-En tu artículo “El nihilismo y la infertilidad política de la nueva izquierda” haces un duro retrato del sector: si bien la mayoría de los académicos de las ciencias sociales y humanidades son de izquierda, no hay pensadores de verdad, aseguras. ¿A qué se debe?

-Supongo que a lo siguiente: el programa de la izquierda identitaria les parece el aire que respiran, entonces son totalmente irreflexivos al respecto. Y los que son más reflexivos, no pueden hacerlo público porque los descueran. No es coincidencia que Alfredo Joignant, que tiene una carrera consolidada y una posición de autoridad, sea el único académico de izquierda que se atreve a hacer una autocrítica de mayor calado después de la derrota brutal del plebiscito.

-¿Y Noam Titelman?

-Él no está en el sistema y es lo mejor que tienen, pero no lo pescan aunque en sus columnas les advirtió de todos los errores que estaban cometiendo. Yo he conversado en privado con otros que piensan parecido, pero no se atreven a decirlo en público porque no tienen espaldas para hacerlo. Si uno hace una etnografía virtual de las declaraciones en Twitter de los profesores de Humanidades y Ciencias Sociales que tienen peso propio en sus departamentos en la Católica, la Chile, la Usach y varias otras, te das cuenta de los riesgos que corre un profesor políticamente disidente.

Otro indicador interesante de esa hegemonía es el que revelan esas “cartas de docentes” por la candidatura de Boric o por el Apruebo. Emerge una geografía política de la academia chilena en esas áreas que muestra lo ideológicamente sometida y controlada que está. Y todo eso se potencia al doble con el régimen de adulación mutua entre profesores y alumnos de izquierda, que daña irreparablemente a esos alumnos por generarles una confianza en ellos mismos que no se condice con el desarrollo de sus capacidades. Se arma entonces una mentalidad tipo Colonia Dignidad… Colonia Plaza Dignidad.

-Señalas a dos intelectuales de izquierda, Fernando Atria y Carlos Ruiz, como los únicos que al menos han intentado armar un corpus. Del primero dices que plantea una visión teológica del poder y del segundo un peronismo difuso y clientelista. ¿Cuál es su grado de influencia en la izquierda y el oficialismo? ¿Cómo calificas su aporte?

-Desde que escribí el artículo hasta ahora he estado pensando en la visión de la historia que hay en el Frente Amplio. Atria ha influido mucho a nivel de los programas de política pública, especialmente en la búsqueda de anular y someter a las organizaciones intermedias, pero su escatología liberacionista “cristiana” creo que no ha calado tanto. En cabros sin imaginario religioso alguno es difícil que fuera diferente.

Ruiz, en cambio, tiene una visión histórica más primitiva, pre-cristiana, que podríamos llamar progresismo regresista: el anhelo de volver a una edad dorada pre-pinochetista, con un Estado desarrollista y toda esa faramalla sesentera. Boric y su gente, me parece, entienden mucho más la historia así. Y su agenda política es un regresar casi literal al punto anterior a que todo “saliera mal”.

Por eso han borrado de sus mentes los éxitos de la Concertación, sostienen una versión infantil de Allende y la Unidad Popular y a cada rato arman estas puestas en escena tipo “viaje en el tiempo”, llenas de símbolos que indicarían que con Boric retomamos donde quedó el Allende imaginario. Hay una cosa ucrónica ahí. Si uno revisa la agenda de Boric post plebiscito, era un guión perfecto de viaje en el tiempo, incluyendo el 11 de septiembre, la parada militar y el discurso en la ONU, pero fue arruinado por el triunfo de Rechazo, que todavía no logran procesar realmente.

-El neoliberalismo -adviertes- es un concepto vacío, que ambos enarbolan como el enemigo a combatir. Sin embargo, el término es tan ambiguo que cualquiera puede inscribirse en esa batalla. ¿Esto explica lo que pasó en la Convención: muchas demandas sin organización ni jerarquía?

-Sucede que todo cabe bajo el paraguas “antineoliberal”, así como todas las críticas al mundo cabían bajo el paraguas “antiliberal” de comienzos del siglo XX. Es el mismo movimiento. Pero, claro, eso se sostiene mientras no tienes que fijar prioridades y establecer compromisos, que es de lo que se trata la política. Pandereteando en el pasto son todos amigos. Pero cuando hay que distribuir plata, tiempo y poder entre las causas, la cosa explota, dejando en claro que no hay realmente un proyecto político ahí. Eso fue lo que pasó en la Convención.

