Con su clásico de 1873 "La vuelta al mundo en ochenta días", el magnífico narrador Julio Verne capturó hábilmente la emoción de una era en la que las personas podían sentir cómo el planeta se encogía bajo sus pies.
En 1869, el Primer Ferrocarril Transcontinental comenzó a enviar trenes que atravesaban Estados Unidos de este a oeste, y el Canal de Suez fue inaugurado, conectando el Mediterráneo con el mar Rojo y el océano Índico.
Un año después, los ferrocarriles indios se unieron en todo el subcontinente, creando una noticia que sirvió de catalizador imaginario para la trama de Verne.
Fue eso lo que llevó a su protagonista, Phileas Fogg, a apostar que podría dar la vuelta al mundo desde el Reform Club de Londres, puerta a puerta, en 80 días.
Nadie probó la plausibilidad de tal hazaña durante 17 años hasta que, en 1889, dos personas aceptaron el reto a la vez.
Sorprendentemente para la época, ambas eran mujeres.
A ninguna de los dos le habrían permitido cruzar las puertas del club de caballeros de Fogg, pero ambas demostraron ser más capaces que cualquier simulacro de trotamundos victoriano. Y una de ellas en particular se especializó en sortear obstáculos de género.
¿Quién era Nellie Bly?
Su nombre real era Elizabeth Jane Cochran y había nacido en 1864, en un pequeño pueblo de Pensilvania que lleva el nombre de su padre, el juez Michael Cochran.
Era su decimotercera hija y sus primeras experiencias de vida encendieron un fuego feroz en su vientre.
Conocida como Pink cuando era joven, porque a menudo se vestía de color rosa, Cochran se convertiría en una pionera, forjando una carrera en la vanguardia del periodismo con un nuevo nombre: Nellie Bly.
Después de la muerte de su padre cuando ella tenía 6 años, la familia pasó tiempos difíciles. Su madre se volvió a casar, pero la relación se volvió abusiva y terminó en divorcio.
Cochran tuvo que abandonar la escuela y sus ambiciones de ser maestra.
En 1880, la familia se mudó a Pittsburgh, donde acogieron a huéspedes para poder pagar las cuentas.
En 1885, Cochran leyó un artículo en The Pittsburgh Dispatch que cambiaría su vida.
La pieza viciosamente misógina, titulada "Para qué son buenas las chicas", criticaba a las mujeres por intentar obtener una educación, forjar una carrera o alejarse demasiado de su hogar.
El escritor incluso expresaba un apoyo supuestamente irónico a la práctica del infanticidio de niñas.
Bajo el seudónimo de 'Niña huérfana solitaria', Cochran envió una respuesta que impresionó tanto al editor, George Madden, por su combinación de ira incandescente y prosa digna, que publicó la carta y una invitación para que su autora pasara por su oficina.
Madden sugirió que escribiera una respuesta completa al artículo ofensivo y el texto resultante, 'El rompecabezas de la chica', le aseguró un trabajo a tiempo completo.
Fue Madden quien sugirió el nom de plume, Nelly Bly (de una canción popular), que se convirtió en Nellie.
Evitando tareas que se centraran en la moda, la jardinería y el teatro, temas tradicionales para escritoras, abordó cuestiones sociales espinosas.
Las críticas y amenazas de los anunciantes hicieron que le impidieran hacer ese tipo de trabajo, lo que provocó su indignación y renunció.
Luego viajó a México, donde trabajó como corresponsal extranjera independiente, hasta que sus escritos, que criticaban duramente al presidente Porfirio Díaz, llamaron la atención del gobierno y se vio obligada a irse.
De vuelta en EE.UU., Bly obtuvo su primera primicia tras aceptar una asignación encubierta para el periódico New York World de Joseph Pulitzer.
Para ello se hizo internar deliberadamente en el infame asilo de mujeres de Blackwell's Island. Pasó diez días recopilando contenido sobre el abuso y el trato inhumano que se imponía en el lugar antes de ser rescatada por el diario.
Su artículo "Diez días en un manicomio" condujo directamente a una ola de reformas y una inyección de dinero para el tratamiento de los enfermos mentales.
Para 1887, Bly se había establecido como pionera en el peligroso campo del periodismo de investigación inmersivo, que seguía siendo su especialidad de toda la vida.
Continuó criticando varias injusticias, incluidas las condiciones laborales extremas para las mujeres en las fábricas y el destino de los bebés no deseados.
En 1889, después de leer "La vuelta al mundo en ochenta días", le lanzó una idea a su editor que cristalizaría su reputación como pionera... si era capaz de lograr hacerla realidad.
Convertirse en Phileas Fogg
"Es imposible que lo haga", le gritó el jefe de redacción del New York World John A Cockerill, cuando Bly le propuso intentar darle la vuelta al mundo a esa velocidad.
"Usted es una mujer y necesitaría un protector, e incluso si fuera posible que viajara sola, necesitaría llevar tanto equipaje que le impediría hacer cambios rápidos... Nadie que no sea hombre puede hacerlo".
La respuesta de Bly fue característicamente contundente.
"Muy bien", dijo. "Manda al hombre y yo saldré el mismo día, trabajando para otro periódico, y lo venceré".
Cockerill cedió.
Bly comenzó su viaje antes de que pasara un año, dejando Nueva Jersey en un barco de vapor con destino a Inglaterra.
Llevó una sola pieza de equipaje, que medía 41 x 18 centímetros, y contenía lo que consideraba esencial:
- ropa interior,
- artículos de tocador,
- materiales de escritura,
- una bata,
- una chaqueta,
- un termo con su taza,
- dos gorras,
- tres velos,
- pantuflas,
- aguja e hilo,
- pañuelos.
