La increíble vida de Hedy Lamarr: del primer orgasmo en cine a pionera de la telefonía celular
Es una historia bastante común. Un editor publica un libro escabroso sobre la vida amorosa de una estrella de Hollywood. Y luego la estrella lo lleva a los tribunales.
Pero en un aspecto clave, el caso de Hedy Lamarr contra Macfadden-Bartell fue maravillosamente inusual: el libro que la llevó a demandarlo fue su propia autobiografía.
Habiendo sido calificada como "la mujer más bella del mundo" en las décadas de 1930 y 1940, Lamarr esperaba que sus memorias, escritas por otro, revivirían su carrera en 1966, pero cuando leyó el texto acabado de Ecstasy and Me("Éxtasis y yo"), lo calificó de "ficticio, falso, vulgar, escandaloso, difamatorio y obsceno".
Pero el juez sentenció en su contra, la publicación siguió su curso, y Lamarr recibió un tipo de publicidad que no quería.
Los lectores se enteraron de cómo ella y su tercer marido, John Loder, intentaron superar el récord que les había contado un conocido de hacer el amor 19 veces durante un fin de semana.
Se enteraron también de cómo otra de las parejas de Lamarr contrató a un equipo de escultores y artistas de maquillaje para hacer una muñeca sexual de goma idéntica a ella en todo detalle.
También se enteraron de cómo cuando Lamarr era adolescente apareció en un drama romántico checo-austriaco, titulado "Ecstasy" (Éxtasis), en 1933, y se convirtió en la primera actriz de la historia en fingir un orgasmo en una película.
Pero lo que las memorias no decían sobre Lamarr fue aún más llamativo.
Genio de la tecnología
En el libro no se menciona, pero durante la Segunda Guerra Mundial, Lamarr desarrolló un sistema de torpedos guiado por radio, y la tecnología de espectro ensanchado que potenció se utilizaría un día en teléfonos celulares y conexiones wi-fi.
Incluso sin material ficticio, falso ni difamatorio, la biografía de la actriz austriaca es más llamativa que la de casi cualquier otra estrella de Hollywood.
Nacida en 1914, Hedwig Kiesler pasó una infancia cómoda en Viena. Su institutriz le enseñó alemán, francés e italiano y su padre, un hombre de negocios suizo, le enseñó ingeniería, pero Kiesler estaba demasiado convencida de ser actriz para seguir esa línea educativa.
Con 15 años empezó a faltar a la escuela, y consiguió un trabajo como secretaria de guiones de estudio de cine.
Esto la llevó a trabajar de extra, y con 18 años interpretó el papel controversial en la película "Ecstasy", de Gustav Machaty.
Kiesler interpretó a una joven novia llamada Eva. Tras darse un bañó liberador desnuda, se encuentra con un robusto ingeniero (llamado Adam, por supuesto) y experimenta todos los placeres que su marido, impotente, no puede darle.
En un plano de cerca, Eva jadea, echa la cabeza hacia atrás y se agarra del pelo.
Queda claro lo que se está mostrando, algo que nunca se había mostrado en la gran pantalla antes.
La película fue denunciada por el Papa Pío XI, y Kiesler fue etiquetada de The Ecstasy Girl ("La chica del éxtasis").
De Mussolini a las películas
Uno de sus muchos fans fue Friedrich Mandl, un fabricante de armas y el tercer hombre más rico de Austria.
Tras un compromiso de ocho semanas, él y Kiesler se casaron y ella, que todavía era una adolescente, fue escoltada hacia una vida de opulencia.
Pero Kiesler se sintió "ahogada hasta la muerte por el lujo".
Obsesivamente celoso, Mandl intentó comprar y destrozar todas las impresiones de Ecstasy, y se negó a dejarla visitar a sus amigos, o ir al teatro.
El único papel que le permitió tener fue el de mujer trofeo, sentada decorativamente en la mesa mientras él hablaba de armas con sus poderosos invitados, entre ellos Mussolini.
Hay varios relatos contradictorios sobre el final del matrimonio: el más dramático sitúa a Kiesler drogando a su sirvienta con pastillas para dormir, poniéndose su uniforme y largándose a París disfrazada.
Lo que no está en discusión es que dejó a Mandl en 1937, y que en 1938, con el nuevo nombre de Hedy Lamarr, apareció en una película de Hollywood, "Algiers".
El público y los críticos se quedaron estupefactos. "Es joven, vital y segura de que va a ser una sensación", escribió un crítico. "Uno no se da cuenta de si sabe actuar, ¡es tan bella!".
Una diosa de porcelana
Nunca hubo ninguna duda sobre esto. No solo era Lamarr una diosa de piel de porcelana y pelo rojo, sino que también tenía un acento exótico, un pasado titilante y, pronto, también una cola de apuestos maridos y prometidos.
Para las audiencias de la Gran Depresión, era una fantasía hecha carne, y para los columnistas de chismes, era un sueño.
Pero las películas nunca estuvieron muy a la altura del mito. Los éxitos de Lamarr incluyeron Boom Town, con Clark Gable y Spencer Tray, My favourite Spy con Bob Hope, y Samson y Delilah, de Cecil B DeMille, la película más taquillera de 1949.
Sin embargo, hubo más desaciertos que éxitos, y la actuación de Lamarr podía ser poco natural y distante, como si su mente estuviera en otras cosas.
Y quizás lo estaba. Su afición era inventar, y mientras otras estrellas de Hollywood estaban en fiestas, Lamarr se quedaba en casa, jugueteando con un diseño para un semáforo, o experimentando con una pastilla soluble.
Su idea más revolucionaria fue una que, ella esperaba, ayudaría a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Con la información valiosa sobre armas que había obtenido en las cenas organizadas por Mandl, inventó un concepto de sistema de "cambio de frecuencias": para evitar que los enemigos interfirieran con las señales de radio entre un avión y un torpedo guiado, sus comunicaciones saltarían simultáneamente a nuevas frecuencias.
Trabajando con George Antheil, el compositor vanguardista, Lamarr registró una patente en 1942, pero su invento fue rechazado por la Armada de Estados Unidos. Simplemente era algo muy adelantado a su tiempo.
Reconocimiento tardío
Décadas después, ella y el mundo aprendieron que sus inventos habían sido incorporados en la tecnología de los celulares, y en 1966, cuatro años antes de su muerte a los 85 años, la Electronic Frontier Foundation (una organización que defiende los derechos en el mundo digital) la honró a ella y a Antheil con su Premio a los pioneros.
Pero no fue un consuelo para alguien que había pasado a ser conocida como solitaria amargada.
Después de que su estrella se extinguiera en Hollywood, se retiró a Florida, y llegó a los titulares por cosas como robar en las tiendas, o cuando se hizo una cirugía plástica ruinosa, o cuando publicó, y luego repudió, su propia autobiografía.
Algunos fans la ven como una víctima de los prejuicios sexistas: una mujer demasiado atractiva como para ser tomada en serio como actriz o como inventora.
Ella misma potenció esta interpretación. Su cara, escribió, "me causó tragedias y dolor de corazón durante cinco décadas. Mi cara es una máscara que no puedo quitarme: siempre tendré que vivir con ella. La maldigo".
Pero esta narrativa la sitúa como alguien débil y pasivo, mientras que ella en realidad tomó control de su destino una y otra vez, ya fuese escapando de una escuela suiza o de un marido tirano.
En Hollywood, peleó por los papeles que quería, instruyendo a su agente para que llamase a DeMille, o empujando a Orson Welles a contratarla como Lady Macbeth.
No solo tenía el genio de la invención, sino en el de la reinvención.