíes furiosos y, al mismo tiempo, encantados de pegarle con sus zapatos a la estatua caída les dieron la vuelta al mundo.
Kadhim cuenta que su historia llegó a oídos del presidente estadounidense George W. Bush en la Oficina Oval.
Sin embargo, ahora desearía que ese día hubiese dejado el martillo en casa.
"Saddam se fue y ahora tenemos 1.000 Saddams"
Kadhim, como muchos iraquíes, culpan a los invasores de empezar una cadena de eventos que destruyeron su país. Anhela las certezas y estabilidad de la época de Saddam Hussein.
Primero, dice, se dio cuenta que no iba a haber liberación, sino una ocupación.
Odia la corrupción, la mala administración y la violencia en la nueva Irak. Pero más que nada, desprecia a los nuevos líderes iraquíes.
"Saddam se fue y ahora tenemos 1.000 Saddams", indica. "Esto no era así cuando Saddam estaba. Había un sistema. Había formas. No lo queríamos, pero era mejor que esa gente".
"Saddam nunca ejecutó a nadie sin tener una razón. Era sólido como una pared. No había corrupción o saqueos, era seguro. Podías sentirte seguro", indica.
Ley y orden
Muchos iraquíes se hacen eco de eso.
El régimen de Saddam Hussein era implacable y podía llegar a ser mortífero. Condujo a su país a una serie de guerras desastrosas y provocó que su país recibiera sanciones internacionales.
Pero con el beneficio de una retrospectiva de 13 años, el mundo que existía antes del 9 de abril de 2003 parecía estar más calmado, un lugar más seguro.
Desde que el régimen de Saddam Hussein cayó, los iraquíes no han tenido un día de paz.
Y en cuanto a la democracia, muchas de las personas con las que he hablado creen que el sistema político sectario no ha servido.
Al menos, dicen, había ley y orden en los tiempos de Saddam Hussein.
Algunos esperaban que las cosas mejoraran tras la reciente victoria del ejército iraquí sobre EI en Faluya.
El devastador ataque con bomba en Bagdad perpetrado durante las primeras horas del domingo ha destruido esa esperanza.
"Yo le escupiría su cara"
Le pregunté a Kadhim qué haría si pudiera reunirse con Tony Blair.
"Le diría que es un criminal y le escupiría en la cara", responde.
"Y ¿qué le diría a George Bush?", le pregunto.
"Le diría que también es un criminal. Mataste a los niños de Irak. Mataste a las mujeres y mataste a los inocentes. Le diría lo mismo a Blair. Y a la coalición que invadió Irak, les diría que son unos criminales y que deberían enfrentar la justicia".
El ataque con bomba en Bagdad se cobró la vida de 250 personas.
Una cadena de consecuencias que se remonta a la invasión de 2003 ha causado la guerra perpetua en Irak.
Los estadounidenses y británicos sacaron a un gobernante odiado y disolvieron su ejército y el Estado. Pero no tenían un plan real para reconstruir el país que habían destruido. Ellos improvisaron y empeoraron la situación.
El empujón
Antes de la invasión no había yihadistas en Irak. Musulmanes chiitas y sunitas, cuya guerra civil sectaria empezó durante la ocupación, podían coexistir.
Los invasores no tenían suficientes tropas para controlar Irak.
Los yihadistas se dispersan por fronteras abiertas.
Al Qaeda se estableció ahí y eventualmente renació como el autodenominado Estado Islámico.
Los iraquíes con frecuencia hacen las cosas más difíciles para ellos mismos, pero fueron los errores de Estados Unidos y el Reino Unido los que empujaron a Irak hacía la calle de la catástrofe.