En la historia no escasean los gobernantes desastrosos. Esta lista podría haberse completado fácilmente solo con los emperadores romanos.

Ha habido gobernantes homicidas, como Nerón o Gengis Kan; incompetentes, como Eduardo II de Inglaterra (1284-1327); completamente indignos de confianza, como Carlos I de Inglaterra y Escocia (ejecutado en 1649); o amables pero inadecuados, como Luis XVI, el último rey de Francia, o Nicolás II, el último zar de Rusia.

El asesino de masas y autoproclamado "Emperador" Jean-Bédel Bokassa, del Imperio Centroafricano (1976-1979), habría entrado en mi lista, de no ser porque la comunidad internacional no reconoció su estatus imperial.

Entre los que se me quedaron por fuera de la lista por falta de espacio están el emperador francés Napoleón III, cuyos delirios de grandeza llevaron al desastre en Italia, México y finalmente a la derrota a manos de Otto von Bismarck, y el alemán Kaiser Wilhelm II, un gobernante ridículamente torpe e inmaduro pero al que no se le puede asignar toda la responsabilidad por llevar a Alemania, y el resto de Europa, a la Primera Guerra Mundial.

Aquí, entonces, está mi lista de seis de los peores monarcas de la historia.

1. Cayo Julio César Augusto Germánico, "Calígula" (12-41)

Hay muchos otros contendientes para el peor emperador romano, por ejemplo Nerón y Cómodo, pero el loco reinado de Cayo Julio César Augusto Germánico, mejor conocido como "Calígula", es difícil de superar. Tras un prometedor comienzo de su regencia, parece que se propuso específicamente intimidar y humillar al senado y al alto mando del ejército.

Además al declararse dios ofendió profundamente no solo a Jerusalén, sino a los romanos, que reconocían únicamente la deificación después de la muerte.

Calígula instituyó un reinado de terror mediante el arresto arbitrario por traición, como lo había hecho su antecesor Tiberio.

Pero su error imperdonable fue poner en peligro la reputación militar de Roma con su campaña contra los alemanes, en la cual se adjudicó el triunfo a pesar de que fue fallida.

Además declaró una especie de guerra surrealista en el mar, en la que le ordenó a sus soldados que se metieran con sus espadas para luchar contra la olas y que coleccionaran cofres llenos de conchas marinas como el botín de su "victoria" sobre el dios Neptuno, rey del mar.

Fue asesinado por la Guardia Pretoriana, el cuerpo militar que servía de escolta y protección a los emperadores romanos, en el año 41.

2. Papa Juan XII (954-964)

Incluso para los estándares laxos del papado medieval, Juan XII se destaca como un desastre de primer orden.

Fue elegido Papa a la edad de 18 años, como parte de un acuerdo político con la nobleza romana, y heredó un conflicto por el control de Italia entre el papado y el rey italiano Berengario de Friuli.

Contó con el apoyo del poderoso emperador alemán Otto I, quien juró defender su título de Papa, pero el mismo Juan estaba demasiado ocupado con una vida de fiestas sexuales de borrachos en el Palacio de Letrán, la residencia oficial del sumo pontífice, como para preocuparse demasiado por esos asuntos.

Se recuperó de su resaca lo suficiente como para aceptar el juramento de lealtad eterna de Otto y para traicionarlo poco después uniéndose a su enemigo Berengario.

Comprensiblemente molesto, Otto hizo que Juan fuera derrocado y acusado, entre otras cosas, de simonía (corrupción clerical), asesinato, perjurio e incesto.

Fue reemplazado con un nuevo papa, León VIII. Sin embargo, Juan reapareció e hizo que los partidarios de León fueran castigados sin piedad: a un cardenal le cortaron la mano y a un obispo lo azotaron.

Estalló una guerra a gran escala entre Juan y Otto, hasta que Juan murió inesperadamente, en la cama con la esposa de otro hombre, o por lo menos esos decían los rumores.

3. Juan I de Inglaterra (1199-1216)

El reinado de Juan I es un buen recordatorio de que a los monarcas se les pueden perdonar asesinatos y hasta traiciones, pero no la incompetencia.

Juan era el hijo más joven y favorito de Enrique II, pero no se le había confiado ninguna tierra y fue apodado burlonamente como John Lackland o Juan "Sintierra". Intentó tomarse el poder sin éxito mientras su hermano Ricardo I estaba en una cruzada y fue enviado al exilio a su regreso.

No obstante, cuando su hermano murió en 1199 fue proclamado rey. Inmediatamente ordenó que mataran a su sobrino Arturo, por temor a que le quitara el trono, y se embarcó en una guerra desastrosa con el rey Felipe II de Francia, en la que perdió a toda Normandía.

