Antes de que el huracán Patricia tocara tierra, el viento empezó a comportarse de forma extraña: primero dejó de soplar desde el mar, luego cambió de nuevo de dirección y después se quedó quieto por unos minutos.
Fue la señal para que la gente de Emiliano Zapata, una comunidad con menos de 200 habitantes en la costa sur de Jalisco, se encerrara en sus casas.
"Se soltó el demonio, empezó a tirar palos y quebró el poste de luz", le cuenta a BBC Mundo Rafael Espinoza, quien escuchaba asustado desde el fondo de su casa.
Su vecino Rodrigo Corona logró asomarse por entre las tablas con las que aseguró una ventana.
"De repente el viento pegaba fuerte, se calmaba y se venía más recio. Fue cuando tronó el poste", le dice a BBC Mundo.
Emiliano Zapata está en la región donde el ojo del huracán entró al continente, una franja costera en los límites entre Jalisco y Colima.
Patricia llegó todavía como un huracán de categoría 5 en la escala Saffir Simpson, con vientos mayores a 300 kilómetros por hora.
Las huellas de su paso se notan a lo largo de la carretera: árboles derribados, platanales anegados, algunas casas sin techo.
Según las autoridades, al igual que ocurrió con el resto de la región costera donde se presentó el fenómeno, los daños resultaron menores a los esperados.
Pero quienes habitan los pueblos donde tocó primero el huracán no están de acuerdo con esa idea.
"Mi casa estaba más expuesta"
BBC Mundo visitó parte de la región por donde entró al continente el fenómeno que, hasta el viernes 23 de octubre, era considerado como el más peligroso de la historia en el continente.
Antonio Espinoza cree que su casa estaba desprotegida ante el huracán.
No sólo por la velocidad de sus vientos sino por su extensión, que por momentos superó los 1.000 kilómetros.
En Colima, Jalisco y Nayarit las autoridades encendieron la alerta y pidieron a la población no salir de sus casas cuando el fenómeno tocara tierra.
Miles de turistas fueron evacuados de los balnearios de Manzanillo y Puerto Vallarta.
Los que se quedaron se abastecieron de comida y agua, tapiaron ventanas y reforzaron puertas como en Emiliano Zapata.
Algo que a la familia de Antonio Espinoza no le sirvió mucho. El viento que quebró el poste de luz se llevó el techo de su cocina, pero la casa de al lado la dejó intacta.
Los vecinos directamente afectados por Patricia no están de acuerdo en que los daños hayan sido menores.
"Debe ser porque la del vecino está más protegida por el cerro y la mía está más expuesta", le explica a BBC Mundo.
Su esposa Irene dice que no tienen más alternativa que buscar con qué cubrir los platos, vasos y comida, apilados en una mesa hecha de concreto.
"Esta sí se salvó, pero fue de lo poquito que no se llevó el aire", dice.
"Esta vez sí me dio miedo"
En otros pueblos como Venustiano Carranza, en el municipio de Manzanillo, se protegieron como siempre lo han hecho: con lo que tenían a mano, le dice a BBC Mundo Felipe Ruiz, propietario de una farmacia.
"Cada año hay huracanes o tormentas, ya estamos acostumbrados. Pero esta vez sí nos dio miedo", cuenta.
"Desde la tarde empezó el viento, los almendros nomás se mecían de un lado a otro. Así estuvo casi toda la noche".
En Venustiano Carranza viven casi 2.000 personas, muchas dedicadas a cultivar mango y limón. Es un pueblo donde sólo algunas calles están pavimentadas. El resto son, ahora, de lodo.
La cosecha de las frutas representa el mayor ingreso del año. Pero ahora creen que será más difícil.
"Y eso que nos tocó de pasada, ¿imagina si pega de lleno como decían que iba a pasar?", dice Jerónimo Cruz, vecino del pueblo.
"El fin del mundo"
En esta comunidad dicen que Patricia sólo les dio "un ramalazo", es decir que apenas se acercó al pueblo.
Pero algunas personas lo sintieron como si el ciclón completo los hubiera arrollado.
María Gutiérrez Campillo es una de ellas. La noche del viernes 23 sólo tuvo ánimos para rezar.
"Yo creí que se acababa el mundo, todo se azotaba y se movía", le dice a BBC Mundo.
"Se llevó las tejas del baño que estábamos arreglando y nos dejó sin techo en el cuarto donde dormíamos", añade mientras muestra una pequeña habitación vacía y anegada.
"Creí que era el fin del mundo", dice María Gutiérrez.
Para ella esto es apenas una parte del problema. "Mañana es mi cumpleaños y no tengo un centavo ni siquiera para una cena. Y ahora con esto hay más tristeza".
Afuera de su casa, Trinidad Jiménez, encargado de limpiar y barrer las calles a cambio de una comisión de los vecinos, también está preocupado.
"Con esto que pasó se muere todo, ya no va a haber trabajo. Hay hambre en la gente y no va a tener para otra cosa que comprar comida".
Es otra de las caras en la región donde entró a tierra el huracán.
Leopoldo Robles, un campesino que cultiva mango y vecino del barrio Periquillos en el municipio de Armería, Colima, le dice a BBC Mundo que lo peor no fue el huracán, sino lo que les espera.
"A muchos por acá les tumbó los árboles y platanales. Ellos son los que nos dan trabajo pero ahora, ¿de dónde?".
"Que vengan a vernos"
A lo largo de la carretera que comunica los pueblos de la costa sur de Jalisco con Nayarit aparecen con frecuencia brigadas de soldados, policías y trabajadores que reparan las huellas que dejó Patricia.
Hasta el momento no se conoce el costo de los daños causados por el fenómeno, porque aún no termina su recorrido por el país.
Las autoridades dicen que Patricia causó "daños menores".
El gobierno federal dijo que aplicará programas emergentes de apoyo a los damnificados, aunque primero empezarán por saber quiénes son y para eso realizarán un censo de los afectados.
En Venustiano Carranza y el barrio Periquillos ya esperan el conteo. "Que vengan a ayudarnos, eso es lo único que se necesita", dice.