Oscar Landerretche: “Hay una sensación generalizada de que ya no somos tan buenos como antes”
-El problema de Chile está en su débil economía. Jorge Quiroz menciona que no estamos en un mal ciclo económico sino en una depresión que podría durar muchos años. ¿Compartes esa visión?
–El problema que enfrentamos es que la tendencia de desaceleración y estancamiento económico a largo plazo ha sido muy prolongada. Lleva mucho tiempo. He vivido en carne propia el proceso mediante el cual el país aceptó esta realidad. Cuando advertí que el modelo de crecimiento de Chile estaba obsoleto, que se agotaba, y que todas las tendencias apuntaban a la baja, muchos empresarios se mostraron indignados.
Sin embargo, la realidad nos alcanzó, y ahora tenemos una desaceleración estructural en las tasas de crecimiento que ha atravesado cinco gobiernos, dos de derecha y tres de izquierda. Lamentablemente en el largo plazo estamos en el nivel de estancamiento, en que se ve muy difícil que Chile tenga crecimiento demasiado superior a cero per cápita. ¿Qué significa eso el no per cápita? crecer al 1,5%, al 2%.
-Mencionas que hay que sumar el ciclo económico a esta tendencia a largo plazo. ¿Cómo afecta eso la situación actual?
–Venimos saliendo de uno de los ciclos más dramáticos de la historia económica: la pandemia. A nivel global, fue una desaceleración horrorosa seguida de una recuperación brutal, inflada por retiros de fondos, ayudas y políticas monetarias. Sin embargo, ahora estamos viendo cómo la recuperación se está desinflando.
Incluso me atrevería a decir que el empresariado veía una probabilidad muy alta de que el próximo gobierno fuera más cercano a ellos ideológicamente, que hacía estar más optimista. Desde ahí, la cosa ha ido empeorando.
-¿Crees que estamos en una depresión como señala Jorge Quiroz?
–No estamos en una depresión en términos macroeconómicos clásicos, que implica caídas en el PIB. Más bien, diría que el término “depresión” aquí aplica más como una categoría psicológica. Hemos pasado de ser un país que duplicaba su ingreso per cápita cada cierto tiempo, a uno que ahora está estancado, con perspectivas de crecimiento muy limitadas.
-En este contexto, ¿qué pasó con Chile?
–Hemos visto un deterioro en áreas donde antes nos destacábamos, como en la gestión de la energía y el agua. Chile llegó a ser uno de los países con menos días de corte de energía y con un suministro de agua potable confiable. Pero ahora, incluso en esas áreas, hemos visto un retroceso. Esto tiene un efecto psicológico en el país, en sus profesionales, empresarios, científicos, y académicos. Hay una sensación generalizada de que ya no somos tan buenos como antes.
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-¿Cómo impacta esto en la política?
-La dinámica de la política cambia drásticamente dependiendo de si la economía está en crecimiento o en estancamiento. En los años 90, cuando la economía estaba creciendo, la política se centraba en acuerdos, en cómo repartir una torta que se hacía cada vez más grande. Pero la política de los acuerdos requiere crecimiento económico y que sea creíble. Ahora, en cambio, con la economía estancada, la política se ha vuelto mucho más confrontacional, porque repartir una torta que no crece implica que unos ganen a expensas de otros.
-¿Cuál es la salida?
–La solución es política. Necesitamos liderazgos políticos del calibre de los 90, que puedan enfrentar estos desafíos con la misma visión y determinación que se tuvo durante la transición a la democracia. En esa época, tuvimos estadistas como Ricardo Lagos, Patricio Aylwin, Clodomiro Almeyda, Edgardo Boeninger que sabían tomar decisiones difíciles y formular estrategias de alto nivel. Hoy en día, ese calibre de liderazgo parece ausente. El alto nivel político significa hacer cosas, pero también decidir qué cosas no hacer. Cuando la política está dominada por redes sociales, por programas de farándula en los que la gente se junta para agarrarse a gritos, es muy difícil que eso produzca estadistas.
