Cómo una buena dieta puede revertir el cambio climático
¿Cómo alimentar a toda la humanidad? Esta pregunta es el foco del Día Mundial del Hambre de Naciones Unidas año tras año. Pero este 16 de octubre hay otra interrogante que se suma: ¿cómo pueden las personas seguir una dieta saludable y, al mismo tiempo, proteger el planeta?
Esta inquietud ha sido investigada por los expertos del Centro John Hopkins para un Futuro Habitable en Baltimore, Estados Unidos. Para ello, analizaron la situación alimentaria en 140 países diferentes y el impacto que esto tiene en el clima.
Para las naciones industrializadas la solución es clara, apunta Martin Bloem, coautor del estudio: "La gente en Europa y Estados Unidos debe cambiar urgentemente su dieta, comer más vegetales y menos productos animales, lo que incluye carne, leche y huevos, para mitigar el cambio climático”.
El estudio también muestra que una dieta que consta de solo un tercio de productos de origen animal y dos tercios de vegetales, tiene una huella climática y de agua más pequeña que la clásica dieta lacto-ovo-vegetariana, que se basa en evitar la carne y el pescado, pero sí contempla el consumo de huevos y productos lácteos.
¿Por qué los alimentos animales son dañinos para el clima? La ganadería es responsable de casi el 15 por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El 65 por ciento de estas emisiones son causadas por la crianza de ganado. En el segundo lugar se encuentra la producción de carne de cerdo, con el nueve por ciento, seguida de la leche, que representa el ocho por ciento, el mismo porcentaje que aporta la producción de huevos y pollo.
La mayoría de los gases de efecto invernadero se centran en el metano (CH4), un gas que los animales generan durante la digestión. La ganadería produce otros gases de efecto invernadero como el óxido nitroso (N20) y el dióxido de carbono (CO2), estos últimos originados principalmente debido a la producción de pienso, que implica la aplicación generalizada de fertilizantes a base de nitrógeno.
¿Más gases de efecto invernadero contra el hambre?
Sin embargo, lo que ocurre en países occientales no necesariamente se da en otras partes del mundo. "La situación en los países más pobres no es la misma que en las naciones de altos ingresos, donde las soluciones en este ámbito son mucho más claras”, dice Bloem. Con más de 800 millones de personas en el mundo que sufren hambre diariamente, el impacto climático no puede ser la única guía que aconseje lo que las personas deben comer, escriben los autores del estudio.
"Es probable que algunos países como Indonesia, India y la mayoría de los países africanos, necesiten aumentar drásticamente sus emisiones de gases de efecto invernadero, así como el consumo de agua para combatir el hambre”, dice Bloem. Debido a que existe desnutrición en estas naciones, el 40 por ciento de los niños de hasta dos años de edad no reciben los nutrientes necesarios, por lo que su crecimiento se ve afectado, al igual que sus órganos y el desarrollo de sus funciones cerebrales.
"Esto tiene un gran impacto educativo en esos países. Por lo que resulta relevante prevenir esta inhibición del crecimiento, y para esto necesitamos alimentos de origen animal”, señala Bloem. Especialmente la leche y los huevos son una fuente importante de proteínas para niños y mujeres embarazadas.
El pescado puede hacer la diferencia
Una solución, dice Bloem, podría ser fortificar los productos vegetales, como los cereales, con nutrientes y vitaminas esenciales. Esto reduciría el consumo de productos animales, que tienen un alto costo tanto para las personas como para el clima. Sin embargo, la fortificación de alimentos hasta ahora no ha sido un tema prioritario en los países más pobres.
Bloem señala un hallazgo clave en el estudio: las proteínas del extremo inferior de la cadena alimenticia, como los moluscos o los peces pequeños, tiene una incidencia muy pequeña el el medio ambiente, casi como una alimentación vegana. "En muchas partes de África y Asia, donde el consumo de leche es muy bajo, los peces pequeños son la principal fuente de proteína y calcio”, dice el autor del estudio.
"El 80 por ciento del pescado que se produce hoy proviene de Asia y se exporta a Europa y Estados Unidos. Y el alimento que se les da a los peces más grandes que llegan desde Asia son precisamente pequeños peces, lo que significa que las personas en esos países no tiene acceso a las fuentes de proteína y calcio que son vitales para ellos”.
Lugares de producción
Los investigadores también encontraron que la producción local no siempre es la mejor opción desde el punto de vista climático. Por ejemplo, la producción de medio kilo de carne de res en Paraguay causa casi 17 veces más gases de efecto invernadero que medio kilo carne de res producida en Dinamarca. A menudo, este desequilibrio se debe a la deforestación que se requiere para producir pastos para los animales, según el estudio.
"Por lo tanto, el país de origen de un alimento puede tener gran impacto en el clima”, dice Bloem. "En Europa, por ejemplo, el suelo es mucho más fértil, lo que hace que la producción sea más eficiente allí, por lo que el comercio podría ser bueno para el clima si los alimentos se producen en lugares donde el impacto climático es menor”, destaca Bloem, "incluso teniendo en cuenta las emisiones para el transporte”.
Nueve dietas para el clima
Al final del estudio se plantean nueve dietas nutricionales adecuadas para proteger el clima, dependiendo de la región. Comenzando con el abandono de la carne roja, pasando por la dieta lacto-ovo-vegetariana y llegando hasta el veganismo. "Nuestra investigación muestra que no existe una solución única para abordar la crisis climática y alimenticia, depende del contexto. Las pautas para la producción de alimentos deberían reflejar eso en cada país”, escribe Keeve Nachman, principal autor del estudio.
Una cosa que muestra el estudio claramente es que, sobre todo, las naciones industrializadas pueden ejercer influencia. Por esto se les pide que asesoren y ayuden a los países en desarrollo a evitar los pecados ambientales cometidos por las naciones ricas.
"Hacer más”
Los autores del estudio apelan a las personas en el mundo occidental a que hagan más sobre lo relacionado a la comida y el cambio climático. Podrían permitirse gastar más para pagar las consecuencias negativas de la producción de alimentos.
"Mientras que la generación de los baby boomer en los países desarrollados gasta solo el 10 por ciento de sus ingresos en alimentos, la misma generación en países como Nigeria, Kenia o Bangladesh tiene que gastar del 50 al 60 por ciento de sus ingresos en alimentos", concluye Bloem.