Gustavo Graef Marino nació en Alemania en 1965 y se crió en Chile hasta que la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) lo obligó a autoexiliarse en Múnich, dónde estudió cine en la Escuela Superior para Televisión y Cine. Tras dirigir un documental sobre Douglas Sirk, el filme de suspense Die Stimme y dos capítulos de la serie Auf Achse para la televisión germana, regresó a Chile a comienzos de los noventa. Allí fue testigo presencial de una toma de rehenes en Santiago que lo marcó a él y a la nación por partida doble: por un lado, porque la cobertura en vivo de los medios locales mantuvo en vilo a sus habitantes y, por otra parte, porque el suceso dio pie a una obra cinematográfica de relevancia internacional: la película Johnny Cien Pesos, de Graef Marino, gozó de estrenos comerciales en Estados Unidos y mucha atención en los festivales de Estocolmo, Toronto y Nueva York en 1993. Lustros después de la premiere de su producción, Graef Marino retoma al personaje y lo trae de vuelta a un Chile notablemente más progresista que el de los noventa en Johnny Cien Pesos: veinte años y un día después.

Deutsche Welle: En 1989 cayó el Muro de Berlín. Al año siguiente vuelve a florecer la democracia en Chile. ¿En qué medida influyeron estos sucesos sobre su decisión de abandonar Alemania y regresar a su país natal?

Gustavo Graef Marino: Sinceramente, creo que fue pura casualidad… Aunque quizás fue más bien una consecuencia lógica de esos acontecimientos. Yo miré hacia atrás, vi mis maletas, mis libros, mi vida y me pregunté… ‘¿No será momento de volver?’ Por otra parte, yo creo que el quiebre se dio porque, después de quince años en Alemania, me di cuenta de que estaba perdiendo la curiosidad por Europa y si no tengo curiosidad por el entorno que me rodea me duermo como cineasta. Volver a Chile, empezar de cero y encontrarme con otro país, que no dejaba de ser del todo mío, me daba mucha curiosidad.

Supongo que fue esa curiosidad la que lo llevó a encontrarse o reencontrarse con “Johnny Cien Pesos”…

Efectivamente. Yo llegué a Chile en 1990, justo a tiempo para ver cómo la televisión chilena cubría el hecho sobre el cual está basada mi película: un grupo de seis o siete hombres que asaltan un local y, al percatarse de que no pueden escapar, deciden tomar rehenes. De inmediato tomé un bus y me fui para allá, al igual que cientos de mirones que fueron a curiosear frente al local. Recuerdo a los equipos de televisión apostados en la calle y a los periodistas que estaban cubriendo el hecho, haciendo fila en las cacetas telefónicas para informar a sus periódicos sobre lo lo acontecía.

Yo tenía claro que ese suceso era material para una película. Sin embargo, parecía que sólo yo percibía eso porque mis colegas, los cineastas chilenos, tomaban el hecho como algo menor. Me decían “¿Qué tiene de interesante unos pinganillas que asaltan un local y toman rehenes?”. Nada, contesté, lo interesante es todo lo que hay alrededor que retrata lo que es Chile hoy en día. Enseguida me puse a escribir el guión de Johnny Cien Pesos, donde el asalto es una mera excusa para mostrar lo que estaba pasando con la Justicia, la Policía, con la prensa y con la sociedad entera en un país que no sabía cómo reaccionar ante un delito tan común.

¿Tuvo algún contratiempo a la hora de rodar la película original o después?

No, pero creo que de haber vivido en Chile durante la dictadura, cuando el control del régimen era absoluto, yo habría tenido miedo de recibir amenazas o, quizás, de hecho, las habría recibido. Pero yo, que viví en Alemania todo ese tiempo, en plena libertad y democracia, llegué a Chile fresco y desposeído de esos temores. De hecho, creo que mostré cosas en la película que a lo mejor no me hubiera animado a hacer si hubiera sido presa del miedo: como mostrar a los militares con uniforme; cosa que, si bien no estaba prohibida formalmente, te podía traer problemas.

¿A qué se debe que Johnny regrese a las pantallas veintitrés años después de su primera aparición?

Tardé mucho tiempo en responderme esa pregunta. Pasé un año hablando sobre el proyecto con el guionista de la película, Patricio Lynch, hasta que él perdió la paciencia y me dijo: ‘¡Gustavo, tú ni siquiera sabes por qué quieres hacer la película!’. ¿Y sabes qué? Lynch tenía razón. Esa confrontación con él me ayudó a dar el primer paso y a empezar a trabajar en serio en Johnny Cien Pesos: veinte años y un día después y a decidir poner en riesgo, con una secuela, todo el éxito mundial que había cosechado la película original, Johnny Cien Pesos. ¿Por qué regresa Johnny a las pantallas? Porque él permite mirar a Chile desde la perspectiva de un hombre que ha pasado dos décadas en la cárcel y que, al ser liberado, se encuentra con un país radicalmente distinto de aquel que él conoció de joven. 

Publicidad