Charlotte Reiniger nació en una familia alemana de clase media. Desde pequeña fue una apasionada por las marionetas y el cine, por eso decidió estudiar teatro y le tocó codearse con la cúpula de intelectualidad berlinesa del período entreguerras. Partió trabajando con el director Paul Wegener y con Carl Koch, quien se transformaría en su marido. En paralelo cultivó un arte propio y de mucha dedicación; con siluetas recortadas a mano y trucos cinematográficos logró crear delicadas animaciones. Usando unas tijeras y papel negro Reiniger fue capaz de crear universos mágicos, criaturas fantásticas, demonios y hadas voladoras.
En 1923 se le presentó una oportunidad única cuando el banquero Louis Hagen, admirador de su obra, le ofreció financiarle un largometraje, que realizaría en un estudio construido encima de su garaje. Dedicó entonces tres años de su vida a crear el largometraje animado Las aventuras del Príncipe Achmed, primer largometraje de animación que aún se conserva y que se estrenó en 1926. Lotte llevó al cine el teatro de las sombras, milenario género artístico de oriente. Siempre le preocupó más la creatividad que la perfección técnica: “Creo más en la verdad de los cuentos de hada que en lo que leo en los periódicos”.
Además Reiniger fue musa de la vanguardia artística alemana de los años 1920; creó el decorado de algunas representaciones en el teatro Volksbühne, conoció a Bertold Brecht y rodó varios cortos publicitarios. Megalómana absoluta, hizo que sus figuras animadas se movieran al compás de óperas como Carmen, La flauta mágica y Las bodas de Fígaro. Jean Renoir dijo en una oportunidad que el filme Papageno (1935) de Lotte Reiniger era el mejor equivalente óptico a la música de Mozart.
En 1972 Lotte recibió el Deutscher Filmpreis y luego en 1979, la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania. Fue una prolífica realizadora y dio vida a más de 20 películas de figuras. Murió en Alemania, a los 82 años.