Unas 10 personas estamos sentadas en una sala de conferencias en un edificio de oficinas en Tokio y un hombre está presentando una selección de videos.

Cuando la música retumba de unos pequeñísimos altavoces, comienza una lastimosa historia sobre un hombre sordo y su hija.

La hija sufre una enfermedad terrible y la llevan apresuradamente al hospital.

Al hombre es incapaz de comunicar que es su padre, y le prohíben pasar más allá de la recepción.

El video termina con él llorando inconsolablemente mientras ella muere sola.

Cuando comienza el segundo video, sobre un perro con una enfermedad terminal, escucho un sollozo al otro lado de la sala.

Minutos después empiezan unos fuertes gemidos a mi derecha. A los 15 minutos, la mitad de la sala mira a la pantalla con lágrimas rodando por sus mejillas.

Enjugador de lágrimas

El hombre que muestra los videos comienza a caminar alrededor de la sala y, con un enorme pañuelo de algodón, enjuga suavemente las lágrimas de la cara de la gente.

Diligentemente va doblando el pañuelo cada vez que se acerca a una persona para darles un trozo seco de la tela.

"Cuando comencé a dirigir estos talleres, hubo momentos bastante incómodos", me dice Ryusei, el hombre del pañuelo.

Tiene la apariencia de un modelo y se toma muy seriamente su papel de enjugador de lágrimas.

"No he practicado lo suficiente así que no podía llorar fácilmente y eso significaba que el público tampoco podía llorar. Pero ahora todo es mucho mejor. Puedo llorar y los otros me siguen".

Su título es algo inusual: ikemeso danshi o "niño guapo llorón".

Dirige estas sesiones con el único propósito de hacer que la gente llore.

"Los japoneses no están acostumbrados a llorar en frente de la gente. Pero una vez que tú lloras frente a ellos, el ambiente cambia, particularmente en una empresa".

La idea es mostrar tu vulnerabilidad: cuando otros ven que ésta supuestamente acerca a la gente, se trabaja mejor como equipo.

La mayoría de los videos que presenta se centran en mascotas enfermas o en relaciones de padre e hija, y parecen estar dirigidos a las mujeres.

Me dicen que cualquiera puede venir, pero hoy todos los asistentes son mujeres.

El único hombre es el jefe de la compañía que organizó la sesión.

Las compañías pueden elegir entre una selección de niños guapos llorones. Uno es un dentista que realiza esto como trabajo suplementario, también hay un gimnasta, un director de funerales y un limpiabotas.

El facilitador de hoy, Ryusei, es conocido como "niño llorón guapo pero algo viejo". Los otros niños llorones están en sus 20 años, pero él se acerca a los 40.

En Tokio, otras compañías han lanzado proyectos similares, como sesiones de abrazos no sexuales y servicios para rentar un amigo.

Los talleres de llanto fueron idea de Hiroki Terai, un empresario determinado a lograr que los japoneses expresen sus emociones.

"Siempre me han interesado las sagas escondidas de los seres humanos", dice.

Todo comenzó cuando Hiroki tenía 16 años. No tenía amigos en la escuela y comía su almuerzo en el cubículo de un balo.

Fue una época difícil, recuerda: "Fue en ese momento cuando sentí que comencé a descubrir más sobre las verdaderas emociones de la gente, porque en la superficie están sonriendo pero no siempre es así como se sienten".

Su primer proyecto fue dirigir ceremonias de divorcio para parejas cuyos matrimonios habían terminado.

"El clímax de la ceremonia era destruir en anillo de bodas con un martillo", dice.

Las parejas afirmaban que llorar era el momento más catártico de la ceremonia, y así Hiroki decidió establecer en 2013 el negocio del llanto.

Comenzó con talleres abiertos para todos en Tokio.

"La gente podía venir y llorar junto con los demás. Cuando lloraban decían que se sentían muy bien posteriormente", asegura.

"El único problema era la percepción de los hombres llorones. La gente pensaba que eran débiles o pusilánimes".

¿La solución de Hiroki? Los talleres de llanto dirigidos por hombres guapos.

Lo que quería era "normalizar" la imagen de los hombres que lloran y al mismo tiempo hacer que esos hombres hicieran a la gente llorar.

Le pregunté por qué los hombres tenían que ser guapos.

Se encogió de hombros y dijo: "Creo que se debe a que eso lo hace diferente de la vida diaria. Es estimulante".

Muchos pueden sorprenderse de su propia respuesta a los videos. "Pensé que no iba a llorar", confiesa Terumi, una cómica que está haciendo un documental sobre la sesión.

"Pero realmente lloré mucho".

Fue el video sobre el padre y la hija el que la conmovió.

"Mi padre todavía está vivo pero yo tengo más de 30 años... aún ahora, a veces no me porto bien con él", dice con una risa nerviosa. "Ya empecé a arrepentirme de ello".

No todos están conmovidos.

"Los japoneses no lloran"

Con una mirada cómplice, Uria, una empleada de oficina, pregunta: "¿Está bien decir la verdad?".
Le contesto que sí.

"Honestamente no me interesa este tipo de video. En los cinco o seis cortos, hubo demasiada gente muriendo. ¡No me gustó! No creo que eso sea conmovedor. A mi no me conmovió", dice.

Toda la premisa del negocio de Hiroki es la idea de que los japoneses no lloran lo suficiente. Me pregunto si eso es un estereotipo, pero la mayoría de los asistentes parecen estar de acuerdo.

"Los japoneses no son muy buenos para expresar sus emociones", me dice Terumi.

"La gente que trabaja en compañías no suele expresar sus opiniones ni sentimientos".

Y esto es lo que impulsa a Hiroki. "Quiero que los japoneses lloren", dice animadamente.

"No sólo en su casa sino también en la oficia. Si lloras en el trabajo (piensas) que tus colegas no van a querer tocarte, hay una imagen muy negativa".

"Pero sé que después de que lloras y dejas que la gente vea tu vulnerabilidad, puedes relacionarte mejor con otras personas y eso es bueno también para la compañía", dice.

"Esto crea un mejor ambiente de trabajo y la gente se lleva mejor".

Cuando salgo de allí, reflexiono en una noche surrealista.

¿Y lloré? No. Sin embargo, si me hubiera enfocado en los videos creo que sí hubiera llorado.

En lugar de eso tuve que estar deslizándome por la parte trasera de la sala tratando de grabar los sonidos de llanto para mi reportaje de radio.

No es una actividad que te conduzca a un buen sollozo.

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