El mundo emergente tiene los ojos puestos en Turquía.
Los problemas de la economía turca—inflación, déficit, devaluación—se convirtieron en una amenaza mundial durante la última semana, desde que el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció un aumento de los aranceles del aluminio y el acero provenientes de Turquía en medio de una riña con el mandatario de ese país, Recep Erdogan.
India, Sudáfrica, México y Brasil son apenas algunas de las víctimas. Los inversionistas se desplazaron de los países emergentes hacia Estados Unidos y Europa en busca de más seguridad ante momentos de tensión financiera y política.
Con eso, los países emergentes, dependientes de los capitales extranjeros, se vieron afectados.
Pero ningún otro sufrió más que Argentina: después de la lira turca, el peso argentino ha sido el que más ha caído durante los últimos días.
Entre el pasado miércoles y este lunes, el valor del dólar en el país sudamericano aumentó casi 9%, llegando al simbólico 30 pesos por dólar, el punto más alto en décadas.
Ante una nueva corrida cambiaria, las autoridades financieras argentinas anunciaron una reestructuración de sus mecanismos de deuda local, aumentaron las tasa de interés (al 45%) y alocaron US$500 millones en el mercado de valores (el martes).
El país más vulnerable
Aunque puede verse como un detonante, el "efecto Turquía" no es la única variable que explica este nuevo desplome del peso.
Desde mayo, la moneda argentina viene cayendo debido a diferentes variables; una de ellas que las tasas de interés en Estados Unidos se han mantenido altas.
Pero el contexto internacional desfavorable agarró a Argentina en un momento de particular fragilidad, siendo su economía una históricamente vulnerable y desequilibrada.
Desde 2015, el gobierno del Mauricio Macri, un exempresario de centroderecha, ha estado intentando detener la inflación, reactivar el crecimiento y reducir el déficit fiscal con una estrategia de corte liberal.
Tras años de no emitir deuda en los mercados internacionales, Argentina saldó cuentas y volvió a recibir préstamos de inversionistas extranjeros. Esto aumentó la llegada de capitales por un tiempo, pero hizo al país más vulnerable ante los vaivenes mundiales.
Ahora que los mercados se han cerrado para el país, el gobierno se quedó corto de financiamiento y tuvo que acudir al Fondo Monetario Internacional para recibir un préstamo de hasta US$50.000 millones.
La medida, polémica en un país de malas experiencias con el organismo internacional, no evitó que el peso siguiera su desplome ni aumentó la confianza de los inversionistas.
Ahora Macri busca cumplir los requerimientos del FMI con un ajuste: recortando salarios y obra pública, y aumentado tarifas de servicios, entre otras cosas.
Pero nada ha impedido que los síntomas de su enfermedad—inflación, déficit, devaluación—sigan intactos en Argentina.