Lo que no empacó fue un arma pues partía con el convencimiento de que el mundo la acogería de la forma en la que ella lo acogería. "Me negué a armarme", escribió.
El cruce brusco fue un rudo despertar para la viajera primeriza de 25 años. Horriblemente enferma, Bly permaneció en su cabina tanto tiempo que el capitán del barco fue a chequear si todavía estaba viva.
Finalmente, se acostumbró al mar, y seis días después llegó a Southampton, donde Tracy Greaves, la corresponsal mundial de Londres, le tenía buenas noticias.
Verne había oído hablar de la aventura de Bly y quería conocerla en su ciudad natal de Amiens, Francia. Eso era tanto un honor como un riesgo pues tendría que desviarse de su meticulosamente planeada ruta.
Bly viajó sin parar durante dos días para llegar a la cita, por carretera, ferrocarril y barco, desde Londres a Boulogne, y luego a Amiens, donde Verne y su esposa la estaban esperando en la estación.
Saliendo de la casa de Verne en medio de la noche, Bly tomó un tren a las 1.30 a.m. para cruzar Francia e Italia y llegar al puerto de Brindisi. Ahí abordó el Victoria, un barco de vapor que la llevó a través del Mediterráneo hasta Port Said en Egipto, en el extremo norte del nuevo Canal de Suez.
Una vez que su bote repostó, continuó a través del canal hacia el mar Rojo, deteniéndose en el puerto de Adén en la península Arábiga, donde Bly fue a explorar. La siguiente parada fue Colombo en Sri Lanka, desde donde envió un informe por telégrafo al mundo.
Cuando tenía acceso a las estaciones de telégrafo, Bly enviaba actualizaciones por correo al periódico.
Como los despachos de reporteros itinerantes a menudo tomaban mucho tiempo en llegar a Nueva York, su diario usaba formas ingeniosas para mantener vivo el interés en la historia, como organizar un sorteo pidiéndoles a los lectores que adivinaran exactamente cuánto duraría el viaje de Bly. El gran premio era un viaje con gastos pagados a Europa, y más de medio millón de personas participaron.
Después de una agonizante espera de cinco días en Colombo por un barco que la llevaría a Hong Kong, Bly finalmente zarpó hacia China en el Oriental. En el camino, se detuvo en Singapur, donde la viajera solitaria se compró un compañero: un mono en miniatura al que llamó McGinty.
Otro retraso de la noche a la mañana en Singapur hizo que Bly se preocupara por su conexión en Hong Kong, pero el barco finalmente zarpó, aunque en medio de una violenta tormenta de monzones, y llegaron a salvo, y temprano, justo antes del día de Navidad.
Pero la esperaba una sorpresa inoportuna.
Rival de Nellie Bly
Tras haberse enterado de la aventura, una publicación rival -el Cosmopolitan- apresuradamente envió a otra mujer periodista para que tratara de ganarle a Bly llegando antes que ella.
Con sólo seis horas de antelación, Elizabeth Bisland, de 28 años de edad, había salido de Nueva York el mismo día que Bly, pero viajando en dirección contraria: hacia el oeste, en vez del este.
La competencia intensificó el interés público en lo que ahora era una carrera real, pero Bly no se enteró del concurso en vivo en el que se encontraba hasta llegar a Hong Kong, donde le dijeron que Bisland había estado varios días antes.
No le alegró la noticia, y una visita a una colonia de leprosos y al Templo de los Muertos hizo poco para aligerar su estado de ánimo.
"No estoy corriendo", afirmó Bly. "Prometí hacer el viaje en 75 días, y lo haré".
Sin embargo, los comentarios realizados mientras estaba en las garras de una tormenta que causaba demoras durante el viaje de Hong Kong a Yokohama en Japón, sugieren lo contrario.
"Prefiero volver a Nueva York muerta que no ganar", declaró.
¿Lo logró?
A pesar del pésimo estado del tiempo en el último viaje en bote, Bly cruzó el Pacífico desde Japón hasta San Francisco en el barco Oceanic de White Star Line, llegó a tierra americana el 21 de enero, un día antes de lo previsto.
Sin embargo, las tormentas de nieve habían frenado los viajes en tren. Bly podía sentir el aliento de Bisland a sus espaldas... lo que no sabía era que a su rival se le había agotado la suerte.
En Inglaterra, Bisland se enteró de que el rápido vapor alemán Ems, que debía llevarla de Southampton a Nueva York, había sido cancelado. Se vio obligada a desviarse a través de Irlanda para tomar el barco mucho más lento, el Bothina.
Entre tanto, Pulitzer había fletado un tren privado para llevar a Bly de vuelta a casa como se lo merecía.
El 'Miss Nellie Bly Special' estableció sus propios récords durante esa etapa final, completando el viaje de 4.147 kilómetros en 69 horas, pasando multitudes, para dejar a Bly de regreso a Nueva Jersey el 25 de enero de 1890, a las 3:51 p.m., es decir72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos después de partir.
Bly había superado el viaje ficticio de Fogg por más de siete días. Bisland llegó cinco días después.
La aventura benefició a Julio Verne, ya que "La vuelta al mundo en ochenta días" se volvió a publicar en más de diez nuevas ediciones tras la hazaña de Bly.
En 1895, Bly se casó con el millonario Robert Seaman, más de 40 años mayor que ella, se retiró de la escritura y se convirtió en empresaria.
Después de la muerte de Seaman, su negocio se declaró en quiebra, y ella volvió al periodismo, cubriendo el sufragio femenino y pasando una temporada informando desde el frente durante la Primera Guerra Mundial.
Bisland también continuó escribiendo. Ambas mujeres murieron de neumonía (Bly en 1922 y Bisland en 1929) y fueron enterradas en el cementerio Woodlawn de la ciudad de Nueva York.
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