En el corazón de la bulliciosa ciudad de Barcelona hay una plaza que a primera vista parece un oasis de calma. La Plaza del Sol, como su nombre lo indica, es soleada y el lugar perfecto para pasar unas horas.
El problema es que la plaza es demasiado popular y para muchos de los jóvenes habitantes de la ciudad se convirtió en el lugar preferido para reunirse con amigos y pasar el rato hasta la madrugada.
Pero para los residentes, eso es un problema: uno de ellos asegura que es como vivir en una fiesta permanente.
Incluso las tiendas alrededor de la plaza reflejan la reputación de juerga nocturna del lugar, pues venden cerveza, pizza y poco más.
La situación se había vuelto insoportable para aquellos con apartamentos que dan a la plaza y que han vivido con niveles de ruido inaceptables en los últimos 20 años.
Para buscar una solución, recurrieron a un laboratorio de Barcelona que forma parte de una red de 1.200 talleres en todo el mundo que le permite a la gente probar nuevos diseños e ideas, y crear productos y nuevas tecnologías utilizando una gama de herramientas de vanguardia.
Los laboratorios comparten sus diseños en línea para que algo construido en Boston se pueda replicar en Tokio.
Sensores
Con dinero de la Unión Europea (UE), el laboratorio construyó sensores de bajo costo y fáciles de usar que pueden detectar la contaminación del aire, los niveles de ruido, la humedad y la temperatura.
"No se trataba sólo de ser parte de un proyecto científico sino de permitir una acción política", dijo Tomas Díez, quien dirige el laboratorio.
Las familias colocaron los sensores en sus balcones y pudieron demostrar que los niveles de ruido nocturnos (con picos de 100 decibeles) eran mucho más altos que las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.
Armados con esta información, los residentes acudieron al concejo municipal, y presionaron para que reconsideraran el uso de la plaza.
La policía ahora mueve a la gente a las 23:00. Los camiones de basura, que previamente llegaban a limpiar cuando los asistentes a la fiesta partían en la madrugada, fueron reprogramados para la mañana, y los escalones que los fiesteros usaban como asientos ahora están llenos de plantas.
"Ahora la plaza no es sólo para personas que quieren salir de fiesta por la noche", dijo Díez.
Ciudad Fabulosa
Su visión de los laboratorios va más allá: los imagina como un vehículo para permitir que las ciudades sean verdaderamente autosuficientes. Pueden proporcionarles a sus ciudadanos tecnología para cultivar sus propios alimentos, imprimir nuevos productos en 3D siempre que los necesiten y ofrecerles las herramientas que requieran para luchar contra los crecientes problemas del urbanismo.
Él, junto con otros tecnólogos, diseñadores y arquitectos, respalda un proyecto conocido como Fab City (Ciudad Fabulosa), un colectivo de 18 ciudades de Europa, India, China y América, que tiene como objetivo crear urbes más sostenibles y productivas en todo el mundo en los próximos 30 años.
La visión es en parte idealista, evocando la época de la Revolución Preindustrial, cuando las personas fabricaban su propia ropa y productos y compraban localmente.
Pero también se trata de mejorar el medio ambiente, pasar de un mundo globalizado donde los productos llegan desde China en enormes buques a un lugar en el que las personas puedan recoger un plano de un laboratorio de fabricación y crear productos en su propia ciudad.
"Estamos tratando de construir un nuevo modelo de productividad para la sociedad, creando una nueva economía sostenible en las ciudades donde las personas puedan hacer prototipos y probar ideas", explicó Díez.
La recopilación de datos en Barcelona fue parte del proyecto de la UE Making Sense, que busca empoderar a los ciudadanos a través de la "fabricación digital personal".
Es parte de un intento más amplio por repensar las ciudades inteligentes y devolver el control a los ciudadanos.
"Queríamos poner fin a ese enfoque de arriba hacia abajo donde las ciudades van a las empresas y les piden que construyan la infraestructura, y luego pretendan que es una ciudad inteligente", señaló Díez.
Y a lo largo del camino, espera construir un nuevo tipo de economía digital, una en la que los ciudadanos tengan y controlen sus propios datos, lo que él llama "infraestructura basada en el ciudadano".
Adolescentes armados con sensores
No son únicamente los laboratorios fab los que esperan usar datos para empoderar a las personas.
Sensors in a Shoebox (Sensores en una caja de zapatos) es un proyecto creado a principios de este año en Detroit, Estados Unidos, con el objetivo de darles a los adolescentes la oportunidad de opinar en materia de planificación urbana.
El proyecto proporcionó kits de sensores compactos que les permitieron a los niños recopilar una variedad de datos de dos ubicaciones diferentes: una en el paseo marítimo y la otra en un parque local.
"No podemos tener ciudades inteligentes y conectadas sin jóvenes inteligentes y conectados", dijo Elizabeth Moje, decana de la escuela de educación de la Universidad de Michigan, que encabezó el proyecto.
La calidad del aire era importante para los adolescentes, un problema personal para muchos en una ciudad donde 1 de cada 6 residentes vive con asma.
Los niños también aprendieron las limitaciones de la recopilación de datos.
Si bien pudieron medir el número de personas que usan una cierta área, también tuvieron que salir y ver por sí mismos qué tipo de persona usaba esa área, explicó Moje.
Una de las recomendaciones de los jóvenes fue que era necesario poner más bancos en la sombra en un parque local.
"Si hay más personas mayores, es posible que convenga tener más bancos. Si hay niños pequeños, más áreas de juego", explicó.
"Los jóvenes aprendieron que una pieza de tecnología no puede responder todas las preguntas".
También era importante que los chicos vieran que la información que recopilaban y las observaciones que habían hecho podían tener un impacto en la planificación de la ciudad.
Sus recomendaciones fueron transmitidas a representantes de la oficina del alcalde, grupos comunitarios y la organización Citizen Detroit.
"Tenemos que enseñarles a los chicos a ser pensadores críticos, así como buenos ciudadanos y productivos. Esto les permitió aprender sobre sus comunidades, sin ser ingenieros o científicos sociales", concluyó Moje.
Jennifer Gabrys dirige el proyecto Citizen Sense en Goldsmiths, en la Universidad de Londres, que tiene como objetivo investigar qué tan efectivos son los proyectos de sensores dirigidos por los ciudadanos.
Darles a las personas las herramientas para recopilar sus propios datos a veces puede ser un "gesto superficial para hacer que los proyectos de las ciudades inteligentes sean más aceptables: la gente puede no querer que todo se controle", explicó.
"Las ciudades tienen cada vez más sensores que generan mucha información, alguna de la cual es accesible y otra no".
"Quién decide y quién le da forma a esta agenda es una gran pregunta para la futura democracia urbana".