La conmovedora cinta peruana protagonizada por una anciana que nunca había visto una película
En un rincón de los Andes peruanos, Willka y Phaxsi son la vida que resiste al frío y a la soledad del Altiplano. Son el vestigio de una cultura y una lengua milenarias en peligro de extinción. El rostro de los ancianos abandonados que viven añorando una visita.
Vicente Catacora y Rosa Nina dan vida en el largometraje "Wiñaypacha" (Perú, 2018) a estos dos octogenarios que forman una pareja entrañable.
A los pies del majestuoso Allincapac, a más de 5.000 metros sobre el nivel del mar, los protagonistas de este filme -el primero grabado íntegramente en aimara- sobreviven a las inclemencias del tiempo y la miseria, esperando que un viento les traiga de vuelta a su hijo emigrado.
Sol y Luna (sus nombres en la lengua ancestral) sufren, lloran, ríen y viven conectados a su amada Pachamama, la Madre Tierra.
El joven cineasta puneño Óscar Catacora, de 31 años, nos cuenta su historia. No le hacen falta música, ni movimientos de cámara, ni efectos especiales: 96 planos fijos bastan para componer una narrativa que conmueve y estremece.
Es su primera película y ya ha cosechado éxito: ganó en el Festival de Cine de Guadalajara (México) los premios a Mejor Director Joven, Mejor Ópera Prima y Mejor Fotografía, y será postulada por Perú a los Oscar y a los Goya como mejor película extranjera e iberoamericana de 2019.
BBC Mundo conversó con él en el marco del festival Hay Arequipa, que se celebra entre el 8 y el 11 de noviembre.
"Wiñaypacha" es una historia de ficción, pero también autobiográfica. Su protagonista, Vicente Catacora, es tu abuelo materno. ¿Qué otros componentes de tu vida personal hay en el filme?
Viví parte de mi infancia con mis abuelos paternos en las zonas altas de la región de Puno, a unos 4.500 metros de altura. Ellos no hablaban castellano, por eso yo hablo perfectamente la lengua aimara. La película se basa en ese pasado con mis abuelos y en la nostalgia que ellos sentían por la ausencia de mi papá y de sus otros hijos.
Mi padre me envió a vivir con mis abuelos siendo bastante pequeño, yo tenía 6 ó 7 años. Y lo hizo también con mi hermano. Vivíamos allá tres o cuatro meses durante las vacaciones. Existe esa costumbre entre quienes viven en las zonas altas del Perú. Es una tradición necesaria que hoy en día se está perdiendo.
Mis abuelos paternos fallecieron hace varios años. Para la producción de la película estuvimos buscando a algún actor que pudiera interpretarlos y, finalmente, decidimos apostar por mi abuelo materno, quien también es aimara. Él apoyó mucho el proyecto por una cuestión familiar.
Rosa Nina, la mujer que interpreta a Phaxsi, no es tu abuela, pero tampoco es actriz. ¿Cómo fue trabajar con ella?
A Rosa nos la recomendó un amigo por sus cualidades artísticas y su carácter sociable. Fuimos a su casa y ella aceptó de inmediato nuestra invitación.
La señora nunca había visto una película y nunca había ido a una sala de cine. Recuerdo muy bien cuando dijo: "No sé muy bien lo que me están proponiendo, pero les voy a apoyar". Para nosotros fue increíble recibir esa respuesta. Y hablar en aimara con ella fue clave.
Luego tuvimos seis meses de intenso trabajo de preparación actoral. Al principio, (Vicente y Rosa) se equivocaban mucho en el diálogo, trataban de improvisar, no dominaban las pausas, el ritmo... no fue fácil. Era algo nuevo para ellos.
¿Qué fue lo que te inspiró a realizar esta película?
Durante mis prácticas en Comunicación para el desarrollo visité varios pueblos altoandinos en donde vi de cerca el abandono a las personas de la tercera edad. Sus hijos habían emigrado hacia la ciudad y muy pocas veces al año regresaban para verlos. Ellos, de alguna manera, sufrían el abandono.
¿Podría decirse entonces que el abandono es el tema central?
Así es. La película aborda varias temáticas, pero la central es el abandono a la tercera edad. Willka y Phaxi están alejados de la sociedad. Necesitan de otras personas, de otros seres que puedan acompañarlos y apoyarlos.
Yo tengo mucho respeto hacia las personas mayores. Gracias a mis padres he aprendido que a los mayores se les debe respetar, que son contenedores de sabiduría.
Pero en Perú y en otras partes del mundo hay muchas personas que nunca visitan a sus padres y abuelos. Es una realidad que existe. Mucha gente está perdiendo el respeto a sus mayores. Los ignoran y los tratan mal.
En la ciudad y en los pueblos, un adulto mayor es un estorbo. En cambio, en la cultura andina no existe eso: cuanto más mayores, más veneradas son las personas.
La película también habla sobre la pérdida de identidad del poblador andino. La cultura y la lengua andinas han sido poco valoradas por parte de la sociedad. Recién ahora se les está dando un poco más de importancia.
Habla sobre un efecto de la globalización: cuando un hijo migra a otro espacio social en busca de mejores oportunidades. Es una denuncia, una crítica hacia quienes abandonan sus raíces ancestrales.
