Como si se tratara de una película de James Bond, la entrada de Luis Miguel al escenario del Movistar Arena venía precedida de una serie de imágenes enigmáticas que comenzaban a descubrir su figura en blanco y negro. Eran las 21:25 horas, y esa secuencia misteriosa representaba, en parte, las dudas que generaba su actual momento profesional.

Sus últimos shows en México terminaron cargados de polémica por culpa de su comportamiento errático, olvidando canciones y siendo acusado de estar borracho frente al público. Y días antes, había agotado en tiempo récord las entradas para cuatro shows en el recinto santiaguino.

Por suerte, el "Sol" que subió al escenario del domo mayor del Parque O'Higgins fue más parecido al de siempre. Carismático en sus movimientos, seductor en sus miradas, vestido de traje impecable, algo más naranjo que de costumbre y mañoso al discutir con sus sonidistas incluso de entrada. Porque casi inmediatamente después de plantarse frente a sus más de 12 mil fanáticos por primera vez, Luis Miguel hizo comenzó a llamarle la atención a su equipo técnico mientras sonaba "Si te vas".

"Tú, solo tú" y "Amor, amor, amor" continuaron los primeros minutos de un show en el que el artista de 48 años va calibrando su voz con el correr del espectáculo -a ratos, "Culpable o no" fue lo más cercano a su performance vocal en estudio, revitalizada también desde su comentada serie en Netflix- y midiendo su intensidad arremangándose los pantalones para bailar hasta lo más abajo posible.

Eso sí, la algarabía de los asistentes se sintió con más fuerza durante los románticos medley que transitaron por éxitos descorazonados como "Fría como el viento", "Entrégate" y "Tengo todo excepto a ti", aún más sentimental luego de su reinterpretación en el proyecto original de la popular plataforma de streaming.

Aunque no fue hasta "La incondicional" -con el recordado video de un joven Luis Miguel vestido de aviador en la pantalla central- que su fanaticada le quitó algo de protagonismo coreando incesante.

Pero el trabajo del mexicano no solo es la de un director de orquesta y animador de multitudes, sino también el de un constructor de atmósferas íntimas y apasionadas.

Se sienta en una banquita o se mete la mano en el bolsillo como si se tratara de un pequeño teatro donde se escuchan hasta los comentarios de la última fila; o se quita la chaqueta, la corbata y se abre algunos botones de la camisa, emulando cierto aire de trasnoche y los sentimentalismos que de allí nacen.

Para el final dejaría "Será que no me amas" y un mix de viejos éxitos. Luis Miguel tentó a la suerte y le resultó: un nuevo rejuvenecimiento forzoso volvió a entregarle una de sus tantas buenas noches.

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