-Se cumplen cinco años del 18-O. ¿Qué impresión te causó y de qué manera afectó a la imagen exterior de Chile?
–Yo estaba en Londres de embajador, vendiendo el “oasis”. Lo digo sin ironía. Es que de verdad así nos veían. ¡Y qué oasis! A fines de septiembre de 2019 dio una charla Kris Tompkins frente a un público enorme en el Instituto Real de Arquitectos de Londres. Decía Kris que éramos uno de los dos o tres países del mundo que mejor preservaban sus bosques vírgenes. Yo me moría de orgullo.
A comienzos de octubre llegan distinguidos juristas de todo el mundo a una misa, y después un seminario en el London School of Economics, para honrar la memoria de nuestro gran jurista Francisco Orrego Vicuña. Me parecía increíble que tanta gente de tanta calidad llegara a celebrar la vida, y los importantes fallos, de un jurista chileno.
-¿Y cómo recibiste la noticia del estallido?
-El 17 de octubre yo preparaba un informe sobre un complejo debate sobre Brexit en el Parlamento: “Reino Unido está sin duda alguna más enredado que Chile”, pensé. Y bueno, llegó el 18 y pronto tenía que contestar llamadas de Amnistía Internacional y de parlamentarios que preguntaban por la represión, el “genocidio” que se estaría perpetrando, según ellos, en Chile. El efecto negativo en la imagen exterior de Chile fue instantáneo.
-Se han escrito muchos libros pero no hay un consenso sobre este fenómeno. ¿Ha cambiado tu mirada sobre sus causas y sobre su radicalidad?
-En el Reino Unido parecía obvio que alguien había encendido la mecha. Nadie allí podía creer que no teníamos servicios de inteligencia capaces de darnos pistas respecto a quién era—¡todavía no los tenemos! Sigo creyendo que alguien encendió la mecha y me parece grave que no sepamos quién. Pero no hay duda de que la pradera estaba seca.
El segundo gobierno de Bachelet le había puesto un freno prohibitivo a nuestra economía, y si bien ésta remontó con la elección de Piñera, él no tenía mayoría en el Congreso, por lo que no era tanto lo que podía hacer. Por otro lado, la vida en muchas comunas de la capital era demasiado dura. Finalmente creo que, tras la asonada inicial, corrió la voz que los Carabineros no se la podían y las FF.AA. menos. Por lo que mucha gente salió a saquear y a incendiar simplemente porque sí podía.
-¿Pensaban que no había orden?
-Es un fenómeno que ocurre en casi todo país de vez en cuando. Nos nace querer salir a desplegar el salvajismo que todos albergamos y que debemos reprimir para poder vivir en sociedad. Pasó algo muy similar en Reino Unido en agosto de 2011—empezaron a saquear y a quemar porque corrió la voz que la policía estaba débil. Pero no llegó a durar ni una semana porque con buena inteligencia y jueces estrictos, capturaron y encarcelaron a los líderes. En Chile siguió y siguió.
-¿Qué formas de protesta te sorprendieron?
-Lo especialmente feo fue el sadismo colectivo que se produjo, eso de “el que baila pasa” por ejemplo, y peor, eso de convertir al Presidente en un chivo expiatorio, de la izquierda por la “represión”, y de la derecha por “cobarde.” Me consuela mucho que, antes de morir, Sebastián Piñera pudo ver como en las encuestas subía y subía su tasa de aprobación.
En cuanto a la “represión”, me impresionaron los que venían a funar nuestra embajada todos los jueves, entre ellos muchos con Becas Chile. Había una joven que recitaba los nombres de todos los “detenidos desaparecidos” de la semana, y con cada nombre todos los demás gritaban “presente”.
–Según el CEP el 50% considera malo o muy malo el estallido. ¿Qué crees que dejó? ¿Los dos proyectos constitucionales fracasados fueron tiempos perdidos?
-Yo estoy en ese 50%, pero en la vida hay que aprovechar las cosas malas. Creo que el estallido enseñó a la élite lo demasiado mal que viven demasiados compatriotas, aunque no sé cuánto le importa a la élite que nos gobierna actualmente. En cuanto a los proyectos constitucionales, espero que nos hayan vacunado.
-¿En qué sentido?
-El primer proyecto, con su chavismo venezolano, su correísmo ecuatoriano y su evismo boliviano, no podía haber estado más alejado de lo que somos como país. Yo voté a favor del segundo por sus reformas al sistema político, pero es una verdadera vergüenza que los republicanos se hubieran farreado la oportunidad de darnos una Constitución que no fuera partisana, siendo que los expertos ya habían propuesto una que parecía muy razonable.
Pero lo más terrible del estallido es otra cosa. Les demostró a criminales de todo el mundo que Chile podía ser terreno fértil para sus designios, porque había dejado de ser un país razonablemente ordenado. La tremenda alza del crimen organizado que hemos sufrido se debe mucho al estallido, creo yo.
-El clima político chileno está enrarecido por la fragmentación. ¿Crees que la reforma al sistema político es urgente?
-Tan urgente la creo que voté a favor de esa segunda Constitución partisana. Yo temo por el país si no se hace la reforma. Sin ella habrá aún más partidos en el próximo congreso. Y los parlamentarios díscolos se multiplicarán. Es una falta de respeto al votante, y muy poco democrático, que te presentes a elección como de un partido y después cambies.
No entiendo por qué no se hace esta reforma. Parece que hay los votos, que hay apoyo bastante transversal, pero no se hace. Ojalá los periodistas acosen a los parlamentarios todos los días preguntándoles por qué no se hace. Mientras tanto, los diputados se dedican a acusaciones ridículas como la que se intentó hacer a la ministra Toha.
-¿Te preocupa la fortaleza institucional de Chile, con dos jueces acusados constitucionalmente y la confianza en el Poder Judicial por los suelos?
-¡Teníamos instituciones tan buenas! Se fue minando la confianza en ellas sobre todo a partir de Bachelet II, cuando se empezó a judicializar la política. Con todo, no creo que nuestras instituciones se hayan deteriorado tanto como la gente cree. Ciertos elementos de prensa han sido irresponsables, magnificando.
-¿Cómo observas las consecuencias del caso Audio en la credibilidad de los ciudadanos en el orden político?
-Hay que ser muy hipócrita para creer o hacer creer que todas nuestras reuniones de trabajo, todos nuestros WhatsApp, aguantarían sin más el escrutinio de toda una nación. Otra vez estamos buscando chivos expiatorios. Otra vez estamos rasgando vestiduras. Otra vez estamos en una selva de filtraciones escogidas quien sabe por quién, con intenciones inconfesables. Claro que hay que tomar medidas, como cambiar la forma en que se nombran los jueces, pero hay que discutirlas con serenidad: no hay soluciones perfectas.
-La economía tiene un bajo potencial de crecimiento. Numerosos proyectos se encuentran paralizados por exceso de trámites. ¿Cuál es tu diagnóstico?
-Con una economía tan estancada, la gente está peor de lo que estaba durante el estallido. El gobierno ahora dice valorar el crecimiento, pero hay que darles tiempo a los inversionistas para creerle. No nos olvidemos que nos gobierna gente que denunciaba el “extractivismo” y que dudaba de los TLC.
Sigue siendo tremendamente difícil conseguir un permiso para hacer un proyecto. Por otro lado, el gobierno no hace nada por mejorar la educación, que supuestamente era su sello, esa educación que tanto se necesita para ir hacia esa economía más “compleja” que el gobierno dice favorecer.