En el medio de unas vacaciones, Max Livesey repentinamente sintió un día un olor a hojas quemadas. Al mirar alrededor de la habitación de su hotel, sin embargo, no vio nada que pudiera provocar el extraño aroma.
En las siguientes semanas el olor se intensificó, variando desde madera quemada hasta el gas emitido por una cebolla. Livesey terminó pensando que había una familia de zorrillos en la zona.
"Me lloraban lo ojos y tenía una extraña sensación en la garganta que no me podía quitar", cuenta.
Livesey (nombre ficticio), un ingeniero de software que ahora tiene 72 años, finalmente atribuyó el olor al moho acumulado en el cuarto del hotel.
Sin embargo, los olores fantasmas reaparecieron cuando volvió a casa y aumentaban durante el día, persistiendo durante horas.
Livesey decidió acudir al doctor Alan Hirsch, especialista en desórdenes de olfato de la Fundación para el Tratamiento y la Investigación del Olfato y Gusto en Chicago.
Hirsh le hizo unas pruebas y encontró que su capacidad para sentir los olores comunes y corrientes se había deteriorado.
Eso no era del todo inesperado pues Livesey padecía el mal de Parkinson.
Y esa enfermedad causa daños en los nervios olfativos, que son células que transmiten información sobre el sentido del olfato al cerebro.
El barómetro humano
Pero ¿cuál era la razón de las alucinaciones?
Ocasionalmente, todos tenemos lo que se conoce como "secreciones nasales espontáneas".
Nuestros nervios olfativos se vuelven activos brevemente pero, en circunstancias normales, otras neuronas que envían información sobre los olores reales inhiben estas descargas, por lo que la cosa no pasa a mayores.
Sin embargo, un deterioro en la capacidad para oler hace que esas secreciones ya no sean suprimidas, lo que significa que constantemente se perciben como olores fantasmas, lo que se conoce como "fantosmia".
De una manera similar, algunas personas que tienen dificultades para oír comienzan a "escuchar" persistentes compases de música que son solo producto de su imaginación.
Sin embargo, Livesey comenzó a notar algo incluso más peculiar: sus alucinaciones empeoraban justo antes de una tormenta.
Cuenta que un par de horas antes de que aparezcan los nubarrones, su fantosmia se intensifica y la sensación se prolonga por el tiempo que dure el mal tiempo.
Y Livesey dice que puede pronosticar la llegada de una tormenta.
Hirsch destaca que fue el primer caso que vio de fantosmia provocada por el clima.
No es, sin embargo, la primera vez que se ha establecido un nexo entre el tiempo y los achaques del ser humano.
Dolor y lluvia
Hace más de 2.000 años Hipócrates observó un vínculo entre las molestias neurológicas y el clima.
En 1887 unos investigadores estudiaron por primera vez esa conexión y encontraron una significativa relación entre la temperatura y la humedad, y la intensidad de las molestias en las articulaciones y los músculos en personas con dolores crónicos.
Desde entonces, han quedado bien documentados los vínculos entre el clima y las migrañas, así como también con el dolor que experimentan personas con esclerosis múltiple.
Menos conocido es el hecho de que nuestro sentido del olfato también disminuye al bajar la presión atmosférica, dice Hirsch.
En el caso de Livesey, la caída de la presión barométrica que precede a una tormenta reduciría aún más su capacidad olfativa, posiblemente aumentando su fantosmia.
Por supuesto que los olores fantasmas de Livesey podrían ser simplemente un caso de sesgo de memoria en el que un recuerdo selectivo podría llevarlo a notar más las veces que su fantosmia se pone peor antes de un tormenta.
O podría ser que ya haya estado preparado previamente para el mal tiempo por un informe meteorológico. Sin embargo, él sostiene que no es el caso pues en muchas ocasiones, sin ver las informaciones sobre el clima, pudo pronosticar la llegada de las tormentas.
Hirsch también cree que existe un verdadero vínculo entre el clima y la fantosmia.
El especialista dice que la condición se ve cuando colocas a alguien, por ejemplo un montañista entrenando para un ambiente de altura, en una cámara hiperbárica, donde experimentan bajas presiones aéreas.
"Igualmente, vemos fantosmia en personas que participan en largas excursiones en zonas de elevadas alturas en la Antártica", agrega.
Desde que conoció a Livesey, Hirsch ha tratado a otros individuos con quejas similares.
"Todas las personas que he visto hasta ahora tienen un sentido del olfato defectuoso en condiciones normales y describen cómo las alucinaciones se vuelven más intensas justo antes de las tormentas".
¿De subida?
Se trata de un problema difícil de investigar objetivamente. En un experimento preliminar, Hirsch intentó inducir alucinaciones colocando a sus pacientes en el elevador que lleva directamente al último piso del Centro John Hancock en Chicago, un rascacielos de 100 pisos y cerca de 350 metros.
Aunque tuve poco efecto sobre la fantosmia de Livesey, Hirsch dice que el cambio que resultó en la presión sí aumentó la intensidad de algunos de los olores fantasmas de su paciente, lo cual sugiere que bien podría ser sensible a sutiles cambios en la presión del aire.
Desafortunadamente, no hay un tratamiento permanente para la condición.
Hace unos años Livesey agregó levodopa (L-dopa) a sus medicamentos para el Parkinson y, durante un par de meses, sus alucinaciones apenas se manifestaron.
Sin embargo, recientemente el mal tiempo ha azotado a Chicago y su fantosmia reapareció.
Lo que ayuda y lo que no
Una idea que se contempló fue que quizás pudiera reducir sus alucinaciones si se le estimulaba su restante sentido del olfato.
Fue así que, bajo recomendación de Hirsch, hace pocos meses Livesey comenzó a oler tres distintos aromas, tres veces al día.
Esas fragancias estarían reduciendo los olores alucinados. "Parecieran estar ayudando, pero puede ser una mera ilusión", dice.
Y destaca que la mayor parte del tiempo simplemente trata de ignorar los olores, añadiendo que concentrarse en el trabajo es algo que lo ayuda, como también reírse y comer.
Sus alucinaciones no son dolorosas, pero sí provocan molestias. "Cuando son más intensas pueden oler como excremento. Eso es algo más bien desconcertante".
El olor a veces cambia, pero Livesey indica que casi siempre es desagradable. "También me produce efectos fisiológicos, como el tener los ojos aguados", dice.
"He leído sobre algunas personas que alucinan el olor de las rosas. Yo preferiría eso".
Y cuando le pregunto si le han llegado a pedir el pronóstico del tiempo, responde riéndose.
"No, no es acertado al 100%. No soy el servicio meteorológico nacional. Si me lo preguntan, les digo que vean su iPad".