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Política

Carlos Peña: "Esta crisis es una lección para quienes gustan creer que la economía es prescindible"

Carlos Peña: "Esta crisis es una lección para quienes gustan creer que la economía es prescindible"
T13
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Rector de la Universidad Diego Portales aborda la forma en que se ha enfrentado en Chile la pandemia y los efectos sociales que deparará el virus. Apunta contra la "ansiedad presidencial", pero valora que el Mandatario haya convocado a un acuerdo nacional con foco en lo económico. "Temo, sin embargo, que hay sectores de oposición que esperarán alcanzar acuerdos en torno a reformas más estructurales, no sólo medidas de urgencia", advierte, en entrevista con T13.CL.

Por Daniel Labarca

En las últimas semanas, el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, volvió a poner en el foco de sus columnas en El Mercurio lo que él ha definido como la "ansiedad presidencial". Un análisis que justifica en funcion de episodios ocurridos durante la crisis de la pandemia pero que lo visualiza en un carril paralelo al de la gestión frente a la crisis, donde cree que Sebastián Piñera ha adoptado decisiones correctas. "No hay mayor disputa acerca del fondo de las medidas presidenciales que parecen ser las únicas posibles en estos momentos desgraciados", sentencia.

En esa misma línea, el ensayista valora el llamado a un gran acuerdo nacional con foco en la economía, aunque no tiene certeza de si tendrá éxito pues cree que la oposición buscará impulsar reformas más estructurales. Descarta que haya un correlato entre las inquietudes sociales que afloraron post 18 de octubre y los efectos de la pandemia pues cree que ni siquiera aún están claras cuáles son las demandas ciudadanas. 

Descreído de que el Covid 19 suponga "un giro en la evolución histórica", el autor de "Pensar el Malestar" plantea que Chile "será claro más pobre, algunos grupos medios que abandonaron hace poco su condición proletaria experimentarán acercarse de nuevo a ella. El rostro feo de la realidad asomará de nuevo entre nosotros". "Pero todo eso ya lo sabíamos", asegura el abogado. "Sólo que de un tiempo a esta parte nos habíamos empeñado en olvidarlo", sentencia.

- La pandemia del coronavirus nos enfrenta a imágenes que no eran parte de la agenda pública en las últimas décadas: un desempleo disparado, ollas comunes, y la certeza manifestada por varias autoridades de que habrá gente que pasará hambre. ¿Qué revela de Chile y de su proceso social y político el impacto que está teniendo el Covid-19?

El coronavirus es un acontecimiento sorpresivo que irrumpió en la vida ciudadana de todos los países y ninguno saldrá indemne de él.Todos ellos, con mayor o menor intensidad, verán imágenes como esas que habían olvidado.  Eso es obvio y no sólo propio de Chile ¿Hay algo que ese fenómeno revele específicamente de la realidad chilena y que haya estado oculto? No mucho en realidad. Sabíamos que más o menos el 10% de los chilenos y chilenas vivía en la pobreza; que amplios grupos medios al menor tropiezo podían retroceder; y que la inmigración planteaba importantes desafíos que el país fue lento en enfrentar. Confío que nadie pretenda que todo eso se reveló gracias al virus. Es de esperar también que no se atribuyan a la pandemia efectos que no tiene ni tendrá: hay quienes quisieran ver en esta pandemia una especie de refutación del proceso que Chile ha vivido en las últimas décadas, olvidando que gracias a ese proceso Chile saldrá más rápido de la crisis que el resto de la región; otros que creen que el 18 de octubre sumado a la pandemia podría permitir obtener lo que, hasta ahora, las urnas han negado, etcétera. No hay que perder la sobriedad frente al fenómeno: la pandemia no es ni una revelación de algo ante lo que estábamos ciegos, ni será un giro en la evolución histórica.

- ¿Era inevitable la magnitud de la crisis social que se percibe provocará el virus?