En una escena, Phaxsi le cuenta a Willka que tuvo un sueño: su hijo va a regresar. La búsqueda del hijo es un tema recurrente. ¿A quién representa ese hijo? ¿Es al propio espectador?
Sí. Algunos me dicen que más que una indirecta es una directa a los espectadores que han abandonado a sus padres.
Pero también representa a nuestra sociedad, a los hijos que nunca van a poder continuar con el legado cultural. Ese hijo que se fue a un lugar ajeno y que nunca va a poder transmitir los conocimientos de su cultura a futuras generaciones.
Es como un hijo que nunca nació. Es una metáfora, en realidad.
¿Qué otras metáforas hay en la película?
Hay muchas. Una de ellas es el fósforo, que es un producto de la globalización. Los pueblos originarios se han convertido en dependientes del sistema globalizante. Por eso ocurren una serie de tragedias en la película.
Otra metáfora es la escena final, que aborda la cosmovisión andina. Por eso se habla mucho de la Pachamama, la Madre Tierra. En la cultura andina, los cerros tienen sexo. Existe un cerro macho y un cerro hembra, y existe la pareja de cerros. La abuela ingresa a esa montaña para convertirse en una diosa, en un ser sagrado. Pasamos un buen tiempo buscando ese entorno natural para concluir la película. No fue fácil encontrar la geografía adecuada.
La montaña es otra protagonista del filme. ¿Cómo fue rodar a más de 5.000 metros de altura?
Fue un gran reto. A pesar de que en la ciudad de Puno vivimos a 3.800 metros sobre el nivel del mar, ascender más de 1.000 metros es complicado porque se nota la diferencia climática. Estuvimos trabajando en ocasiones a cero grados, a veces menos.
Pero nunca diríamos que fue sacrificado. No nos quejamos del trabajo. En la cultura aimara el trabajo no es ningún castigo de Dios.
Y sí, la montaña es importante. A los Andes se les considera una belleza paisajística para tomarse una buena fotografía. Sin embargo, uno no se da cuenta de lo que está escondido detrás de ese cerro. Detrás de ese cerro puede haber una familia como Willka y Phaxsi esperando a su hijo. Puede haber una cultura que viene siendo maltratada por la incursión de las empresas mineras o de otras instituciones.
La película, de alguna manera, expone esa realidad.
Hay, sin duda, una fuerte intención de crítica política en "Wiñaypacha".
Sí. Es una crítica al Estado que abandona a los pueblos originarios. Es una mirada política para que el Estado se preocupe por estas poblaciones vulnerables.
Perú es un país pluricultural. Existen alrededor de 49 lenguas nativas. Algunas están desapareciendo poco a poco. El Estado peruano recién en los últimos años está promoviendo su recuperación y conservación.
Los pueblos indígenas van recibiendo apoyo de alguna manera. Pero yo temo que sea mal utilizado con el pretexto de conservar y que muchos se aprovechen de eso. Considero que es un tema delicado de abordar.
Debería haber más políticas de protección y apoyo, pero con un tratamiento cuidado. La idea no es que el Estado convierta a estos pueblos en dependientes. Debería haber un fortalecimiento para ellos, brindarles apoyo para que aprendan a sostenerse después. El Estado debería evitar que el pueblo aimara dependa de él.
¿Qué mensaje te gustaría transmitir a quien vea tu largometraje?
Que entiendan que la unidad familiar es lo más importante en la vida. Que aprendan a valorar sus costumbres y tradiciones. Que valoren un poco la importancia de su familia. Que miren al pasado, de dónde vienen, eso les va a ayudar a proyectarse hacia el futuro.
Mi abuela solía decir que así como tu tratas a tus padres te van a tratar tus hijos cuando tú seas mayor.
¿Y qué interpretación no te gustaría que se hiciera?
No me gustaría que se interpretara al pueblo aimara como un pueblo ignorante, ni tampoco como un pueblo miserable.
Uno de los mayores valores del pueblo aimara es el orgullo. Hemos sido un pueblo muy resistente y hemos enfrentado con esa gallardía a algunas culturas que alguna vez quisieron avasallarnos.
Ganadora del concurso regional del Ministerio de Cultura, varios premios en el Festival Internacional de Guadalajara, postulaciones a los Oscar y a los Goya, críticas favorables... ¿Esperabas el éxito que está teniendo tu ópera prima?
En realidad, no. Quisimos hacer bien la obra para aportar a la cinematografía nacional cuando ganamos el concurso del ministerio en 2013. Esa fue nuestra única intención. No fue estar en los festivales o en una muestra internacional.
Y es satisfactorio escuchar las buenas noticias que está recogiendo por el mundo, pero tal vez no lo expreso mucho.
Puede que eso tenga que ver con mis raíces. El hombre aimara no es una persona que se emocione fácilmente. No quiero decir que sea insensible, pero no exteriorizo mucho esa emotividad. Lo siento y lo vivo de manera interna. Y a veces lo comparto.
Pueden ver aquí el tráiler de la película:
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Arequipa 2018, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad peruana entre el 8 y el 11 de noviembre.