A inicios de julio, pocos días después de las primarias presidenciales que convirtieron a Sebastián Piñera en candidato presidencial de Chile Vamos, el ex Mandatario invitó a su casa a los timoneles y secretarios generales de la coalición.
Junto con analizar los próximos pasos a seguir en la campaña, los presentes abordaron un tema complejo para todos: la conformación de la plantilla de candidatos al Parlamento.
La principal duda expuesta en la conversación fue qué hacer con los candidatos que estén formalizados por la Fiscalía. Ante la consulta, la UDI y RN comenzaron a recriminarse mutuamente, por la presencia de aspirantes con problemas judiciales en sus respectivas listas, hasta que Piñera -incómodo por la situación- tomó la palabra para advertir a los presentes: “Señores, ¿qué criterio común vamos a tomar?”.
La relación con los partidos de su sector volvía a generar entonces un dolor de cabeza para el ex jefe de Estado, que en los últimos días define fórmulas para cerrar cuanto antes uno de los principales flancos para su carrera presidencial: mantener la unidad de su coalición y evitar aguas turbulentas para los tres meses que restan de campaña para la primera vuelta.
El propio ex Mandatario se ha mostrado disponible a mediar en Chile Vamos para evitar un desangramiento entre los partidos, y de ello tomaron nota en la oposición, donde consideran que Piñera buscará tener un rol protagónico en las candidaturas al Parlamento e intentará zanjar las controversias internas.
El costo de las negociaciones
La definición de Piñera tomó fuerza esta semana, en medio de las dificultades que han surgido entre los partidos para conformar una lista unitaria y las amenazas de Evópoli de postular al Congreso con una nómina propia, acusando una falta de entendimiento con la UDI.
En el equipo de Piñera son conscientes de que lograr un éxito en las negociaciones es el primer test político del ex Mandatario para exhibir su ascendencia y liderazgos ante sus partidarios. Por ello, dejar que el bloque lleve dos listas es visto como un fracaso que traería consecuencias negativas para un eventual gobierno.
Esto, porque el 'piñerismo' está convecido de que, aunque logre ganar las presidenciales, lo más probable es que el sector no consiga mayorías en ninguna de las dos Cámaras. Esta situación hará difícil la gestión del Ejecutivo para echar a andar el programa de gobierno.
Por eso, Piñera ha insistido en privado durante los últimos días que los riesgos de llevar dos listas podrían generar derrotas en varios distritos clave para la coalición.
Esta semana el ex Presidente volvió a emplazar públicamente a lograr un acuerdo cuanto antes, junto con advertirle a Chile Vamos que sólo intervendrá con la autorización de las cuatro directivas y con una cantidad reducida de cupos pendientes.
De ‘Sebastián’ a ‘Presidente’
En el bloque todos afirman que el campo de acción de Piñera para influir en estas negociaciones es mucho más amplio hoy que durante su gobierno.
“En 2009 todos lo llamábamos ‘Sebastián’. Hoy, para todos, es ‘Presidente’”, relata un ex miembro de la directiva UDI, en alusión a la campaña presidencial pasada en la que, según admite, la relación con el ex Mandatario era muy distinta.
El mismo dirigente dice que, en la contienda anterior, Piñera carecía de varias herramientas con las que hoy sí cuenta: no tenía a los partidos alineados detrás de su figura y tampoco estaba especialmente interesado en tomar en cuenta las propuestas de las directivas.
Su estilo quedó en evidencia en 2010, cuando confirmó un gabinete de “técnicos” que resintió el bloque completo.
“En el nombramiento del primer gabinete, los partidos se sintieron poco representados y eso provocó un mal funcionamiento, cuando puso más técnicos que políticos. No había ministros capaces de interactuar con los partidos y eso tuvo que corregirse urgentemente con la llegada de Andrés Chadwick, Pablo Longueira o Andrés Allamand al gabinete”, recuerda el académico de la UDD, Gonzalo Müller.
Al día de hoy, las cúpulas partidarias admiten que el hecho de que Piñera lidere las encuestas y se considere como un “probable” ganador en las elecciones del 19 de noviembre, le da un margen de movilidad similar al que tuvo Michelle Bachelet con la Nueva Mayoría, en su campaña de 2013.
Pero además, en el conglomerado explican que, en esta pasada, el ex Presidente es más cuidadoso con los partidos. Los escucha más que antes. La mejor prueba de eso es que los incluye en una serie de reuniones internas del comando, donde los cuatro partidos están representados y pueden dar su opinión.
Con todo, a diferencia de su administración anterior, donde enfrentó fuertes conflictos con los entonces presidentes de RN y la UDI, Carlos Larraín y Patricio Melero, respectivamente, en esta pasada Piñera ha dejado ver que tiene mayores grados de poder ante ambas colectividades.
En el bloque describen que hace dos semanas esto quedó evidencia en el caso del actual timonel de RN, Cristián Monckeberg, a quien Piñera obligó a que su bancada rechazara el proyecto que otorga gratuidad en la educación pública universitaria para un 60% de los sectores más vulnerables, a pesar de que los diputados habían definido votar a favor.
En el caso de la UDI, en el propio partido dicen en privado que será difícil para la presidenta gremialista, Jacqueline van Rysselberghe, desconocer una decisión que Piñera tome para destrabar la negociación parlamentaria.
Esto, debido a que la legisladora deberá resguardar la influencia de su partido en la composición de un posible gobierno. Es decir, para el gremialismo, será clave lograr amplios niveles de presencia en los nombramientos del gabinete y otros cargos de poder.
Por ahora, en el comando sienten que el ex Presidente tiene la sartén por el mango: pocos querrán contradecirlo y buscará consolidarse como un factor de unidad en la coalición.