Lo que ha ocurrido es un caso fortuito o, si usted prefiere, un asunto de fuerza mayor. Los juristas definen a ese fenómeno como un imprevisto que no es posible resistir.  Y eso es, en buena parte, lo que hoy estamos viviendo. Ni la pandemia era previsible, ni sus efectos evitables. Si usted paraliza la economía, como es inevitable para hacer más lento el contagio, la crisis social que sobreviene es la consecuencia, el precio que usted paga para detener la pandemia. Las sociedades descansan en la forma en que reproducen materialmente la vida y a eso se llama economía. Si usted la detiene o la hace más lenta  -como en este caso pareció inevitable- es la vida misma la que se ve afectada.  Esta es una lección para quienes gustan creer que la economía es prescindible o que está a disposición de la voluntad. Y, no está de más recordarlo, no hay ningún país que se exima de ella. El mundo vivirá una recesión hasta hace poco inimaginable ¿Pudo ser mejor la situación de Chile? No es serio decir eso, salvo que se olvide que este es un país que salió hace apenas 30 años de una situación en que la mitad de las personas vivía en la pobreza. Lo terrible, cuando se mira lo que ocurre, es que aunque suene exagerado decirlo, esta crisis sorprendió a Chile en un buen pie ¿Se imagina lo que habría sucedido hace treinta años cuando la mitad de la gente era pobre? Sitúese usted en cualquier otro momento de la historia de Chile y pregúntese qué habría ocurrido con una peste como esta. Después de ese experimento de la imaginación es probable que nadie crea que, con una peste como esta, pudimos estar mucho mejor.

- Hay quienes dicen que la reacción ante la pandemia confirma que Chile venía por buen camino y que no es necesario partir de cero, en una referencia implícita al proceso constitucional.  

Mire, el proceso constitucional no tiene que ver con torcer el rumbo que Chile traía. El proceso constitucional tiene por objeto llevar adelante un esfuerzo reflexivo sobre los vínculos que nos unen. Algo que, me parece, es necesario y no amenazante. Es cierto que hay quienes creen que el proceso constitucional es una forma de torcer el rumbo como lo esperan tanto algunos de quienes lo impulsan, como otros que le temen. No creo ni lo uno ni lo otro. La tarea de una constitución es fijar los límites de la vida en común, no trazar políticas públicas. El fetichismo constitucional -creer que la constitución nos cambiará la vida para bien o para mal, de un día para otro- es simplemente absurdo.

- Desde la otra vereda, aseguran que el virus subrayó las demandas enunciadas en el estallido de octubre. ¿Hay correlación entre las demandas sociales y políticas con lo que reveló el virus?

Es evidente que no. Confundir el miedo frente a la naturaleza o el virus, con las demandas de índole política o social, es un abuso retórico, una forma de servirse de este tiempo desgraciado en favor de los propios intereses. Confundir el miedo de los grupos medios frente a la enfermedad repentina, con demandas de largo plazo que el proceso político aún no establece, no me parece serio ni riguroso. 

- En este contexto, ¿Qué tan inminente puede ser el retorno de las protestas producto de este nuevo escenario?

No lo sabemos, ni es posible saberlo. Dependerá, en buena parte, de la actitud de la clase política. En octubre y hasta la llegada de la peste Chile vivió una política del entusiasmo envuelta en la creencia que se trataba, sobre todo, de redistribuir el bienestar. En esta sensación estuvieron envueltas la izquierda y la derecha. Sólo la mezquindad -se pensaba- impide que el bienestar se distribuya mejor. Hoy la situación ha cambiado radicalmente.  Vendrán tiempos de pobreza, el país va a retroceder desde el punto de vista del bienestar, y la muralla de la realidad se va a elevar ante nosotros. Será la hora de una política de mayor contención, más atenta a la amarga realidad. Una política responsable deberá no atizar el fuego de las expectativas, si no hacer el esfuerzo de orientarlas y contenerlas, como única forma de salir adelante. La amarga grandeza de la política se prueba en la capacidad de los líderes para mostrar la realidad y saber afrontarla tal como es. Alentar la protesta en la forma que ella poseyó en octubre sería a fin de cuentas inútil. El único camino abierto ante todos es el debate constitucional para establecer reflexivamente los vínculos que nos unen y la recuperación de una política democrática que es -hay que repetirlo una y mil veces- una disputa pacífica por el poder.

