En 1698, un ingeniero e inventor inglés llamado Thomas Savery patentó el primer motor a vapor.
Parece un dato indiscutible.
No obstante, no faltará quien piense que realmente el que se merece el título es un español llamado Jerónimo de Ayanz, que en 1606 registró la primera patente para una máquina que funcionaba con vapor para sacar el agua de las minas que administraba.
A menudo hay dudas y discusiones frente a lo que se presenta como un hecho, pero en general las fechas se mueven unos años adelante o atrás.
Lo maravilloso, sin embargo, es que muchos tienen una historia considerablemente más larga. Te contamos la historia de tres de ellos.
1. El motor de vapor de Herón de Alejandría
A principios del siglo I, el matemático e ingeniero griego Herón de Alejandría inventó una máquina que funcionaba con vapor.
Lo llamó eolípila, en honor a Eolo, el dios de los vientos. Se le conoce también como aelópilo, aelópila o la fuente de Herón.
La eolípila tenía una esfera posicionada de tal manera que pudiera rotar sobre su eje, con dos toqueras a los lados.
Estaba montada en un par de tubos que descansaban sobre una caldera, en la que había agua que al hervir producía el vapor necesario para que la esfera se moviera.
El vapor subía por el par de tubos, entraba en la bola hueca y al salir por las toqueras generaba el impulso que la hacía rotar cada vez más rápido hasta el punto en el que la resistencia de la tracción y el aire hacían que empezara a girar a una velocidad estable.
Con su máquina, Herón demostró el potencial del uso del vapor para la propulsión.
Pero, hasta donde sabemos, ni su eolípila ni su idea fueron usadas para propósitos prácticos.
No fue sino hasta 1551 que el polímata musulmán del Imperio Otomano Taqi al-Din describió una turbina de vapor en su libro "El sublime método de las máquinas espirituales", cuya aplicación práctica era la rotación de un asador.
2. El sismógrafo de Zhang Heng
Aunque aún no podemos predecir terremotos llevamos mucho tiempo tratando de detectarlos, registrarlos y medirlos. Quizás más tiempo del que te imaginas.
En el año 132 el científico y artista Zhang Heng creó el sismoscopio, antecesor del sismómetro, que en teoría detectaba terremotos, aunque no registraba ni la hora ni la intensidad de ellos.
No obstante era tremendamente útil, pues usándolo indicaba la dirección del epicentro del sismo, y así el gobierno Han podía enviar ayuda rápidamente a las regiones afectadas por el fenómeno natural.
Lo llamaron "veleta de terremotos", pues en ese entonces aún no sabían que los temblores se debían a movimientos de las placas tectónicas y Zhang Heng creía que eran causados por el viento.
Se trataba de una urna de bronce de alrededor de 1,80 metros de diámetro, con ocho dragones deslizándose hacia abajo por sus paredes, cada uno con una bola en la boca. Debajo de los dragones había ocho sapos de bronce con sus bocas abiertas.
Adentro de la urna, que parecía un samovar, había un péndulo.
Cuando la tierra temblaba, el mecanismo interno hacía que una bola se soltara de la boca de alguno de los dragones y cayera en la de un sapo.
El sonido que hacía al caer hacía de alarma de alerta y, como cada uno de los sapos representaba una dirección, como los rumbos en una rosa de los vientos, con sólo ver en cuál boca había caído la bola sabían dónde se necesitaba socorro.
3. La legendaria piedra solar de los vikingos
El rumbo a tomar también era indispensable para los marineros vikingos, quienes cruzaban los mares del Atlántico Norte, valiéndose de todos sus conocimientos y -según la leyenda nórdica- de una piedra solar, que les permitía orientarse sin brújula aunque en sus dominios los días y las noches estuvieran casi siempre nublados.
La fabulosa piedra fue descrita en una saga islandesa como una gema mágica que cuando se alzaba en dirección del cielo revelaba la posición del Sol, incluso si aún no había amanecido o si ya había oscurecido.
Pero se quedó por siglos atrapada en la mitología y la literatura hasta que en 1967 el arqueólogo danés Thorkild Ramskou lanzó la hipótesis de que los vikingos usaban la polarización de la luz dispersada por las nubes ayudándose de cristales de cordierita.
No obstante, no convenció a muchos, pues no demostró cómo era posible hacerlo.
Casi medio siglo más tarde, en 2013, un equipo de científicos basados en la Universidad de Rennes, en Francia, publicó evidencia que sugería que la hipótesis de Ramskou era cierta.
Habían estado estudiando durante tres años un cristal encontrado en un barco que naufragó en 1592 y todo parecía indicar que los marineros de la época lo usaban de la misma manera que sus antecesores vikingos.
Pero, ¿cómo?
La piedra solar tiene una propiedad inusual: crea una doble refracción de la luz solar, incluso cuando está oscurecida por nubes o niebla.
Si giras el cristal frente a tus ojos hasta que la oscuridad de las dos sombras sea igual, podrás señalar la posición del Sol con una notable precisión.
Es probable que los aventureros vikingos calibrarán su mágico cristal tomando una medida en un día soleado e utilizaran gráficos que mostraran la posición del Sol en diferentes épocas del año.
Algo así como un satnav de cristal.