La vida de María Callas le hace honor a su origen griego. Como una tragedia escrita hace miles de años, la diva de la ópera del siglo XX conoció el éxito y el reconocimiento mundial, hasta que el desamor y los malos hábitos terminaron por resentir su famosa voz.
Hija de inmigrantes griegos, Sophia Cecelia Kalos nació en Nueva York en 1923, un lugar que 33 años después se rendiría ante su dramática presentación lírica en el Metropolitan Opera House. Su verdadero apellido era Kaloyerópulos, pero el padre, un farmacéutico, decidió cambiarlo a Callas porque era más fácil de leer y pronunciar. Tras la separación de sus padres, María volvió con su madre y hermana a Grecia, donde comenzó su formación lírica en el Conservatorio Nacional de Atenas.
La relación con su madre comenzó a ser tensa: gorda y fea era lo que María escuchaba a diario. A pesar de su destreza vocal, su madre no paraba de compararla con su hermanas más agraciada. Años más tarde, siendo ya “la Divina”, reconocería que sentía que su madre sólo quería de ella un provecho económico.
María tuvo su debut a principios de los años 40 y el éxito en Grecia no se hizo esperar. Sin embargo, el fin de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación de su país, hicieron que María volviera a Nueva York a reencontrarse con su padre y así escapar del tenso ambiente político europeo. De vuelta en la ciudad que la vio nacer, María quiso continuar su carrera de cantante, pero no aceptó cualquier papel: se negó al ofrecimiento de Edward Johnson de participar en dos óperas en la Metropolitan Opera House, pues encontró que los roles no eran adecuados para ella.
En 1947 llegó el protagónico que cambiaría su carrera: “La Gioconda” en la Arena de Verona, dirigida por Tullio Serafín. Desde ahí en adelante que María sería conocida como “la Callas”. Su éxito, en el cual ayudó la gestión de su primer marido, el empresario Giovanni Menenghini, la tuvo presentándose en los mejores lugares del mundo de la ópera como La Scala de Milán y la ópera Garnier en París; y en escenarios de Argentina, México, Australia, Estados Unidos y varios lugares de Europa.
Su voz tenía un registro amplio, que hacía que se le calificara de soprano, soprano ligera y mezzo. A muchos hasta el día de hoy eso les parece demasiado peculiar y poco profesional, mientras otros siguen cayendo ante el magnetismo de la actuación de la diva con su sonido operático único.
En 1953 “La Divina” se puso coqueta: bajó casi 40 kilos, le pidió a diseñadores famosos que la vistieran y así su elegante presentación en el escenario comenzó a tildarse de mito viviente. Con su nueva figura vino un nuevo amor: Aristóteles Onassis, por quien se desvivió. Cuando él la dejó para casarse con Jaqueline Onassis, María no volvió a ser la misma en los escenarios. Su voz apagada por el cambio de su cuerpo, malos hábitos y la tristeza del desamor, no pudo volver a ser la misma.
María Callas actuó por última vez en 1965 en el Covent Garden. Su legado no sólo desafió las normas estrictas de la lírica, sino que atrajo a nuevos fanáticos de la ópera en una época que la gente estaba alejada de esos espectáculos.