 -Lo mismo observas en el gobierno. Al no tener más que un enemigo a destruir, el sistema neoliberal, y habiendo sido esa generación formada en la protesta y la movilización permanente, llega al poder con un proyecto sin densidad ni contenido. ¿Boric ha intentado superar este “nihilismo”, como lo describes?

-Tristemente, yo veo al Presidente cada vez más hundido en ese vacío. Sus declaraciones son cada vez más superficiales y grandilocuentes. Dispara máximas para todos lados, se contradice, se disculpa, se da otra voltereta. Es como un mago al que le comienzan a salir mal los trucos; entonces se pone nervioso y trata de hacer cada vez más trucos, mientras se le arrancan las palomas, saltan los conejos y se le caen los naipes. Si no afronta la verdad respecto a la pobreza política de su lote, y trata humildemente de armar un programa mínimo de emergencia que le permita gobernar tres años más, lo veo en una situación humana y políticamente desastrosa. Necesita salir de la ilusión falsa que tiene de sí mismo y su rol histórico.

 -Señalas que hay un movimiento carente de crítica hacia el Estado, que se instala como el paraíso perdido. Ruiz y Atria lo ven con un carácter mítico. ¿Esto choca con la realidad, incluso cuando esta generación encarna al Estado?

-Totalmente. Un ejemplo es una columna que escribieron para El Mercurio el subsecretario Ahumada y el Presidente Boric antes de tener esos cargos, durante la campaña de éste último. Ahí todo era Finlandia, Suecia, Noruega, Nueva Zelanda. Y su único argumento de por qué Chile podía copiar todo eso era que esos países tenían un PIB más bajo que el de Chile cuando habían hecho sus reformas. Pero eso es una barbaridad sociológica y política: el Estado chileno no tiene la misma capacidad ni profesionalismo que los Estados de los países europeos que estos seres admiran tanto. Y la realidad nacional también es muy distinta, más allá del PIB.

Entonces viven en una fantasía condenada al fracaso, muchas veces por ellos mismos. En esa columna, por ejemplo, Boric y Ahumada hablan de educar a los jóvenes para la transformación digital. Pero al Frente Amplio siempre le ha dado lo mismo la calidad de la educación escolar. Su único tema es la gratuidad universitaria, para cosechar votos.

La guinda de este asunto fue que ellos, en asociación con el Colegio de Profesores, lucharon por dejar a la gran mayoría de los jóvenes chilenos sin educación presencial durante toda la pandemia. Ahora muchos de eso cabros desescolarizados andan dedicados a robar autos. Y nadie es responsable, a nadie le importa. La verdad es que el Presidente y muchos de sus socios no conocen ni el Estado ni el país.

 -El período 1989-2019 fue de prosperidad, disminuyó la pobreza como nunca antes. ¿Por  qué  Atria  y  Ruiz, el Frente Amplio y el PC,  consideran  esos treinta años como una derrota?

-Porque el país progresó gracias a la aplicación de ideas que ellos aborrecen, y ellos consideran que si sus ideas no funcionan en la realidad, peor para la realidad.

 -De acuerdo a tu análisis estos sectores han sido incapaces de condenar de manera decidida la violencia octubrista. ¿Cuál es la causa de esta ambigüedad?

-La razón es que son revolucionarios. Creen que se puede progresar a través de cambios violentos abruptos, y que los costos humanos de esos cambios son pocos en comparación al avance histórico que se obtiene. Entonces toda violencia, en la medida en que vaya en una dirección que les convenga, les parece justicia histórica. Hasta que explota la reacción y ahí les vuelve toda la ansiedad ética.

 -¿Qué se puede esperar de la izquierda oficialista a partir de tu análisis y del aspecto generacional que la marca? ¿Conflictos permanentes, como el que se da por el TPP11?

-¿Qué se puede esperar de alguien que insiste en jugar tenis en medio de un partido de fútbol? Todo les saldrá mal. Incluso si lograran triunfar, en el sentido de imponerse y desbarrancar a las fuerzas políticas rivales, sería una victoria pírrica. Ganarían quedando hechos bolsa y luego serían barridos por la barbarie que emerja de la disolución del orden que ellos van haciendo avanzar.

¿Por qué no pueden ser una izquierda republicana y democrática moderna? ¿Les da vergüenza renovarse por el bien de Chile? A veces pienso que están convencidos de que todo se trata de ellos y de nada más, lo que les da un aire patético y provinciano propio de ciertos sectores de la clase alta que ellos desprecian profundamente. Hasta ahora, el gobierno de Boric tiene algo de esa obra de teatro llamada “Veraneando en Zapallar”, de Eduardo Valenzuela. Como que anunciaron algo que no es cierto y no pueden cumplir, y ahora sufren para que no los pillen en vez de reconocer la realidad.

 

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