Fue algo rápido, pero que nunca olvidaré: tuve en la mano la medalla de oro de Río 2016, esa que buscaron cerca de 11 mil atletas en estas Olimpiadas pero que pocos han podido asegurar.
Claro que no lo logré corriendo, saltando o nadando —admito que jamás lo habría hecho de esa forma.
La medalla de oro que toqué estaba guardada en el centro de prensa del Parque Olímpico y me la mostró alguien que trabaja allí, junto con una presea de plata y otra de bronce.
Pero aun así fue un honor. Y pude distinguir su inequívoco brillo dorado, sentir el frío del metal precioso, contemplar la belleza de su diseño dentro de un estuche de madera.
Dejé la presea y me fui recordando que de niño soñaba con ganar una de esas, al igual que ahora sueñan mis hijos.
Pero también noté que, como la medalla, estas Olimpiadas tuvieron dos caras muy diferentes: quizá sean las más bipolares de todas.
Y yo fui testigo del proceso desde que llegué a Río, hace cinco años.
Fueron las primeras Olimpiadas que viví por dentro, toda una experiencia maravillosa.
Pero ahora que la llama olímpica se apagó, la ciudad afronta la triste realidad de una violencia que crece, una crisis económica que duele y varias cuentas pendientes de pago.
Y eso asusta.
Te digo blanco, te digo negro
Sobre estas Olimpiadas se ha dicho de todo… y exactamente lo contrario.
Unos sostienen que el legado es positivo, que hay “un mejor Río de Janeiro después de los Juegos”, como dijo en la ceremonia de cierre del domingo el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach.
Pero otros hacen un balance negativo y advierten que la gente de Río está"pagando el precio" del evento, como sostuvo hace una semana en The New York Times el columnista Michael Powell, tras recorrer favelas y barrios de la ciudad.
"Empresarios inmobiliarios multimillonarios y magnates de los medios han hecho una fortuna de las Olimpiadas; las investigaciones de sobornos y corrupción surgiendo de estos juegos son una industria creciente", escribió Powell.
Y, al día siguiente, otro columnista del mismo prestigioso diario, Roger Cohen, afirmó que los juegos "son buenos para Brasil y para la humanidad: una medicina necesaria".
El alcalde anfitrión, Eduardo Paes, prometió que Río sería "la ciudad más segura del mundo" en las Olimpiadas. Y tras un despliegue de 85 mil efectivos de seguridad, oí a muchos turistas decir que se sentían bien resguardados.
"¡Hemos salido cada noche hasta las 02:00 de la mañana!", me dijo, por ejemplo, Pam Peterson, una estadounidense de 55 años.
Pero durante las Olimpiadas continuaron los tiroteos entre policías y narcos en las favelas, con al menos 14 muertes reportadas,.
Y también fueron asaltados con cuchillos figuras como el ministro portugués de Educación o el jefe de seguridad de la ceremonia inaugural, una bala perdida entró a un centro de prensa y un autobús con periodistas fue apedreado.
También escuché turistas y deportistas como el corredor jamaiquino Usain Bolt hablar maravillas de la atmósfera en las tribunas olímpicas, y a otros como el saltador francés Renaud Lavillenie decir que había “un público de mierda” que abucheaba atletas.
Y escuché elogios al transporte público para eventos olímpicos, así como quejas de que miles quedaban a pie cuando acababan las competencias tarde.
En los últimos años leí (y escribí) varios reportajes sobre la contaminación de la bahía de Guanabara y la promesa incumplida de las autoridades de limpiarla.
Pero atletas que compitieron en vela en la misma bahía indicaron que el agua estaba más limpia de lo que esperaban. "No es tan malo como dicen", me comentó Gerasimos Orologas, entrenador griego de regata.
De la misma forma, en el Parque Olímpico vi filas eternas para entrar o comprar comida, cayó una cámara colgante hiriendo a siete personas y el agua de una piscina del Parque Acuático quedó verde de pronto, todas ellas fallas admitidas por los organizadores.
Y sin embargo, varios medios sostienen que la organización de los Juegos salió con buena imagen.