Ese singular acto de incompetencia privó a los barones de una parte importante de su base de poder, y los alienó aún más con demandas arbitrarias de dinero e incluso forzándose a sus esposas.

Exasperados, lo obligaron a aceptar la Carta Magna; pero, tan pronto como le puso su sello, se retractó y sumió al país en una vorágine de guerra e invasión francesa.

Algunos tiranos han sido rehabilitados por la historia, pero no Juan.

4. Iván IV "el Terrible" (1547-84)

El príncipe Ivan Vassilyevitch creció en la peligrosa corte de Moscú, y su vida a menudo corría peligro por la rivalidad de los boyardos, los nobles.

Eso lo hizo odiar de por vida a la nobleza y a actuar con una crueldad despiadada. A los 13 años, ordenó que un boyardo fuera devorado vivo por los perros.

Iván fue gran príncipe de Moscú desde 1533, y en 1547 fue coronado zar (emperador) de toda Rusia, el primer gobernante en poseer el título.

Aplastó a los boyardos, robándoles sus tierras para dárselas a sus seguidores; también condenó a millones de rusos a un estado permanente de servidumbre.

Iván tomó una vasta área de Rusia como su dominio personal patrullado por una fuerza policial montada con carta blanca para arrestar y ejecutar a su gusto.

Desconfiando de la ciudad de Nóvgorod, la hizo saquear violentamente y masacró a sus habitantes. Además, se embarcó en una desastrosa y finalmente infructuosa serie de guerras con los vecinos de Rusia.

En su vida personal, golpeó a su propia nuera embarazada y mató a su hijo en un ataque de rabia.

Iván el terrible fue, en muchos aspectos, un gobernante capaz, pero por su crueldad, paranoia y gusto por derramar sangre se gano su lugar en esta lista.

5. Reina Ranavalona I de Madagascar (1828-61)

En un momento en que los europeos extendían sus propiedades coloniales por todo el mundo, la reina Ranavalona logró mantener a Madagascar libre del control británico y francés, pero lo hizo al establecer régimen tan despiadado que se ha estimado que la población de su reino se redujo a la mitad durante su reinado.

La reina Ranavalona mantuvo su poder reteniendo la lealtad del ejército malgache e imponiendo periodos regulares de trabajo forzado al resto de la población en lugar de impuestos.

En una ocasión notoria organizó una cacería de búfalos para ella, sus nobles y sus familias y seguidores, e insistió en que se construyera un camino completo para que todos avanzaran a la caza con comodidad: aproximadamente 10.000 personas murieron llevando a cabo su capricho.

Hubo varias conspiraciones en su contra, y al menos un intento serio de golpe de Estado.

Entre más paranoica se volvía, obligaba a más personas a someterse a la prueba de la tangena (un árbol de Madagascar): comer tres trozos de piel de pollo antes de tragarse una nuez venenosa, lo que provocaba vómitos (o, a menudo, envenenamiento). Si los tres pedazos de piel de pollo no eran encontrados en el vómito, la víctima era ejecutada.

Habiendo alentado el cristianismo al comienzo de su reinado, Ranavalona cambió de opinión e instituyó la persecución despiadada de los cristianos nativos.

Sobrevivió a todos los complots en su contra y murió en su cama.

6. Rey Leopoldo II de Bélgica (1865-1909)

El lugar de Leopoldo en esta lista no se debe a su gobierno en Bélgica, sino a los crímenes cometidos en el enorme reino que forjó en el Congo.

Obtuvo el territorio por acuerdo internacional y lo llamó el Estado Libre del Congo (ELC); no era una colonia belga, sino el feudo personal del rey.

El ELC fue presentado al mundo como un modelo de libertad y prosperidad, dedicado a la eliminación de la esclavitud. Solo gradualmente el mundo se enteró de que, de hecho, era un estado esclavista en el que los congoleños eran gobernados por medio del terror.

Mientras Leopoldo cosechaba las riquezas de las enormes reservas de cobre, marfil y caucho del Congo, los congoleños se veían obligados a trabajar para evitar sádicos castigos, desde latigazos y agresiones sexuales hasta robo de sus poblados y exterminación de aldeas enteras.

La mutilación se usó ampliamente como castigo para los trabajadores que huían o recolectaban menos de su cuota, y se extendía a las familias, dejando a veces a tribus enteras mancas y cojas.

Una investigación realizada por el funcionario consular británico Roger Casement reveló que la Fuerza Pública Belga consideraba a los congoleños como poco más que animales que podían ser asesinados por deporte.

El rey libró una batalla legal de alto perfil para evitar que los detalles de su régimen en el Congo se hicieran públicos, y se requirió una campaña internacional para obligarlo a entregar el país al gobierno belga.

El nombre de Leopoldo está asociado para siempre con el reino de terror congoleño, y merece su lugar en cualquier lista de este estilo.

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