-¿Que necesitamos?
Necesitamos un pacto entre los distintos actores que contribuyan al crecimiento económico: el Estado, el empresariado y los sindicatos. Este tipo de pactos han funcionado en otros países que han pasado por situaciones similares, como Irlanda, Singapur y Corea del Sur. Esto requiere una cultura política diferente, una que actualmente es resistida tanto por la derecha, que teme el intervencionismo estatal, como por la izquierda, que desconfía de trabajar con grandes grupos empresariales.
-Hoy seguimos viendo a figuras como Evelyn Matthei y Michelle Bachelet…
–El hecho de que figuras de la generación de la época de la Concertación, como Evelyn Matthei y Michelle Bachelet, sigan presentes, demuestra que las soluciones a las que llegamos para reemplazar a esa generación fueron malas. Esta idea de que la Concertación no pudo hacer las cosas porque eran gente mala, que “no quería”, y que era cosa de poner a gente no preparada, ignorante, frívola, pero que te dice que “sí quería”, ha resultado ser un error. El problemas de La Araucanía no se soluciona diciendo Wallmapu, el problema de las pensiones no se soluciona simplemente marchando por No + AFP. Es más complicado que eso. Tenemos un proceso de recambio de la política bastante fallido.
-En ese contexto, has sido crítico con el presidente Boric, especialmente respecto a su cambio de postura. ¿Podrías profundizar en esa crítica?
-Estoy dispuesto a creer que las personas cambian de opinión, y estoy abierto a eso. Mi problema surge cuando alguien cambia de opinión solo cuando le conviene. Las convicciones que me convencen son aquellas que se mantienen incluso cuando no es conveniente sostenerlas. Debo reconocer que el Presidente Boric, en su momento, tomó una decisión impopular dentro de su propio partido al buscar pactar una salida durante el estallido social, lo que le costó ser llevado al Tribunal Supremo de su partido. Esa decisión se la creo, porque fue en contra de lo que le convenía en ese momento. Pero cuando alguien siempre dice lo que le conviene o lo que es popular, y cambia de opinión con las encuestas, me cuesta confiar.
Pero mi crítica no es solo hacia los políticos, sino también hacia la prensa, que a menudo sigue la última declaración sin cuestionar el historial o la coherencia. ¿Cómo va a ser que a una persona que tiene una trayectoria política siempre le estén creyendo lo último que dice? No, uno tiene que tener un mínimo de inspección crítica.
-Respecto al futuro del gobierno actual, ¿qué esperas que suceda?
–La paradoja de este gobierno es que gastó la mitad de su mandato intentando implementar un proceso revolucionario que fracasó, y ahora pretende que su gran legado sea la calma que resultó del fracaso de ese proceso revolucionario. Si uno lo dice, parece que es una crítica odiosa, pero en realidad es algo obvio. Es un gobierno que, por construcción, necesitaba que le resultara el proceso revolucionario estructurado en torno a la Convención Constituyente. Ahora, lo que queda es control de daños.
-¿Cómo evalúas el rol de Mario Marcel?
–Mario Marcel ha intentado darle cierta gobernabilidad a la política económica de este gobierno, pero enfrenta un desafío político muy grande. Desde el inicio, fue resistido por buena parte de la coalición. Sin embargo, uno tiene que evaluar su gestión en el contexto político que enfrenta, que es extremadamente difícil. Pretender que Marcel implemente reformas pro crecimiento en este contexto, cuando no se hicieron durante los gobiernos de Piñera I, Piñera II, Bachelet I y Bachelet II, es un poco injusto.
-Pensando en un gobierno Bachelet III, porque tú no vas a estar con Evelyn Matthei…
–Sé que debido a que he sido crítico de algunas cosas de este gobierno, algunas de mis opiniones generan simpatía en el mundo de la derecha y el empresariado, pero lo digo explícitamente. Fui exiliado de la dictadura, a mí se me prohibió vivir en mi país. Es algo que no puedo olvidar ni perdonar. No hay ninguna posibilidad.