Sentado en una silla de plástico en un café de carretera, Ahmed Issa, de 25 años, escribe un mensaje a los familiares que dejó atrás en Nyala, la capital del estado de Darfur Meridional.
Desde la seguridad de El Daein, 150 kilómetros al sudeste, el joven de 25 años explica a la AFP que esta correspondencia suele ser la única forma de enviar o recibir noticias de su ciudad natal, la segunda más grande de Sudán y escenario de brutales batallas entre el ejército regular y las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR).
"Incluso al comienzo de los combates era difícil ponerse en contacto con la gente de otros barrios en la misma Nyala", explica después de casi cinco meses de guerra en este país africano.
La situación no ha hecho más que empeorar desde entonces en esta región con una superficie similar a Francia y hogar de una cuarta parte de los 48 millones de sudaneses, de donde emergen reportes de horribles episodios de violencia.
Su población recuerda con dolor la larga guerra y las atrocidades que empezaron en 2003. Cientos de miles de personas murieron y más de dos millones huyeron después de que el gobierno de Omar al Bashir mandara las milicias "Yanyauid" en respuesta a un levantamiento rebelde.
Encorvado hacia delante, con una camiseta negra y el pelo cuidadosamente rapado, Issa dobla cuidadosamente la carta.
"Esperas una semana para que llegue la carta, y no sabes seguro si la recibirán", dice a la AFP.
"Y si la reciben, no hay garantía de que puedan enviar una de vuelta" en las traicioneras carreteras de Nyala.
Hace tres meses, la capital del estado de Darfur Occidental, Geneina, era el principal foco de los combates y en símbolo del regreso de la violencia étnica a Darfur. Los países occidentales y la ONU vincularon la violencia a las FAR y sus aliados.
La Corte Penal Internacional abrió una nueva investigación por presuntos crímenes de guerra.
Pero ahora Nyala es el centro de los combates entre el ejército y los paramilitares.
En un solo día de la semana pasada, 39 civiles, la mayoría mujeres y niños, murieron por el bombardeo de sus casas en Nyala, afirmaron médicos y testigos.
Durante diez días de agosto, más de 50.000 personas escaparon de la violencia en Nyala, según la ONU.
Las redes de suministro de agua y electricidad rápidamente fallaron, agravando la situación en una ciudad donde un cuarto de sus habitantes necesitaban ayuda humanitaria antes de la guerra, dijo la ONU.
La guerra los mantiene sin teléfonos ni internet
El pasado domingo, los residentes se preparaban para una nueva escalada de la violencia: aviones de caza del ejército, que hasta ahora habían actuado principalmente en la capital Jartum, sobrevolaban la ciudad.
Sus bombas cayeron tanto en bases de las FAR como en barrios residenciales, dijeron testigos a la AFP.
La gente haría cualquier cosa para asegurarse de que sus seres queridos están bien, según el activista y defensor de los derechos humanos Ahmed Gouja, que marchó Nyala pero intenta seguir informando al mundo de la violencia en curso.
La semana pasada, informó en la plataforma X, la antigua Twitter, que cinco familias enteras fueron "asesinadas en un día".
Él mismo se pasó 16 días "sin información" de su familia en Nyala hasta poder contactar con uno de sus hermanos "que llegó a El Daein buscando conexión a internet".
"Morimos cada momento que pasa mientras estamos privados" de noticias de nuestros seres queridos, escribió.
Suleiman Mofaddal lleva semanas viendo pasar a familias como la de Gouja por su oficina en El Daein, una pequeña habitación con paredes amarillas, ansiosas por noticias de quienes no pueden o no quieren dejar sus casas en Nyala.
En su escritorio se acumula una pila de pequeños y cuidadosamente doblados rectángulos de papel, cada uno con un nombre escrito en tinta azul.
Algunos también tienen un número de teléfono, en caso de que el destinatario consiga cobertura telefónica por un momento.
Todas estas cartas deben ser entregadas a los conductores del equipo de Mofaddal, que las llevarán hasta Nyala.
"Normalmente, el receptor escribe inmediatamente la respuesta y la entrega al conductor antes de que se vaya", explica Mofaddal a la AFP.
Entonces el taxista emprende el camino de regreso, confiando en que la carretera no esté bloqueada por las bombas, los controles de milicias o las fuertes precipitaciones de la época de lluvias de Sudán.