El presidente ruso, Vladimir Putin, no oculta su admiración por Pedro el Grande, uno de los zares más poderosos y famosos de la dinastía Romanov.

Es más: la historia de esta casa real es esencial para entender cómo es y cómo se gobierna Rusia hoy, le dice a BBC Mundo el historiador británico Simon Sebag Montefiore.

En su bestseller "Los Romanov", Montefiore asegura que esta dinastía fue la más exitosa de los tiempos modernos: reinó durante 300 años (de 1613 a 1917) y creó uno de los imperios más vastos de la historia, que creció sin cesar a un ritmo de 142 metros cuadrados al día y llegó a ocupar un sexto de la superficie de la Tierra.

Pero los Romanov -dice el autor- también fueron autócratas despiadados, crueles y traicioneros: no dudaron en torturar o matar a sus propios hijos, cónyuges o padres en medio de sus constantes pujas de poder. Ninguno de sus 20 monarcas pudo dormir tranquilo y fueron pocos los que murieron por causas naturales.

Y varios de ellos se entregaron a la lujuria, la embriaguez y el sadismo depravado, cuenta Montefiore. Por ejemplo, Catalina la Grande coleccionaba amantes y Pedro el Grande, enanos.

El dominio de los Romanov se cortó abruptamente con la Revolución Rusa, de la que este año se cumple un siglo.

En julio de 1918 el último de los zares, Nicolás II, su esposa Alejandra, sus cinco hijos y algunos sirvientes fueron fusilados por un pelotón de bolcheviques bajo las órdenes de un tal Vladimir Lenin.

En una entrevista con BBC Mundo, Montefiore, quien esta semana participa en el Hay Festival de Querétaro, en México, revela algunos de los aspectos menos conocidos de esta dinastía que llegó a la cima del poder global y lo perdió todo de un día para otro, y explica por qué su legado perdura hasta nuestros días.


¿Cómo se interesó personalmente en la historia de los Romanov? Quiero decir, su libro es tan detallado?

Me di cuenta que todo el mundo conocía a Pedro el Grande, Catalina la Grande y Nicolás II, pero nadie había escrito un libro sobre los otros Romanov.

Esta dinastía tuvo más de 20 monarcas y regentes, y cuando me propuse aprender y entender la historia de Rusia hasta nuestros días, incluso hasta el presidente Putin, no encontré ninguna obra tan abarcadora.

Así que decidí escribir un libro sobre toda la dinastía Romanov, que en realidad son 300 años de historia rusa, una manera de ver la evolución del poder político de esta nación hasta la actualidad. Y acabó siendo una excitante saga de poder.

En su obra usted afirma que "era duro ser un zar" y que por eso los monarcas rusos recurrieron a la tiranía y la crueldad. Pero imagino que podría haber habido otras formas de gobernar un imperio tan vasto y complejo?

Seguro. Ha habido grandes imperios que han sido bien gobernados por la democracia; claro que hay otras maneras.

Es cierto que los Romanov eran autoritarios y despiadados en su afán por mantener el poder y expandir su imperio, pero en realidad no fueron nada en comparación con los comunistas que vinieron después, que llegaron a un grado de opresión y crueldad mayor en la era soviética.

Uno no debe perder la perspectiva en este tema.

Pero en el caso de los Romanov las disputas y los asesinatos por la sucesión parecen una constante. ¿Por qué?

En realidad, eso ocurre en toda autocracia en la que el poder es personal y las decisiones se toman de forma secreta. Hoy vemos el mismo tipo de luchas intestinas y sanguinarias sin que haya una monarquía, por ejemplo en la Rusia y la China actuales.

Cuando el poder está tan concentrado en un individuo y su séquito, la batalla por el control se libra en todos lados, desde la barbería hasta la corte y los amantes. Todo tiene que ver con al acceso al soberano. Era así con los zares y con Stalin, y tal vez con los tiranos latinoamericanos.

Y algo similar ocurre hoy, aunque en otro nivel, con el gobierno de Putin y la Casa Blanca de Donald Trump.

¿Está diciendo que Putin y Trump son autócratas?

Lo que digo es que en el caso de Putin la concentración de poder en una sola persona es evidente.

