Agustín Squella y la Convención: “Nos ha faltado brevedad, concisión y un mejor lenguaje jurídico”
¿Qué está pasando en la Convención? ¿Avanza en los acuerdos necesarios?
-Avanza, y a pasos más acelerados de los que debería, y eso porque perdimos tiempo antes de empezar a proponer, discutir y aprobar normas constitucionales. Cuando empezamos a hacer esto último, se habló del “segundo tiempo” de la Convención, aunque en realidad era otra cosa: el verdadero partido que debíamos jugar. Estuvimos mucho tiempo discutiendo no solo el reglamento general de la Convención, sino cuatro reglamentos más, y tentándonos también con pronunciarnos sobre la contingencia que estaba, está y seguirá estando en manos de la Presidencia de la República, del Congreso Nacional, y del Poder Judicial.
Habiéndonos confiado la ciudadanía una Constitución para el futuro, que desde luego debe hacerse desde un presente y sin olvido del pasado, ¿a qué meterse tanto con el día a día del país, haciendo aspavientos, además, de las distintas e irreconciliables interpretaciones que tenemos acerca de nuestro pasado?
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-Recién el informe de Sistemas de Justicia fue devuelto a dicha comisión. ¿Es una oportunidad para mejorarlo?
-Esa devolución fue un acto responsable del pleno. El informe presentaba problemas importantes en varias de sus partes. Ahora podrá ser revisado y mejorado por la respectiva comisión para volver al pleno en mejores condiciones. Devolver el informe a la comisión no fue un portazo; fue, como dice su pregunta, darle a la comisión una nueva oportunidad.
-Usted pertenece a Principios Constitucionales. ¿Está satisfecho del trabajo realizado, cree que va en la dirección correcta?
-Nunca estoy satisfecho, partiendo por mí mismo. La comisión que usted menciona ha trabajado mucho y bien, pero nos ha ocurrido algunas veces incurrir en el error de que todo enunciado jurídico importante tiene que ser un principio, que todo principio jurídico tiene que estar en la Constitución, y que todo principio jurídico constitucional debería estar en el capítulo 1 de la nueva Constitución, que tratará de las disposiciones fundamentales de la misma. Nos ha faltado también no compromiso con las disposiciones que aprobamos, pero sí brevedad, concisión y un mejor lenguaje jurídico.
-¿Cuáles son las normas esenciales que le gustaría incluir en la Constitución? ¿Se siente a veces escuchado o ignorado?
-Habría querido que la dignidad humana hubiera sido declarada como el valor superior del nuevo orden constitucional, diciendo algo así como: “Todas las personas nacen y permanecen iguales en dignidad y en esta se basan ciertos derechos fundamentales cuya titularidad es universal y la exigencia de ser tratados con similar consideración y respeto”. Pero me fue mal. Parece que “dignidad” quedará solo como nuevo nombre de una plaza o como parte de los cánticos y proclamas de nuestras manifestaciones sociales. “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, se lee todavía en algunas pintadas del centro de Santiago. Bueno, pudimos partir porque se hiciera constitucional. Sin embargo, algunas normas ya aprobadas utilizan la palabra “digno” o “digna” en diferentes contextos, y eso está muy bien, y lo que me pregunto es si no habría sido mejor, además, partir por reconocerla como valor superior de la nueva Constitución.
¿Si me siento escuchado, pregunta usted? A veces, sí, pero pocas. ¿Ignorado, agrega? A veces, sí, y no pocas, y la razón parece estar en que soy un hombre ya mayor que pertenece a la elite académica y que, como si fuera poco, se reconoce como un liberal de izquierda. Y si usted en Chile dice “liberal”, la izquierda frunce el entrecejo; y si agrega “de izquierda”, la derecha hace lo mismo. Hay un factor generacional, sin duda, pero también uno estrictamente político: nunca un liberal de izquierda tendrá las cosas fáciles en un país como el nuestro y no me queda más que continuar viviendo con eso.
-Usted ha sido crítico del ánimo maximalista de cierta parte la Convención. ¿Ha sentido que sus críticas han sido bien recibidas? ¿Le han creado problemas con otros convencionales?
-Problemas, no; solo diferencias. El proyecto de nueva Constitución que se nos confió preparar debe tener conciencia de que es para el siglo XXI y que su aspiración tiene que ser la de colaborar a un mejor país, a un justo y mucho mejor país, pero no a otro país. Verbos como “fundar” o “refundar” suenan muy ampulosos en mis oídos y ajenos al mandato que recibimos de los electores.
