Desde que inició el segundo gobierno de Sebastián Piñera, Daniel Mansuy -Profesor de la Universidad de los Andes e investigador asociado del IES- ha advertido sobre los problemas estructurales que enfrenta la gestión del Ejecutivo y los efectos que tiene en el comportamiento y el futuro de la centroderecha. El también analista político ha reparado en varias ocasiones sobre la forma en que Piñera ejerce la conducción política y ha alertado sobre la creciente desafección de Chile Vamos con el Mandatario. “Ni en sus peores momentos Allende perdió el apoyo de sus parlamentarios”, dijo hace pocos días, en Ex Ante, para graficar los múltiples descalabros legislativos de La Moneda.
Sólo horas después de materializada la capitulación de Piñera frente al tercer retiro del 10%, -anunció que promulgará el proyecto del Congreso luego que el Tribunal Constitucional no acogiera a trámite el requerimiento que presentó para frenar dicha norma- Mansuy aborda en entrevista con T13.CL la magnitud de la crisis oficialista y los complejos escenarios que se abren.
— Lo que se ha consumado hoy tiene dos dimensiones críticas: una política y otra institucional. En lo político, quizás hay que volver a lo del domingo, cuando tras semanas acorralado por la discusión del tercer retiro, el Presidente termina presentando un proyecto propio, cuando el de la oposición ya estaba aprobado y sin tener certeza del curso que seguiría su requerimiento ante el TC. ¿Qué revela ese episodio respecto a Sebastián Piñera, a su carácter, y a su forma de ejercer la conducción política?
— Viene a confirmar, por enésima vez, algo que ya sabíamos: llega tarde y llega mal. En política, el tiempo es todo y, en esta materia, el Presidente ha mostrado una habilidad cercana a cero. Su lógica ha sido siempre la de estirar la cuerda al máximo, y eso puede ser muy útil en los negocios, pero hoy lo tiene en una situación imposible. Logró la hazaña de dilapidar todo el capital político que ganó el día de su elección. Al final, toda la inmensa operación del domingo -con ministros, candidatos, tratando de relanzar su coalición- habrá servido de muy poco.
— Se menciona mucho la debilidad del comité político. También la influencia -negativa, según sus críticos- de Cristián Larroulet. ¿Puede lograr algún aire el Mandatario haciendo ajustes puntuales en algunas de estas reparticiones o se trata ya de un problema irreversible?
— A estas alturas, creo que el impacto de medidas de ese tipo sería muy limitado. Después del 18-O podría haber tenido algún sentido, pero ya es muy tarde, la cuerda se estiró demasiado. Por lo demás, el problema no es Larroulet sino la confianza que le ha dado el Presidente a todo un mundo que, después de octubre de 2019, quedó perplejo y pasmado. Es obvio que el gobierno debería haber incorporado otras miradas y otras lógicas, pero creo que esa discusión se volvió un poco ociosa. No lo hizo, y los resultados están a la vista. Al final, Sebastián Piñera tuvo una sola persona con quien logró algo de orden político: Andrés Chadwick. No es casual que haya sido su primo: sólo Chadwick podía combinar confianza personal y peso político, pero el diseño es, por decirlo de modo elegante, un poco precario. Dado que el Presidente prefiere trabajar en solitario, privilegia los vínculos personales y concentra las decisiones, queda muy expuesto, sin equipo que lo abrigue. Es la situación que él siempre buscó, y hoy simplemente le toca pagar la cuenta.
— El domingo, hubo un intento postrero de Piñera por mostrar unidad y cercanía con su bloque político. Pero los números son indesmentibles. El tercer retiro se aprobó con el apoyo de al menos la mitad de los parlamentarios oficialistas. La semana pasada, 26 diputados de Chile Vamos aprobaron el impuesto a los súper ricos. Y sólo un diputado UDI siguió la recomendación del Ejecutivo de rechazar la extensión de la ley de servicios básicos. ¿Todo esto es una desafección profunda y terminal de Chile Vamos con el gobierno o hay un problema más profundo del ideario político de la centroderecha?
— Hay varias cosas, y por acá está el centro del problema. Por de pronto, los parlamentarios oficialistas abandonaron al Ejecutivo en el descampado. Allí está el origen de todo, cuando los parlamentarios oficialistas apoyan en masa el debilitamiento de su Presidente. Un primer mandatario sin un tercio en el Congreso deja de ser el resorte principal de la máquina; en cualquier caso, el régimen deja de ser presidencial propiamente hablando. Estamos presenciando un cambio de régimen en vivo y en directo, y los primeros responsables son los parlamentarios y dirigentes de derecha que se prestaron alegremente a este juego. Sobra decir que los efectos serán profundos y duraderos respecto de la viabilidad política del sector, por decirlo así. Será muy difícil restablecer grados mínimos de disciplina, será difícil ir a pedir los votos cuando se arriesgaron condiciones mínimas de gobernabilidad. No me queda claro si la derecha tiene auténtica vocación de gobierno, aunque algo parecido le ocurre a la izquierda. Cualquier candidato oficialista debería elaborar una reflexión en esta línea, para no caer en la frivolidad. No será fácil construir un reformismo que se aleje tanto del statu quo como de la irresponsabilidad de matinal. Lavín tiene un espacio allí, habrá que ver cómo lo aprovecha.