Y Trump es un personaje interesante porque la razón por la que siente simpatía por Putin es que él anhela detentar ese tipo de poder; quiere ser, tal vez, el primer zar estadounidense. Pero afortunadamente el sistema tiene muchos check and balances [separación de poderes y controles] que, de hecho, están funcionando sorpresivamente bien.

Decía usted que se publicaron muchos libros sobre los zares con grandes personalidades como Pedro y Catalina. Pero también es muy interesante la historia de Miguel I, quien con sólo 16 años se convirtió en el primer soberano de la dinastía Romanov. ¿Por qué sabemos tan poco de él?

La razón es que él era una especie de "no entidad". Probablemente no era muy sano, ni muy inteligente; era débil, analfabeto.

Pero fue el líder perfecto para el momento. Cuando fue elegido zar, era un niño y Rusia estaba en un proceso de desintegración: había sido invadida por varios países desde distintos frentes; por ejemplo, los polacos habían ocupado Moscú. Él fue escogido por su inocencia, su buena estirpe y su conexión con la familia dominante. Así que era un poco una fachada.

Sin embargo, bajo su reinado se restauró la autocracia que había iniciado en el siglo XVI Iván el Terrible -el creador del Imperio Ruso-, se formaron ejércitos que expulsaron a los invasores extranjeros y se establecieron las bases para que el zar fuera un comandante militar y su corte actuara como un cuartel castrense.

Esto se mantuvo durante todo el dominio de los Romanov, siguió con Stalin y puede verse en la actualidad. De modo que Miguel fue muy importante. Fue una "no entidad", sí, pero una muy útil.

En su libro usted cuenta que el hijo de Miguel, Alexis (otro semidesconocido), consolidó la autocracia zarista al introducir un nuevo concepto: el "deber de denunciar". ¿Fue un modo de institucionalizar el miedo, el terror?

Sí, era una forma de supervisión, una manera de ejercer el poder de policía en un Estado que prácticamente no contaba con una fuerza de seguridad. Había una guardia de palacio, y el zar y su séquito tenían sus fuentes de inteligencia personales.

Pero el "deber de denunciar" permitía obtener información de la gente común y ayudaba a propagar el temor de que el zar estaba escuchando, y esto era importante en un imperio tan grande con un control tan débil.

En realidad Alexis fue uno los zares más importantes y poco se sabe de él más allá de que fue el padre de Pedro el Grande.

Hablando de Pedro el Grande, él hizo un gran esfuerzo por modernizar el imperio; la ciudad de San Petersburgo es testimonio de ello. Pero usted también cuenta que era sanguinario con sus enemigos reales e imaginarios, que torturó a su propio hijo hasta la muerte y que protagonizó grandes borracheras y orgías. Uno no puede dejar de preguntarse si era tan "grande" como su mote sugiere...

Pedro el Grande era mitad monstruo, mitad héroe. Era una figura gigante, un gran modernizador. Pero su modernización llegó hasta cierto punto. Se limitó a la modernización de las fuerzas armadas valiéndose de tecnología occidental. Así es como quería convertir a Rusia en una gran potencia, en un gran poder europeo. Y lo consiguió.

Pero lo logró valiéndose de una tiranía brutal. Era brillante, fascinante, un gran personaje sobre el cual escribir, pero también era un individuo verdaderamente aterrador.

Y puso la vara muy alta para los zares del futuro. De hecho, cada gobernante de Rusia después de él ha querido ser Pedro el Grande. Los Romanov que le siguieron trataron de ser Pedro el Grande y ninguno de ellos lo logró.

Stalin anhelaba ser Pedro el Grande y el presidente Putin desea ser, ante todo, Pedro el Grande.

Pero también está Catalina II. Ella también es considerada una de las grandes, ya que logró poner fin a la violencia brutal, se anexionó Ucrania, Crimea, Bielorrusia y Lituania, y fue una gran promotora de la cultura (incluso mantuvo correspondencia con Voltaire). ¿No fue en realidad Catalina la gobernante más grande de los Romanov?

Pienso que ella y Pedro merecen el título de "grandes" porque ambos, a su manera, fueron políticos extraordinarios.

Catalina, quien en realidad había nacido en Prusia, era muy humana y culta de una manera que Pedro no lo era. Era encantadora, una personalidad atractiva, muy interesada en la cultura occidental.