- Tomando en cuenta la profundidad de la crisis social producto de la pandemia ¿Sigue siendo el proceso constitucional una vía terapéutica, como usted señaló en su momento, para resolver las diferencias que han surgido en la sociedad chilena?

Bueno hasta donde yo veo lo que hay es una pandemia cuyo resultado más inmediato es una crisis social, como usted dice. Pero una cosa es la crisis producto de la pandemia, de la que será posible salir con un acuerdo de recuperación económica  ojalá entre todos los sectores y otra cosa -distinta- lo que se llamó el estallido social cuyas causas se han mirado hasta ahora con cierto simplismo. No hay que confundir ambas cosas. El coronavirus no es una extensión de las protestas de octubre, tampoco sus consecuencias. Una cosa es hacer frente en lo inmediato a la pandemia y sus consecuencias previsibles; otra enfrentar el debate acerca de la cuestión constitucional y los temas del diseño institucional. Dicho eso es obvio que el debate constitucional nada tiene que ver, me parece, con la crisis de la pandemia, salvo claro, que en la constitución se prohiban terminantemente los virus, algo que supongo nadie estará tentado de proponer.

La "propuesta razonable" y la "ansiedad presidencial"

- En las últimas semanas surgió la opción de un pacto social, que fue desechado desde sectores del gobierno y la oposición. E inmediatamente después, el Presidente Piñera llamó a un acuerdo con foco en lo económico, luego de un fin de semana donde abundaron propuestas en esta línea. ¿Es correcta la decisión del Mandatario?  

Me parece que sí. Otra cosa es, desde luego, que ese acuerdo se alcance. Entiendo que el propósito presidencial es convenir medidas que atiendan a la urgencia y que, a la vez, permitan, una vez que la pandemia aminore, una rápida recuperación. Así entendida, su propuesta parece enteramente razonable. Converger en torno a medidas que permitan afrontar la crisis sanitaria y sus consecuencias, es enteramente pertinente. Temo, sin embargo, que hay sectores de oposición que esperarán alcanzar acuerdos en torno a reformas más estructurales, no sólo medidas de urgencia. Como ha venido ocurriendo desde octubre, hay sectores que esperan que las circunstancias -y no la simple política democrática- les permita situar su agenda.

- ¿Hay espacio para avanzar en un acuerdo trasversal que aborde las principales demandas de la ciudadanía?

Pero ¿cuáles son las principales demandas de la ciudadanía?  La pregunta supone que sabemos con claridad cuáles son esas demandas y temo que no es el caso. Sabemos lo que la oposición identitica como esas demandas, y sabemos lo que los sectores gubernamentales creen respecto de ellas. Pero no creo que exista un consenso o convergencia en torno a una agenda de demandas ciudadanas de manera que el problema consista no en identificarlas si no en ponerse de acuerdo acerca de cómo resolverlas. El problema es que no se sabe del todo cuáles son las demandas ciudadanas: ¿las que se manifestaron en la última elección presidencial de hace apenas dos años? ¿las que se manifestaron en la marcha de octubre? ¿la de los grafittis en las paredes de la ciudad? ¿las que sugieren los partidos cuyo apoyo en las encuestas es mínimo? ¿las que, con aspavientos innecesarios, divulgan los matinales? Sabemos algo acerca de las necesidades más urgentes -salir de la crisis sanitaria, resolver el problema del hambre que acecha a algunos sectores- pero creer que eso es una agenda de largo plazo o confundirlos con lo que usted llama la agenda ciudadana, es un error. En una democracia las demandas y los intereses de los ciudadanos se identifican mediante el proceso político y, en especial, a través de las elecciones. No hay que confundir la urgencia o los intereses de los partidos que aún no se procesan mediante el proceso electoral, con las demandas ciudadanas.

Quizá, permítame extenderme en esto, uno de los problemas públicos es que los medios de comunicación, los académicos, los intelectuales, tienden a dar por resuelto el principal problema que es, justamente, saber cuáles son las demandas de la ciudadanía en el largo plazo, no las necesidades acuciantes. Por alguna razón que abreviadamente podemos llamar simplismo, a contar del 18 de octubre hay muchos que creen que las demandas ciudadanas están claras y que el único problema que resta es saber cómo resolverlas. Todo eso es un error.