Me parece que la mayoría espera un orden constitucional para llegar a tener un mejor país y no otro país. Una nueva Constitución transformadora, desde luego, que es más que una simplemente reformista, pero tampoco una revolucionaria o refundacional. Los países no se refundan, solo progresan, o dejan de hacerlo, y la nueva Constitución tendría que ser un factor de cambio y de progreso.
-¿Piensa que el pleno está cumpliendo una función moderadora, de dejar atrás las normas más estridentes?
-La está cumpliendo, al menos en la gran mayoría de las votaciones. Entonces, devuelve muchas normas a las comisiones para que las revisen y mejoren. El problema, ocasional sin embargo, es que las comisiones creen que basta con un maquillaje a las normas que les fueron devueltas e insisten con planteamientos que saben volverán a ser rechazados por el pleno. Hay también mucha majadería en las avalanchas de indicaciones que se hacen a las normas que van a ser votadas y que ya se sabe cuentan con un apoyo muy minoritario, según se ha demostrado en votaciones anteriores.
-¿Qué piensa del avance del Rechazo en las encuestas?
-Lo que se llaman “encuestas” son muchas veces simples “sondeos de opinión” e incluso solo el “registro del estado de ánimo” de algunos centenares de personas que contestan la llamada telefónica del “encuestador”. Hay toda una industria de las encuestas en las que a veces se cuelan lo que acabo de llamar “registros de estados de ánimo”, y los estados de ánimo, por definición, son fugaces y extremadamente cambiantes. Pero igual son inquietantes los datos mostrados últimamente acerca de un crecimiento de la opción rechazo en el plebiscito de septiembre.
-Como abogado, ¿se imaginó que sería tan difícil este proceso constituyente?
-Me lo imaginé difícil, muy difícil, pero no tanto. Sabía que se trataría, ante todo, de un trabajo político y, secundariamente, jurídico, pero me ha complicado que ese trabajo político se haga a menudo con tanta improvisación, ligereza, no poca arrogancia y tendencias al dogmatismo de las posiciones. La actividad política es lo que es. Necesaria, sin duda, pero sin que puedan esperarse de ella los mejores sentimientos del corazón humano. ¿Pero por qué tienen que ser los peores? Siempre he creído que, atendida la tarea encomendada a la Convención, la calidad de la política que se hiciera en ella sería mejor o que estaría un peldaño más arriba de la que se hace, por ejemplo, a propósito del cuarto o quinto retiro.
–¿Se ha arrepentido alguna vez de participar en la Convención?
-Desde luego que no: cansado, claro está, como todos, a veces incluso fastidiado, como casi todos, pero sintiéndome parte de una tarea que tiene sentido y a la que hay que ponerle el hombro hasta el último día. ¿Qué las cosas podrían salir mal o no todo lo bien que querríamos? Eso siempre puede ser, en todos los planos de la vida, pero la pregunta que debe seguir a esa es esta otra: ¿Qué está en mis manos hacer para que vayan lo mejor posible?
-La suerte de la Convención está ligada a la suerte del gobierno. ¿Qué papel cree que debe jugar Boric? ¿Está siendo escuchado por los convencionales?
-Está jugando un papel desde el día en que visitó la Convención y nos dijo, en medio de aplausos, que Chile no espera una Constitución partisana, esto es, solo para una parte del país, sino para todo este. Pero algunas veces nos estamos quedando en los puros aplausos y estirando la cuerda en favor de nuestras propias ideas, prejuicios y obsesiones. El nuevo Presidente y algunos de sus ministros han reiterado últimamente ese llamado, pero sus propios partidarios políticos dentro de la Convención parecen no estarle prestando suficiente atención.
-Lagos planteó que si pierde el Apruebo sería la constitución que lleva su firma la que quedaría. ¿Es válido hablar de una tercera vía, en el caso de que gane el Rechazo?
-Lo que seguiría rigiendo es la Constitución de 1980, con todas sus reformas posteriores, incluidas las muy importantes que en 2005 promulgó el Presidente Lagos. Pero no existe una Constitución de 2005. Lo paradójico es que si la nueva Constitución se rechazara continuaría rigiendo una Constitución que se encuentra vigente, pero ya sin vida, puesto que el 80% del país se pronunció por cambiarla. Y claro: si ganara el rechazo habría que pensar en alguna salida institucional para hacerse cargo de ese fracaso y apuntar de otra manera al cambio constitucional.