Es la mayor fiesta popular del mundo y eso podría tener consecuencias para el medio. Pero los esfuerzos de Múnich en torno a la Oktoberfest la han convertido en un evento no más contaminante que cualquier otro. 

La Oktoberfest, la fiesta muniquesa de la cerveza, es una celebración de lo superlativo: 170 llamativas atracciones de feria, equipos de música con el volumen al máximo sobre casetas de tiro forradas de rosas de plástico y carpas tan grandes como pabellones deportivos. Las cifras hablan por sí solas: unos seis millones de visitantes con diferentes tasas de alcohol en sangre engullirán medio millón de pollos regados con 8 millones de litros de cerveza, tantos como una piscina repleta. ¿Puede ser respetuoso con el medio un exceso de tal calibre? Difícil, pero sí, lo es. 

La Oktoberfest se ha hecho acreedora de la calificación de “gran acontecimiento verde” e incluso en 1997 ganó el mayor galardón que se le puede otorgar a un evento en el terreno ambiental. Pero esta información apenas se conoce. Todo comienza con la comida: desde el pollo asado hasta las salchichas, pasando por las almendras tostadas y las frutas con chocolate. De todo hay en el Oktoberfest con calidad “bio”. Por ejemplo, en Posada Schichtl solo se come carne orgánica de Hermannsdorfer, una granja famosa en la región por sus productos. 

No importa a qué puesto de cerveza acuda el visitante: la bebida por excelencia del Oktoberfest está elaborada de acuerdo con la ley alemana y no contiene cebada modificada genéticamente. Además, siempre se sirve en una jarra de vidrio o porcelana. Buscar latas de cerveza en el Oktoberfest es imposible. Las jarras se enjuagan una vez utilizadas y ¿qué sucede con el agua sobrante? No se esfuma por los desagües, sino que sirve para llenar los depósitos de agua de los sanitarios, desechos reducidos en un 90 por ciento. 

El gran punto de inflexión tuvo lugar en 1991. En aquel entonces, el Ayuntamiento prohibió las vajillas desechables, que fueron sustituidas por porcelana. Consecuencia de esta medida fue que la basura se redujo casi un 90 por ciento: de las 8.100 toneladas de entonces hasta las 958 de 2014. Actualmente, apenas llega a 200 gramos por visitante. “Aún podríamos mejorar en cuanto a la separación entre papel y el resto de desechos. Pero, por lo demás, estamos satisfechos”, dice Evi Thiermann, de la empresa muniquesa de gestión de residuos. 

Thiernmann considera que la prohibición de utilizar platos de plástico fue una bendición. De no ser así, su tarea sería mucho más compleja. Los turistas, por su parte, tienen sus propios motivos para preferir las jarras de cristal o plástico. Conseguir una de ellas, aunque sea de forma ilegal, es un codiciado y preciado recuerdo. 

También aquellos empresarios que deseen instalar una caseta en la Oktoberfest deben atenerse a los principios de “comercio verde”. Energía verde "Queremos respetar el medio. Eso me parece importante precisamente en un acontecimiento tan grande, que por supuesto necesita mucha electricidad y produce grandes cantidades de emisiones y residuos”, dice Hans Spindler, director del Departamento de Eventos de la Ciudad de Múnich. Spindler admite que conseguirlo redunda en “buena publicidad”. 

El Oktoberfest utiliza desde el año 2000 energía verde en todas las áreas públicas que rodean al evento, como las calles y los sanitarios públicos. Más del 60 por ciento de las carpas y casetas se han adherido voluntariamente a la utilización de energía ecológica y atracciones de feria como la noria, la torre de caída libre o la montaña rusa funcionan solo con electricidad proporcionada por centrales hidráulicas de la ciudad de Múnich. Es un poco más caro, pero importante, si tenemos en cuenta que la fiesta popular más grande del mundo engulle, a pesar de todos los esfuerzos, cantidades ingentes de energía, tanta que podría abastecer durante todo un año a 1.200 familias muniquesas. 

Por cierto, también se puede acudir al evento sin producir emisiones, gracias a las bicicletas y rickshaws disponibles. Ahí el usuario depende de la energía producida por la fuerza de sus propios músculos. Los visitantes se interesan poco por los esfuerzos ecológicos del Oktoberfest, pues para ellos, “la diversión es lo primero", admite Spindler. Pero, en principio, este aparente desinterés no resulta decisivo, porque los turistas siguen comiendo pollo orgánico en platos de porcelana reutilizables, se suben atracciones movidas por energía verde y se van a casa en rickshaw. Así son tan felices ellos como el entorno. 

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