- Si hubiera espacio para un pacto, ¿quienes deberían liderarlo?

Bueno, un mínimo respeto por las reglas -algo que no se contrapone en absoluto al espíritu crítico- es que cualquier pacto de índole nacional debe incluirlos a todos y al mismo tiempo liderarlo el presidente. No hay que olvidar lo fundamental: el presidente sigue siendo el presidente y es a él, ante todo, a quien le corresponde hacer converger a las fuerzas políticas en torno a un puñado de medidas para salir de la crisis. Esto además es necesario por razones constitucionales puesto que el presidente tiene la iniciativa exclusiva en cuestiones que importan gasto público.  Entiéndase: todo esto es necesario para salir de la crisis, algo que es distinto a desenvolver las agendas estratégicas de los partidos.

- En las últimas semanas usted ha vuelto a referir al liderazgo presidencial, a sus formas y consecuencias. ¿Qué evaluación global hace de la forma en que Piñera ha conducido esta crisis?

Lo que he llamado en un par de columnas la ansiedad presidencial -es decir, el apuro por aparecer resolviendo los problemas, como ocurrió con la nueva normalidad o la distribución de cajas de alimentos- es un defecto presidencial que salta a la vista y, como usted sin duda sabe, ampliamente compartido por los observadores de la política. En una situación de crisis la gente está más dispuesta que nunca a creer al poder y por eso el presidente debe ser cuidadoso en sus anuncios. Que el tiempo que media entre su formulación y la ejecución de lo que anticipa sea el menos posible. De otro modo se genera frustración y se siembra la desconfianza. En lo demás, creo que el presidente es un hombre eficiente, no cabe duda de eso. Y sus ministros también. Mañalich con seguridad en si mismo y Briones con una actitud que combina bien empatía con racionalidad. Creo que en general no hay mayor disputa acerca del fondo de las medidas presidenciales que parecen ser las únicas posibles en estos momentos desgraciados. Por supuesto podrá discutirse la disposición a gastar, con qué amplitud hacerlo, pero la dirección de las medidas -en esto no hay dos opiniones me parece- es correcta.

- Pero no parece ser esa la opinión de los economistas convocados por el Colegio Médico….

Mire, dejando aparte el hecho hasta cierto punto pintoresco que un grupo de economistas, como ha ocurrido en este caso, emitan opiniones a petición de los médicos (como si en un terremoto esperaran la petición de los sismólogos, o en la sequía de la asociación de geógrafos, en las inundaciones la de los metereólogos y así) no observo discrepancias de fondo entre lo que han dicho y lo que ha planteado el Ministro Briones, salvo que los economistas convocados por los médicos parecen tener menos aversión al riesgo que el ministro, algo que es natural en quienes no tienen responsabilidades de gobierno. Un responsable del gobierno debe tener una cierta aversión al riesgo más alta, desde luego, que la que puede tener quien carece de esa responsabilidad y no ha de afrontar las consecuencias de sus decisiones.

- ¿Cómo evalua entonces la respuesta general del gobierno ante la pandemia?  

Raymond Aron sugería, en momento difíciles como estos, preguntarse ¿qué haría yo en su lugar? Si todos -especialmente la oposición-  se hacen esa pregunta es posible que la distancia entre lo que las personas harían y lo que está haciendo el gobierno sea mínima.

"¿Qué cambiará? ¿Acaso será el fin del capitalismo?..."

- ¿Será un mundo tan distinto el que venga después del coronavirus? 

