Una mujer, que por años soñó quedar embarazada, ahora se arrepiente de ser madre. “Es una pesadilla”, afirma.
Se trata de Alice Mann –su seudónimo- quien contó que cuando tenía 36 años congeló sus óvulos y a los 44 quedó embarazada tras conocer a su actual pareja.
De acuerdo a lo relatado a Daily Mail, durante una década soñó ser madre, pero “ahora que mi sueño se había hecho realidad, se convirtió en una pesadilla”.
Tras quedar embarazada a los 44, tuvo a su hijo a través de un parto sencillo. Una cesárea planificada. “Cuando lo colocaron sobre mi pecho no sentí esa oleada de amor de la que habla la gente”, contó.
Por lo mismo, reconoció que sentía incredulidad de que ya fuera madre y que días después, “en una burbuja postnatal de hormonas eufóricas”, rompió en llanto por la felicidad que le significaba.
Pero cuatro semanas después estaba luchando por recordar ese sentimiento, puesto que comenzó a cuestionar sus sentimientos y el gasto total para poder concretar su embarazo, llegando a desembolsar más de 100 mil libras esterlinas (equivalente a más de 100 millones de pesos chilenos).
“Hubo momentos en que pensé que odiaba a mi bebé, aunque en realidad odiaba la situación y, más que nada, me odiaba a mí misma”, dijo.
“Me odiaba porque quería esto (…) porque después de años de buscar había encontrado a un hombre maravilloso y ahora había arruinado nuestra relación. Olvídate de las cenas íntimas y relajadas a la luz de las velas, ni siquiera podíamos comer al mismo tiempo, porque alguien tenía que cargar al bebé”.
En esa línea, añadió que se sentía culpable “por tener estos sentimientos antinaturales y poco maternales (…) sabía que había millones de mujeres que cambiarían de lugar conmigo”.
“No creo que haya tenido depresión posparto (…) pero sí creo que la tormenta perfecta de sueño, hormonas y recuperación de una cirugía abdominal mayor agravó el hecho de que nada pueda prepararte para el choque sísmico que es tener un bebé”, contó Alice Mann.
Y afirmó que al ser consultada sobre si “¿te encanta ser mamá?” manifestó que “no (…) lo detesto”.
Sin embargo, relató que “a medida que nuestro hijo comenzó a sonreír y luego a reír, y de manera crucial a medida que todos dormíamos más, comenzó a convertirse en una fuente de alegría en lugar de tristeza” destacando la “la forma en que se ilumina su rostro cuando entro en su habitación por la mañana, verlo aprender nuevas habilidades todos los días, reconstruir el mundo y su lugar en él, los rituales que hemos desarrollado como familia”.