Cada vez que volamos estamos expuestos a una dosis mínima de radiación que no representa un peligro para la salud.
Su grado depende de las horas de vuelo, la altitud y también de la latitud.
Cuanto más largo sea el vuelo, más alejado esté del ecuador, y circule por una ruta más elevada, más alta será la radiación que recibimos.
Sin embargo, un nuevo estudio llevado a cabo por un programa financiado por la NASA descubrió zonas en el aire donde la radiación se concentra en niveles superiores a los esperados y que pueden ser dañinas, sobre todo para los miembros de la tripulación y para quienes viajan con mucha frecuencia.
Tras colocar sensores de radiación en más de 260 vuelos, notaron que al menos en seis ocasiones se registró un aumento repentino de los niveles a casi el doble, como si la nave estuviese atravesando un nube de radiación.
"El resultado nos sorprendió bastante", afirmó Kent Tobiska, autor principal del estudio de la compañía Space Environment Technologies.
En el futuro, dicen los investigadores, las aerolíneas podrían usar información sobre dónde se encuentran estas nubes cargadas de radiación y modificar su ruta como lo hacen actualmente ante la presencia de cenizas volcánicas.
Fuga de electrones
Las dos principales fuentes de radiación -los rayos cósmicos y el viento solar- no son suficientes para explicar porqué se producen esta aglomeración de partículas altamente cargadas.
De acuerdo a Tobiska, las mediciones muestran que hay un tercer factor que entra en juego.
La clave, dicen, podría estar en las tormentas geomagnéticas, que hacen que el campo magnético de la Tierra (que nos protege de la radiación) libere electrones que mantiene atrapados.
Estos electrones están concentrados en cinturones de radiación, como por ejemplo el cinturón exterior de Van Allen, que se extiende desde unos 15.000 km hasta unos 20.000 km por encima de la Tierra.
Si las tormentas geomagnéticas generan una liberación de electrones, "estos acaban en la atmósfera superior, chocan con átomos y moléculas de oxígeno y nitrógeno, y crean un aerosol de radiación secundaria y terciaria, probablemente en forma de rayos gamma", argumenta Tobiska.
Esta radiación es la que los sensores del experimento detectaron en diversas zonas.
Si se confirma esta hipótesis, se podrían utilizar sensores para identificar en qué zonas del cielo tienen lugar estos escapes, y los pilotos podrían evitar pasar por allí.
Si bien los riesgos para la salud siguen siendo bajos, los investigadores consideran que es importante atravesar estas regiones lo menos posible, sobre todo para preservar la salud de la tripulación aérea y la de aquellos que pasan mucho tiempo volando.
Los resultados del estudio fueron publicados en la revista especializada Space Weather.