Pero amaba el poder y lo persiguió sin distracciones. Fue una usurpadora del trono. Protagonizó un golpe de palacio que acabó con el asesinato de su propio marido, el emperador Pedro III.

Y como no era una emperatriz legítima, no pudo desafiar a la nobleza como lo hizo Pedro el Grande y debió actuar con mucha cautela.

Por eso, se concentró en expandir el imperio ruso y lo hizo de forma eficiente y despiadada. Parte de su genialidad fue elegir a ayudantes y ministros brillantes que fueron capaces de lograrlo. El más sobresaliente fue príncipe Gregorio Potemkin, probablemente el estadista y militar más sobresaliente en los tres siglos de dominio Romanov.

Potemkin y Catalina eran amantes y su asociación fue clave para expandir el imperio. Fue posiblemente el vínculo más exitoso y deslumbrante entre una mujer y un hombre en toda la historia.

Alejandro I es otro de los zares que usted rescata. Fue el que ayudó a vencer a Napoleón y tuvo la oportunidad de acercar a Rusia aún más a Europa, donde era amado, pero al final se echó atrás, algo que ha tenido consecuencias hasta nuestros días. ¿Por qué?

Él es precisamente uno de los zares más subestimados de los Romanov. Y era ciertamente un personaje muy inteligente.

En su juventud enfrentó grandes humillaciones. Primero porque estuvo involucrado en el asesinato de su propio padre y luego por las constantes derrotas ante Napoleón.

Sin embargo, luego de la quema de Moscú durante la invasión napoleónica, logró recuperarse de forma asombrosa y liderar la coalición que destruyó a Bonaparte, y luchó todo el camino desde Rusia hasta París. De modo que era una figura extraordinaria.

También quiso ser más progresista. Aunque al final cayó en la cuenta de que o debía importar la Ilustración y el liberalismo occidental, lo que acabaría destruyendo la autocracia de los Romanov, o bien debía defender su monarquía. Y eligió esto último.

¿Siempre ha habido siempre una lucha interna en Rusia entre acercarse o no a Europa? Esta ha sido, precisamente, una de las razones de la reciente guerra entre Rusia y Ucrania...

Sí, esa lucha se volvió aún más intensa a mediados del siglo XIX y no ha cesado desde entonces.

Puede resumirse así: ¿es Rusia una civilización excepcional por sí misma, con un sistema político distintivo, con su propia naturaleza eslava ortodoxa y con la misión de civilizar el mundo?, ¿o debería ser modernizada y occidentalizada para volverse una sociedad más liberal, un país europeo más?

Ha sido uno de los grandes debates en la historia de Rusia, es una fuente de tensión constante y sigue presente hoy con Putin.

Volviendo a los zares, la historia de Alejandro II también es interesante. Su época se caracterizó por la presencia de grupos rebeldesque atacaban a la realeza l mismo murió en un atentado con bomba) y por la creación de la Okhrana, una suerte de policía secreta.

Alejandro II era uno de los Romanov más atractivos y entrañables. Era un hombre encantador, tolerante, decente y para nada cruel.

No era un intelecto brillante ni una fuerza de la naturaleza, como Catalina o Pedro. Pero se dio cuenta de que debía modernizar el imperio y liberalizarlo, e hizo eso, lo cual fue un gran logro.

Pero al mismo tiempo intentó preservar la autocracia, lo que causó una gran decepción y llevó al surgimiento de un movimiento rebelde que buscaba asesinar a miembros de la monarquía y al emperador mismo.

Como consecuencia, Alejandro II creó una policía secreta. Era un grupo diminuto manejado por nobles y generales del ejército. Pero eran tan incompetentes y entendían tan poco a su enemigo que no lograron evitar la muerte del zar.

Sin embargo, la tragedia más famosa es la de Nicolás II, quien no pareció comprender los cambios que ocurrían a su alrededor y terminó siendo derrocado y fusilado por los bolcheviques. ¿Pudo esto ser evitado de alguna manera?

Yo creo que sí, nada es inevitable: la monarquía tendría que haber evolucionado y ampliado su base política. Pero era improbable que cambiara en este sentido, porque al hacerlo habría perdido su naturaleza, es decir, las conexiones especiales entre sus dos pilares, la nobleza y el ejército, que habían sido tan exitosas en el transcurso de la historia.