— Yendo a lo institucional, en las últimas semanas se ha instalado con fuerza la tesis de una tensión ascendente entre el Ejecutivo y el Legislativo. Con un proceso constitucional en ciernes, la pugna sobre la supremacía de uno respecto a otro ha llevado el debate político a un clima de crisis permanente. ¿Cómo se resuelve esa tensión?
— A estas alturas, es claro que ya se resolvió en favor del Congreso. El Presidente se ha quedado sin herramientas, pues el Congreso puede cercenarle todas sus facultades si hay dos tercios disponibles. Dado que la coalición se quedó sin grados mínimos de lealtad interna, dado que no ha cultivado las confianzas políticas, el Presidente se quedó irremediablemente solo. Ahora se iniciará un período en que el Congreso intentará consolidar su poder y arrinconar al primer mandatario. De todos modos, lo que viene es incierto porque la oposición no tiene mayor unidad, más allá de las consignas para la galería. Si vamos a pasar a un parlamentarismo de facto, sería útil —por ejemplo— saber quién es el jefe de la mayoría parlamentaria. ¿Cómo pretende cogobernar la oposición si en un año no ha logrado ponerse de acuerdo en un nombre para presidir la Cámara? Y, no olvidemos que el gran olvidado es el sistema de pensiones: lo seguimos desfondando para sintonizar con la ciudadanía, pero nos estamos comprando un problema de dimensiones colosales para un futuro no tan lejano.
— Lo del TC abona la tesis de una institucionalidad tensionada. Por una parte, es el TC y el Poder Legislativo contra el actuar del Ejecutivo. Pero también llama la atención que el TC haya fallado distinto respecto a un requerimiento similar, como fue el del segundo retiro. Y también llama la atención los argumentos esgrimidos por un ministro del TC respecto a los elementos que considerarían para tal decisión. ¿Fue un fallo político el del TC?
— Todo indica que hubo bastante política, aunque habría que leer el fallo para opinar con mayor certeza. Como fuere, la situación es preocupante: la función del TC no consiste en evaluar políticas públicas, como sugirió hoy Aróstica en declaraciones a la prensa. Eso no tiene ningún sentido, y es francamente preocupante que una autoridad de ese tipo, un expresidente del TC, diga algo así. Ahora bien, las administraciones de derecha han jugado un papel en el proceso de degradación de la justicia constitucional, eso es innegable. Una última reflexión sobre este tema: tampoco tiene mucho sentido pedirle al TC que se oponga a reformas votadas con más de dos tercios. Esa mayoría puede modificar de hecho toda la Constitución.
— Volviendo al ámbito político, la centroderecha llega en uno de sus momentos más complejos a la elección más importante de los últimos 30 años. Pareciera ser que se juega la vida en tener el tercio que le permita negociar en la Convención Constituyente. ¿Qué futuro le espera a la derecha si no llega a ese tercio, o si ese tercio no tiene lo que se ha denominado como "las convicciones del sector"?
— Esto es muy delicado. Pese a la articulación que se había logrado en su minuto frente a una izquierda fragmentada, la derecha no se ve bien aspectada en esta elección: está derrotada, desarticulada, no tiene discurso ni energía. Si la derecha no alcanza el tercio, pasará un largo período de desierto, sin duda, un poco como en 1964. En cualquier caso, eso sería preocupante también por la legitimidad de todo el proceso. Añado que la oposición sigue muy dividida, así que todo es bien incierto.
— En el revuelto escenario presidencial ¿algún candidato de centroderecha puede sentir que ha ganado algo en todo este entuerto del tercer retiro?
— No creo, mi impresión es que es un desastre para todos porque afecta a todo el sector, de modo integral. Les guste o no, ahora están todos arriba de un barco que está literalmente naufragando. Si alguien quiso ganar, me temo que hizo un cálculo muy torpe. Me temo que esto vale también para los candidatos opositores, con la excepción de Pamela Jiles: no logran capitalizar en nada el desastre oficialista. Mira el caso de Paula Narvaez: ha tratado de subirse al carrusel, propone medidas irresponsables, sin financiamiento; y, sin embargo, no ha ganado un ápice. Hay algo de esta dinámica que los políticos no están captando.
— ¿Cómo pasará Sebastián Piñera a la historia? La pregunta es válida en dos escenarios. Primero, mirando sus dos mandatos y todo lo que ha ocurrido en su segundo gobierno. Pero también en la dimensión de lo que ha significado su liderazgo para la centroderecha chilena.
— Es duro responder esta pregunta hoy, pero será bien difícil tratar de salvar el “legado”. En lo que respecta a la derecha, su nula capacidad de construir equipos operativos políticamente ha hecho volar en pedazos a su propia coalición. Al lado de esto, la Nueva Mayoría se parece al régimen portaliano. Basta medirlo así: ¿en qué otra circunstancia la derecha habría arriesgado no tener un tercio en la Convención? ¿Qué responsabilidad histórica pesará sobre él si aquello ocurre? En el plano institucional, el saldo es aún peor, si cabe. En efecto, su falta de manejo político ha erosionado gravemente toda la institucionalidad. No era fácil la proeza de acabar con el presidencialismo que ha regido a Chile en los últimos cien años. Al principio de este gobierno, el Presidente Sebastián Piñera soñó con una segunda transición que lo devolviera a sus recordados años noventa, pero sólo habrá logrado acelerar el proceso de descomposición del sistema. Desde luego, no es responsabilidad exclusiva de él, pero es un actor principal de esta tragedia que tantos se toman como comedia.