Hasta hace poco, muchos japoneses no reconocían la existencia de la depresión como una condición física y psicológica. Las ventas de antidepresivos fueron mínimas hasta que una campaña publicitaria logró que se empezara a hablar de la depresión.
"¡Mi mundo se resquebraja y desaparece! ¡Ni siquiera puedo levantarme ya!", dice Watashi, personaje del manga japonés que ilustra esta nota.
Es lo mismo que empezó a sentir el creador de Watashi y artista del cómic Torisugari hace unos diez años.
Entonces, un único pensamiento le daba vueltas en la cabeza: "Tengo que morirme".
Por aquel entonces no sabía lo que le estaba pasando, y su miedo se hacía más y más grande debido a la incomprensión de aquellos que lo rodeaban.
El mundo se me resquebraja bajo los pies.
Intentó suicidarse y no se lo dijo a sus padres. En su lugar, fue a un médico a revisar el estado de su corazón. Pero según le dijo éste, no le pasaba nada.
A los 29 años, Torisugari le rogaba a su madre que no saliera de casa sin él.
Pero su padre insistía en que todo lo que hacía era sólo para llamar la atención.
Su mejor amigo le dijo lo mismo y lo animó a hacer ejercicio.
El mundo se estaba convirtiendo para él en un lugar extraño, y sus relaciones le estaban fallando, sentía.
Finalmente, otro médico le dio un diagnóstico: depresión.
Nunca había oído hablar de ella.
Y esto no era nada raro en el Japón de entonces.
Watashi dice: "¡No te vayas! ¡No te vayas! ¡No me abandones!" La respuesta: "¡Ya basta con eso!"
Hasta finales de la década de 1990, en Japón la palabra "depresión" casi no se escuchaba fuera de los círculos psiquiátricos.
Algunos decían que esto se debía a que en el país no la sufrían.
Los japoneses encontraban formas de acomodar ese estado mientras seguían con su vida.
Y expresaban estéticamente esos momentos emocionales en el arte, en el cine, en el disfrute del florecer de los cerezos y de su fugaz belleza.
Un amigo le dijo que hiciera deporte.
Watashi recibe el diagnóstico: "Señor K., esto es depresión. Voy a darle un medicamento, por favor vuelva con su jefe".
Pero una razón más probable para este desconocimiento de la depresión es que en la tradición médica japonesa, la depresión se percibía como algo sobre todo físico, en lugar de una combinación de lo físico y lo psicológico.
A la gente que tenía los síntomas clásicos de la depresión sus médicos les decían muchas veces que lo que necesitaban era descansar.
Todo esto hacía que Japón fuera un mal mercado para los antidepresivos, tanto que los fabricantes del famoso Prozac simplemente renunciaron a promocionarlo allí.
Esta situación se dio vuelta a finales del siglo XX gracias a una extraordinaria campaña de marketing de una farmacéutica japonesa.
La depresión se empezó a denominar kokoro no kaze, un "resfriado del alma".
Podía pasarle a cualquiera y se podía tratar con medicamentos.
La cantidad de gente diagnosticada con un trastorno del estado de ánimo en Japón se dobló en sólo cuatro años y el mercado de antidepresivos floreció.
En 2006 alcanzó un valor seis veces superior al que tenía ocho años atrás.
En un país abierto como cualquier otro a las confesiones de los famosos, todo el mundo estaba dispuesto a decir públicamente que había experimentado una depresión.
Esta nueva enfermedad ya no era ahora solo algo aceptable, sino que también estaba ligeramente de moda.
Las personas con depresión sienten que su mundo se viene abajo.
La depresión llegó incluso a los tribunales.
La familia de Ichiro Oshima llevó a su empleador Dentsu (la agencia publicitaria más grande de Japón) a los tribunales, después de que Oshima se suicidara tras trabajar excesivamente a diario, durante meses.
Los abogados de la familia demostraron con éxito dos cosas. La primera, que la depresión podía ser causada por las circunstancias personales de alguien, incluido el hecho de trabajar demasiado.
Y la segunda, que no era sólo una cuestión de herencia genética, como intentó argumentar Dentsu.
También se vio que la idea que todavía prevalece en Japón de que el suicidio es algo claramente intencionado, incluso noble, era inadecuada.
Los líderes del país estaban inquietos.
Las enfermedades mentales habían pasado de ser un asunto doméstico y escondidoa estar en el centro de un movimiento por los derechos de los trabajadores.
En 2006 se aprobó una ley de prevención del suicidio para intentar reducir las tasas y declararlo un asunto social, no solo un problema privado.
El estrés laboral puede causar depresión.
Y desde 2015 se hacen exámenes de estrés en las empresas.
Un cuestionario completo que cubre sus causas y síntomas es evaluado por médicos y enfermeras, y existe apoyo de médicos para aquellos que lo necesitan, quienes mantienen los resultados confidenciales.
Esto es obligatorio para las compañías con más de 50 trabajadores, y a las más pequeñas se las anima también a que hagan lo mismo.
Entonces, ¿cree ya Japón firmemente en la depresión?
Bueno, quizás sí, o quizás no.
Hay señales de que se está produciendo un movimiento pendular en la dirección opuesta.
El aumento de las bajas y ausencias laborales parece estar generando un clima de frustración, e incluso sospechas sobre cómo la gente obtiene y utiliza el diagnóstico.
Algunos japoneses que sufren de depresión opinan que el aumento de conciencia pública sobre la condición les ha aliviado, permitiéndoles hablar abiertamente de ello.
Pero también creen que la recuperación y la vuelta al trabajo se ven obstaculizados por el cinismo de los que están a su alrededor y las menciones a una depresión "falsa" o "inventada".
En Japón, se creía que las caídas en el estado de ánimo se podían aliviar mediante la expresión estética.
Por otro lado, las limitaciones de la campaña sobre el "resfriado del alma" son evidentes.
En su momento, recibió críticas por vincular de forma engañosa el resfriado común con una depresión.
Pero, más allá de eso, la experiencia de Japón con la depresión muestra el intenso vínculo que hay entre algunas formas de enfermedad física y mental y las actitudes culturales; hacia el trabajo, por ejemplo, o hacia los niveles de responsabilidad hacia los demás.
Nadie sabe esto mejor que Torisugari, que todavía tiene que lidiar con su enfermedad y con algunos de los malentendidos a los que se tuvo que enfrentar en aquellas primeras semanas surrealistas.
Por esto ha decidido crear los dibujos que vemos en esta nota, y por eso sus manga tienen una audiencia creciente y agradecida, tanto en internet como en papel.
Para él es algo así como una "terapia del manga", como lo llama su psiquiatra.
Para el resto, es una ayuda para entender esta enfermedad tan mal comprendida hasta hace poco en Japón.