Era algo muy difícil de lograr y quizás ninguno de los Romanov lo hubiese podido conseguir, ni siquiera Pedro el Grande o Catalina la Grande.

Pero fue desafortunado que Nicolás II fuera el menos capaz y el más débil y cobarde de todos los emperadores. Él sí vio los cambios a su alrededor, pero los quiso resistir; pensó que podía lograrlo y que ese era su deber.

De hecho, todo lo que hizo es comprensible si se tiene en cuenta que él realmente creía que la autocracia era sagrada, al punto de excluir todo lo demás de manera rígida. Sin embargo, este concepto de una monarquía absoluta, basada en la comunión mística entre el monarca y el pueblo ruso, era una idea anticuada incluso en aquel momento.

Hay tantos libros sobre Nicolás II, pero muchos de ellos son tan malos, infantiles y sentimentales. En realidad él y su esposa, Alejandra, eran prejuiciosos, de mente estrecha, profundamente antisemitas, brutales cuando juzgaban que era necesario y vengativos. Y no escucharon los buenos consejos.

Sí, eran buenos padres de sus hijos, que tenían hemofilia, pero uno como historiador tiene que tratarlos como adultos, no como figuras románticas. Y el hecho es que fueron catastróficos desde el punto de vista político.

¿Qué hubiera pasado con el Imperio ruso y los Romanov si no hubiera ocurrido la Revolución Rusa?

Pudo haberse desarrollado como un sistema híbrido: una monarquía fuerte con una legislatura electa.

De hecho, estuvo cerca de ocurrir a partir de 1905, cuando Nicolás II le dio al país una Constitución con un Parlamento electo o Duma. Pero él mismo socavó tanto esta iniciativa que es difícil pensar que funcionaría con él como zar. Tal vez con otro Romanov hubiese prosperado.

Sin embargo, lo que era más probable era la caída de la monarquía, que se había vuelto en extremo rígida, y eso es lo que finalmente pasó.

Y lo que era menos probable era la revolución bolchevique, porque las posibilidades de que Lenin pudiera liderar este levantamiento desde San Petersburgo eran reducidas. Que esa facción acabara tomando el poder fue una historia muy improbable.

Y, desde luego, si no lo hubiera logrado, Nicolás y Alejandra no habrían sido ejecutados junto al resto de su familia y no hubiera existido la Unión Soviética.

Cuando uno termina de leer su libro se queda con la idea negativa del legado de los Romanov: una mezcla de autoritarismo, brutalidad, intrigas, asesinatos, libertinajey grotesco. ¿Hay algo positivo para destacar?

En realidad fueron la dinastía más exitosa desde los tiempos de Gengis Kan y no dejaron de expandir su imperio hasta el último minuto en que rigieron. Unieron a Rusia, la convirtieron en una potencia y proyectaron grandeza, además de promover la religión ortodoxa y la cultura eslava.

Pero sí, también fueron trágicos. Era una dinastía salvaje, homicida, decadente, y esa es la historia que cuenta mi libro, que es una saga de horror y crueldad dinástica.

Después de todo, Pedro el Grande mató a su propio hijo, Catalina la Grande mató a su propio esposo y Alejandro I mató a su propio padre.

Pero Putin y su entorno han expresado admiración por los zares más poderosos de los Romanov...

Para la Rusia contemporánea los Romanov son muy importantes. El presidente Putin no ve la historia de forma episódica: la dinastía de los Romanov, el comunismo de Stalin... Más bien la ve desde la perspectiva de quién fue el gobernante más exitoso de Rusia.

Y desde luego los Romanov tuvieron algunos de los soberanos más grandes de Rusia. Ya sabe, Pedro el Grande, Alexis, Alejandro I, Catalina la Grande. Y el gobierno comunista proveyó quizás al más exitoso de todos: Stalin.

Estas son las figuras que la Rusia actual y su líder admiran y desean emular. Son las luminarias de un pasado que quieren reeditar en el presente.

Putin es un poco un emperador Romanov y un poco un secretario general estalinista, obviamente adaptado a la época actual.

Por eso, si uno quiere entender mejor la Rusia hoy, lo que sucede en el Kremlin e incluso en Ucrania, tiene que conocer la peculiar historia de los Romanov.


Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana entre el 7 y el 10 de septiembre.

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