Néstor lleva ocho años postrado en una cama. Para no aburrirse tanto pide una radio y también unas galletas. "Dan poca comida", susurra sin que lo oiga la enfermera.

Néstor vive en el hogar de ancianos San Onofre de Los Teques, a 45 minutos de Caracas en auto, junto a otra decena de abuelos.

Las residencias de ancianos no escapan de la situación de Venezuela, con falta de alimentos y productos básicos y con graves carencias en hospitales y centros médicos.

"Hay mucha escasez. Es muy difícil conseguir comida incluso para uno. Les seguimos dando su arepa, arroz, pasta, pero menos", me dice Franci, la encargada del hogar.

Luis Francisco Cabezas, que trabaja para la ONG Convite, ha traído ese día a la casa latas de tomate, de sardinas y de lentejas.

Hace unos meses ya le consiguió un colchón especial a Néstor, que sólo tiene movilidad en sus manos para agarrar una delgada varilla de madera y rascarse la cabeza, y para orinar en la botella de plástico que ubica luego en el hueco que forman sus piernas, delgadas, arqueadas, rígidas y paralizadas por una extraña enfermedad.

"Los ancianos son los grandes olvidados de la crisis", afirma Cabezas, que inmediatamente publica para sus casi 18.000 seguidores de twitter un video en el que pide que donen la radio portátil que necesita Néstor. De esta forma consigue también medicinas y alimentos.

A pocos metros de Néstor está sentado José, que escucha sentado en su habitación la radio y que se lamenta de que no ha desayunado aún pese a ser ya mediodía. José es un anciano de 82 años muy delgado, de mirada triste y manos y pies retorcidos por la artritis.

Ni Néstor ni José tienen familia que ayude a pagar los gastos de la residencia ni que les lleve comida, medicamentos o pañales, sus tres principales necesidades.

Más suerte tiene Luis, que pasa parte del día vigilando con devoción la puerta de la residencia desde hace 14 años. Así ve entrar a su nieta Gabriela, que le trae en un recipiente de plástico un poco de carne, pasta y plátano.

"Ya no pudieron pagar"

Ante los crecientes gastos por la inflación, Reinaldo Escala se vio obligado a reducir de 20 a 10 el número de ancianas que acoge en la residencia que dirige en Caracas para enfermas de alzheimer como lo fue su abuela.

"Tuve que ajustar la mensualidad y muchos ya no pudieron pagar el incremento", lamenta.

Es el caso de Delis, que después de tres años tuvo que sacar a su madre de la residencia porque con su pensión ya no la podía pagar.

"Tener a mi mamá en casa con alzheimer es muy duro para mí", explica. Su hija ha tenido que dejar de trabajar para, entre las dos, cuidar a la abuela de 93 años.

Sin ayudas del Estado por ser una institución privada, Escala se las arregla comprando alimentos en el mercado negro. No tiene tiempo para estar en una fila, donde además tampoco podría conseguir las cantidades que necesita para sus diez ancianas.

No sólo la comida es problema.

"Los medicamentos no se consiguen. Tengo a una paciente descompensada porque no consigo la quetiapina", me cuenta sobre un medicamento esencial para los enfermos de alzheimer.

Los familiares se encargan de aportar algunas medicinas y material de aseo. También algo de comida. A veces los ancianos toman sólo una crema de verduras para desayunar.

"He pensado en cerrar, pero hay ancianas a las que conozco desde hace años. Hay un apego", dice Escala.

"Vuelco total"

La situación es mejor en el Hogar San Pedro Claver que dirige la religiosa Eva Pacheco. Es un edificio de varias plantas construido hace 15 años y que destaca en un barrio deteriorado y acechado por la delincuencia en Caracas.

Pacheco, una enérgica monja de 51 años, lleva cuatro en el hogar. En ese tiempo, dice, ha visto cómo se ha deteriorado el país y se ha dificultado su tarea de cuidar a los ancianos.

"Antes podía comprar tranquilamente lo que deseábamos. Desde septiembre ha habido un vuelco total", me cuenta en una conversación interrumpida constantemente porque casi todo lo que ocurre en el hogar pasa por ella.

Cada tres meses viaja en una camioneta a Cúcuta, en Colombia, para cargar lo que puede con ayuda económica de la congregación. Son 14 horas de viaje de ida y 16 de vuelta por el peso de la carga.

Así trae arroz, aceite, azúcar, avena, granos…

"La casa es para 47 ancianos, pero en la actualidad tenemos 34. Si no podemos alimentarlos a todos bien, para qué tener un número de personas a los que no les puedes dar calidad de vida. Eso es inhumano", afirma.

La residencia se mantiene con donaciones y con lo que cada familia puede aportar. Hay dos ancianas que no tienen a nadie y que Pacheco considera como sus hijas.

Alguien que no está sola es Candelaria, una mujer nacida en España hace 85 años. "Quizás me esté quitando alguno", dice con una mezcla de coquetería y desmemoria.

Llegó hace más de 60 al país. Seguía a su marido, que huyó de la España atrasada de la posguerra en los años 50 en busca de la próspera Venezuela petrolera.

"Se vivía muy bien en este país", recuerda con nostalgia.

Uno de los hijos de Candelaria y dos de sus nietos han hecho recientemente el viaje inverso.

La pensión en España y la ayuda de la familia le permite estar cómodamente instalada en una habitación individual en la que tiene una pequeña nevera.

Uno de sus hijos le ha conseguido por fin una medicina para el corazón que debería estar tomando desde hace tres meses.

Deficiencias

¿Y cómo es la situación en los centros públicos y gratuitos del Estado?

"Siempre ha habido deficiencias en el sector público, pero en dos años se ha acentuado al máximo. Se ha deteriorado el estado de los adultos mayores, lo que se traduce en más fallecimientos", me dice un médico que trabaja en varios centros públicos y que prefiere mantener el anonimato por temor a represalias.

BBC Mundo no obtuvo respuesta a la petición de acceder a uno de ellos y de hablar con los responsables del Instituto Nacional de Servicios Sociales.

"La alimentación es el principal problema. Hay poca cantidad y no cumple con las normas de alimentación, no tiene todos los nutrientes", denuncia el médico una situación similar a la de los centros que pude visitar.

También lamenta la falta de insumos como guantes y tapabocas para poder atender y limpiar a los ancianos.

Los abuelos, por su dependencia, sufren quizás más los estragos de la crisis que golpea al país.

Un estudio del Observatorio del Envejecimiento del estado Miranda, junto a Caracas, indica que de julio a noviembre del año pasado la pérdida de peso promedio de los 300 ancianos analizados fue de 1,3 kilos mensual. Y el 73% de la muestra adelgazó.

Candelaria, la anciana nacida en España y que vive en el Hogar San Pedro Claver, es una privilegiada: no sufre tanto una escasez que ya padeció de niña en su país y que ahora no entiende en Venezuela.

"Yo he vivido una guerra, pero aquí no hay guerra", dice sorprendida.

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