El rehén de Estado Islámico que fue liberado por el Talibán
La pesadilla de Nabi empezó en febrero, cuando un grupo de hombres armados detuvo el bus en el que viajaba por la carretera que va de Herat –en el oeste de Afganistán– a Kabul.
El obrero de la construcción, de 25 años y recién casado, se dirigía a la capital afgana en busca de trabajo.
Pero los pistoleros, que vestían de negro y llevaban máscaras, identificaron a todos los pasajeros de la etnia hazara para terminar llevándose a 30 a una remota aldea en la sureña provincia de Zabul.
Los primeros reportes responsabilizaron al Talibán por el secuestro, pero luego de dos días en cautiverio Nabi y los otros rehenes recibieron una vista nocturna de sus captores.
"Nos dijeron que eran del Estado islámico", recuerda Nabi. "Dijeron que querían intercambiarnos por sus mujeres y niños, que estaban en poder del gobierno de Afganistán".
Los secuestradores decían provenir del vecino Uzbekistán y haber llegado a Afganistán junto a sus familias "para sumarse a la yihad".
"Entre ellos hablaban en uzbeko y con nosotros en darí", cuenta Nabi.
"Nos dijeron que eran unos 400. Tenían familias grandes y todos iban armados", relata.
Vendados
Los secuestradores grabaron a sus cautivos en video y después de algunos días los dividieron en dos grupos.
Al grupo de Nabi lo mantuvieron en una especie de anexo que se empleaba para albergar ganado.
Al inicio del cautiverio, el ejército afgano intentó rescatar a los 30 rehenes. Pero luego les perdieron el rastro.
"Estábamos vendados y con las manos atadas detrás de la espalda", recuerda. "Pero nos dimos cuenta que estábamos en una zona residencial porque podíamos oír las voces de mujeres y niños y los llamados a la oración".
Al inicio de su cautiverio, tropas del gobierno trataron de rescatar a los rehenes. Y llegaron lo suficientemente cerca como para que ellos se dieran cuenta.
"Escuchamos el ruido de helicópteros y de disparos", cuenta Nabi.
Pero el intento de rescate fracasó y, según el gobierno, eventualmente sus tropas perdieron el rastro de los cautivos, pues sus secuestradores los movían constantemente.
Nabi, sin embargo, afirma que durante los nueve meses que estuvo cautivo solamente lo cambiaron de ubicación cuatro veces.
También recuerda el tratamiento brutal que sus captores aplicaban a todos los rehenes.
"Cada uno tenía su propia forma de torturarnos", recuerda.
Miles de personas se manfestaron en Kabul luego del asesinato de otros rehenes a manos de Estado islámico.
Las palizas eran recurrentes. En una ocasión los obligaron a aparecer en un video vistiendo chalecos suicidas.
Pero lo peor fue cuando decapitaron a uno de los rehenes.
Filmaron el asesinato en frente de Nabi y sus compañeros.
Imitando los videos de las atrocidades de EI en Siria, los verdugos vestían máscaras negras y también tenían una bandera negra de fondo.
"Perdimos toda la esperanza, menos en Dios", dice Nabi. "Porque las torturas, la crueldad y las privaciones hacían que la muerte pareciera una mejor opción que seguir con vida".
Rescate inesperado
La liberación llegó cuando los Talibán intervinieron y atacaron el área controlada por Estado Islámico.
Primero los rehenes fueron trasladados, con los ojos vendados, a otra ubicación, en medio del ruido de disparos.
El reencuentro de Nabi con su padre.
Pero después de unos pocos días, los captores de Nabi desparecieron y hombres armados que hablaban en pashto llegaron a la casa.
"Cuando nos quitaron las vendas de los ojos vi a un hombre grande con barba. Me di cuenta que eran Talibán y me sentí aliviado", cuenta Nabi.
El grupo luego fue trasladado a la casa de un comandante local.
"Y unos 400 o 500 talibanes vinieron a felicitarnos. El comandante tuvo que pedirles que no nos abrazaran, porque estábamos muy débiles para sostenernos en pie", recuerda Nabi.
Según Nabi, varios de los uzbekos murieron o fueron capturados durante el ataque, pero no está seguro de qué pasó con el resto del grupo.
Ahora, de regreso en Kabul, donde viven sus padres, tres hermanos y dos hermanas, está tratando de recuperarse.
Está visiblemente traumatizado y tiene problemas renales provocados por las palizas a las que fue sometido.
Está recibiendo tratamiento médico y no puede trabajar ni viajar.
Le dijo a la BBC que, hasta el momento, el gobierno de Afganistán todavía no lo ha ayudado.