Se apagan las luces en el Estadio Nacional y a los pocos minutos comienza a sonar “Revolution” de The Beatles. Inmediatamente después, las tres pantallas ubicadas al centro, derecha e izquierda del escenario proyectan una colorida pintura como sacada del expresionismo abstracto. La composición es sencilla y el por qué evidente: durante la noche de miércoles, Depeche Mode quiere ir contra las normas.

El influyente trío británico presenta “Global Spirit Tour” en su tercer paso por tierra local (tras sus shows en el Velódromo en 1994 y en el Club Hípico en 2009), con el impulso de un disco (“Spirit” de 2017) que le habla nuevamente a las masas, ahora acerca de sobreponerse al orden establecido y al contexto político social actual. Y aunque la declaración de intenciones cambia, la esencia del conjunto sigue igual. 

La sombra del frontman Dave Gahan se pasea por la pantalla central como un fantasma de movimientos finos, un frágil bailarín de ballet o un boxeador exuberante -su performance hace que la línea entre uno y otro personaje sea delgada- que cuando está a punto de romperse se recompone por gracia de un portento vocal sólido, que con el correr de los años se ha fortalecido y no ha sufrido fisuras. 

Suena “It’s no good” y con las manos abiertas gira alrededor de su eje, marcando su sello; pasa “A pain that I’m used to” y recorre el escenario de extremo a extremo para buscar la aprobación de un público mayoritariamente adulto joven que responde al grito de “¡Depeche Mode! ¡Depeche Mode!”. Le secunda Andrew Fletcher, silente y preciso en los teclados; y Martin L. Gore, el cerebro compositivo de la banda, que le da respiro a su compañero tomando el protagonismo en una versión semi acústica de “Insight” y en la interpretación profunda de “Home”. 

Hasta allí el show es de una atmósfera oscura, con matices apoyados en el lado más fiero de la música electrónica como el rock industrial, y también del post punk sobresaturado, con “World in my eyes” y “Everything counts” como buenos momentos; pero recién toma otro color y tintes festivos con “Enjoy the silence”, la canción más celebrada de la noche, en una constante de éxitos que incluyó “Stripped” y “Never let me down again”.

Así terminó el extenso primer acto del espectáculo, que dio paso a un bis compuesto solo de hits, con “Strangerlove” en voz de Gore, “Walking in my shoes” interpretada con rabia mientras en las pantallas se mostraba la cruda transformación de un músico travesti, la urgencia de “A question of time” y el wéstern musical de “Personal Jesus”. 

El resumen de una noche pálida, sostenida por la figura impaciente de Gahan y un catálogo universal y patrimonial de la historia del pop. 

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