Mire hay quienes creen que la pandemia es un giro en la cultura de la humanidad, un cambio de época, el umbral de una humanidad renovada. Eso se ha creído una y mil veces -se creyó con las pestes medievales, se pensó cuando se descubrió el holocausto, fue la justificación de los totalitarismos, la promesa de todas las revoluciones- por mi parte no creo nada de eso. No creo que la cultura humana vaya a cambiar por una peste de dos meses o dos años, como prefiramos o temamos. Por supuesto hay ciertos procesos que se van a acelerar, el teletrabajo por ejemplo o la educación a distancia, pero de ahí a creer que el mundo será distinto me parece una total exageración. Hay en esto un anhelo casi religioso, la idea que de pronto en la historia irrumpe un acontecimiento que lo cambia todo, que enseña a los seres humanos a volver al buen camino. Son exageraciones infundadas, especulaciones de magazine, entretenciones especulativas  ¿Qué cambiará? ¿Acaso será el fin del capitalismo que será sustituido por una economía solidaria? No ¿Acaso los seres humanos cambiarán su forma de comportarse sustituyendo el egoismo por el amor al prójimo? Tampoco ¿La educación será ahora totalmente a distancia y la universidad y la escuela una experiencia virtual? No lo creo, el libro y la experiencia de la interacción como rutina intelectual son insustituibles. ¿Habrá un renacer del espíritu religioso y las iglesias volverán a llenarse de nuevo los domingos? No ¿Habremos recién descubierto que estamos rodeados por la enfermedad y la muerte? Salvo que todos sean adolescentes, es de esperar que no hayan necesitado la peste para darse cuenta de eso ¿Descubriremos que el consumo era malo y que lo realmente importante estaba en nuestro interior? Por supuesto que no, miré usted lo que pasó con el Apumanque y se curará de esas ilusiones ¿Habrá un renacer del amor al prójimo? Menos. Mire usted la xenofobia que ha brotado con los inmigrantes y esas ilusiones se desvanecerán ¿Se descubrirá el sosiego y las dulzuras de la vida familiar? Tampoco, muchos descubrirán más bien que hay algo así como un infierno doméstico.   Esto pasará y el ser humano seguirá siendo el mismo, con lo bueno y lo malo, ese embutido de ángel y bestia,  y las estructuras fundamentales en medio de las que nos movemos también.

- ¿La política, por ejemplo, operará de una manera distinta?

Mire la cultura política tal como la conocemos hoy es más o menos la misma que ya se describía en la literatura antigua. He citado sólo un ejemplo que está en Shakespeare, en cuya época hubo una terrible hambruna. Permítame darlo de nuevo. Un par de tribunos que han resuelto el problema del hambre en Roma, miran la multitud y reflexionan acerca de sus rivales: Preferirían -dicen—aunque tuviesen que sufrirlo, ver a las muchedumbres anárquicas infectar las calles, antes que a nuestros comerciantes cantando en sus tiendas y yendo alegremente a sus asuntos. La política, como casi todo lo humano, está hecha a retazos de genialidad, pero también de miseria.

Por supuesto nada de lo anterior impide que aparezca un liderazgo excepcional -los liderazgos excepcionales aparecen y se prueban en momentos difíciles- capaz de inspirar a la ciudadanía y orientar sus expectativas, alguien que en vez de estimular las expectativas, sea capaz de conducirlas y racionalizarlas que es la única forma de cambiar la realidad en una democracia. Pero algo así aún no se vislumbra en el horizonte. Por ahora la política está reducida al asistencialismo de urgencia, a la vocación repentina por convertirse en personaje de matinal,  o a la condición de espectadores que esperan que cuando la moneda de la peste deje de girar en el aire, caiga del lado que ellos apostaron. Ya llegará la hora de mayor sobriedad y reflexión.

- ¿Y Chile cambiará?

Será claro más pobre, algunos grupos medios que abandonaron hace poco su condición proletaria experimentarán acercarse de nuevo a ella. El rostro feo de la realidad asomará de nuevo entre nosotros y contribuirá a disipar el entusiasmo de las demandas incondicionales. Y la política descubrirá algo que suele olvidar: la política existe no para alcanzar la felicidad, si no sobre todo para eludir la desgracia y la miseria. Pero todo eso ya lo sabíamos, sólo que de un tiempo a esta parte nos habíamos empeñado en olvidarlo. Vuelve a ser cierto lo que decía Sorokin, un sociólogo exiliado en tiempos de Lenin que llegó a catedrático de Harvard, las sociedades transitan de ilusión en desilusión.

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