"Previsiones catastróficas no se confirmaron, y la capital fluminense obtuvo un saldo positivo como sede de la mayor fiesta del deporte mundial", indicó un editorial del diario brasileño Folha de S.Paulo el domingo.
¿Y ahora qué?
Claro que resulta difícil medir el resultado las primeras Olimpiadas organizadas por Sudamérica con la vara de países desarrollados o de culturas diferentes.
Y esto corre tanto para lo bueno como para lo malo.
¿Qué otro lugar puede ofrecer una fiesta tan colorida, vibrante y creativa como fue la ceremonia de apertura de Río 2016 o incluso varios momentos del cierre el domingo en el Maracaná?
¿Y dónde más van a matar a tiros a un jaguar alterado por el pasaje de la antorcha olímpica como ocurrió en vísperas de estos Juegos?
La sensación de muchos en Río, sin embargo, es que lo peor está por venir ahora que acabó el espectáculo y el mundo gira la mirada a algún otro sitio.
"Durante los Juegos (Río) va a estar bien seguro", me había dicho el mes pasado la atleta brasileña de tiro deportivo Anna Paula Cotta, que vive en la ciudad pero no llegó a clasificar a las Olimpiadas. "El problema será después", advirtió.
Ella sabe de qué habla: en junio recibió un tiro en la cabeza durante un intento de asalto en la zona norte de la ciudad. La bala partió su cráneo, pero Anna sobrevivió de puro azar.
Ese fue uno más en una ola de crímenes que sacudió a Río justo antes de los Juegos. Y el presentimiento generalizado aquí es que, cuando se vayan el medio millón de turistas y los 85 mil soldados y policías, la ola de sangre volverá a subir.
Algunos vaticinan incluso que, con el estado de Río en crisis financiera, faltará dinero para seguir con el programa policial de "pacificación" de favelascreado antes del Mundial 2014 y las Olimpiadas, y recrudecerá la guerra de narcos por esos territorios.
Lo mismo con otros programas, como la limpieza de la bahía de Guanabara: durante los Juegos se dispusieron barcos y barreras para limpiar o contener la mugre que llega a sus aguas. ¿Pero qué pasará ahora?
Carla Beatriz Nunes Maia, del Núcleo defensor de derechos humanos del estado de Río, me dijo para las Olimpiadas también hubo una"política de higienización"de zonas turísticas, sacando a la fuerza a personas sin techo.
“Es para esconder del turista nuestras cuestiones sociales”, afirmó. Las autoridades lo niegan, pero ella calcula que las denuncias de truculencia contra los sin techo crecieron cerca de 60% antes de los Juegos y me mostró decenas de ellas.
Impactado por la recesión económica y la caída del precio del petróleo, el gobierno de Río declaró estado de “calamidad pública” previo a las Olimpiadas por falta de fondos para pagar la seguridad, salud, educación y transporte.
El gobierno federal mandó una partida de urgencia para los policías y todo indica que la recaudación y actividad mejoraron luego con los Juegos.
Pero también aumentaron las cuentas a pagar.
El comité organizador de Río 2016 sostuvo la semana pasada que precisaba US$62 millones para cubrir gastos y realizar los Juegos Paralímpicos, que comienzan aquí el 7 de septiembre enfrentando la peor crisis de su historia.
Está previsto que el gobierno de Brasil y la Alcaldía de Río aporten el dinero faltante. Es decir, el pueblo pagará la factura en un evento auspiciado por grandes multinacionales.
Además, ya se anunció que la principal empresa energética de Río podría aumentar las tarifas de luz, para hacer frente a US$135 millones de gastos extraordinarios que tuvo con los Juegos.
Quizá como un presagio, las Olimpiadas terminaron el domingo con una fuerte tormenta de lluvia y viento que causó apagones en varios puntos de la ciudad, incluidos los accesos al Maracaná.
Sí, se apaga la luz en Río después que Brasil lograra aquí su mejor rendimiento olímpico de la historia, ganando siete medallas de oro, como aquella que toqué.
Pero el anfitrión no logró su objetivo de meterse entre los 10 países con más preseas.
Y, para esta ciudad, que fue olímpica, aun falta descubrir qué hay exactamente del otro lado de la medalla.