Aissa Edon tenía tan sólo 6 años cuando su madrastra la agarró de la mano y se la llevó –a ella y a su hermana de un año– a buscar un "regalo de despedida", por su salida de Mali.

Un "regalo" en forma de ablación genital.

Al menos así es como Aissa cree que su madrastra lo entendía: como un "regalo".

Ahora, Aissa vive en Londres, donde trabaja como comadrona, especializada en ayudar a mujeres que sufrieron lo mismo que ella: mutilación genital femenina (MGF).

Dolor y gritos

Aissa es una mujer hermosa, cálida y segura de sí misma.

"Quiero poner fin a la MGF, aunque me cueste mi último aliento", me contó, cuando la entrevisté en su casa en el sur de Londres.

"Por desgracia, me acuerdo de todo", relata, rememorando el momento en que tuvo lugar la escisión.

"El lugar, los olores, los gritos... el dolor", señala.

"Cuando escuchas los gritos, crees que vienen de otra persona, pero entonces te das cuenta de que eres tú misma la que grita de dolor".

Aissa no cuenta mucho sobre su infancia. Poco después de la mutilación genital dejó Mali para irse a Francia, donde fue adoptada.

Al empezar una nueva vida en su nuevo país, tuvo que afrontar las complicaciones tras haber sufrido la ablación.

A menudo padecía infecciones urinarias y dolor constante: "Como si me apuñalaran con un cuchillo", cuenta sobre todos y cada uno de los días de su vida hasta que cumplió los 23 años.

Fue entonces cuando conoció a un cirujano francés que ofrecía una operación reconstructiva.

Heridas físicas... y emocionales

Pero, aunque logró desprenderse del dolor físico, los impactos psicológicos y la culpabilidad seguían presentes.

Aissa hace campaña contra la MGF porque siente que "se lo debe" a su hermana pequeña, a quien desearía haber podido salvar.

"Pero con lo que estoy haciendo ahora, sé que salvaré a otras hermanas", explica.

Nunca ha abordado el tema con su propia hermana, pero mientras estudiaba para ser comadrona tomó la difícil decisión de discutirlo con su padre biológico en Mali.

"Y fue entonces cuando cerré mis heridas", dice.

"Yo no estaba allí para juzgar a mi padre o para decirle que lo que pasó estuvo mal, sino para hablar con él sobre la MGF y sobre las complicaciones que puede ocasionar", asegura.

Aissa dice que esa fue la primera vez que alguien hablaba con él sobre el tema, a pesar de ser una práctica habitual en su cultura.

"Escuchó y lloró", cuenta Aissa.

Y, a pesar de que no le pidió nada, él le prometió que ninguna otra mujer en su familia sería sometida a la mutilación genital.

Partos peligrosos

El trabajo de Aissa se basa en educar sobre la MGF y prevenirla en otras comunidades.

Gran parte de su labor consiste en ayudar a mujeres embarazadas en Londres, a las que les practicaron la ablación en algún otro lugar.

El embarazo puede ser un momento decisivo, en el que las madres se confían a sus comadronas, a menudo después de años sin habérselo contado a nadie.

Y puede ser una cuestión vital el hecho de que las comadronas lo sepan.

En sus formas más graves, los cortes y las costuras pueden dejar la abertura vaginal tan reducida, que no es seguro practicar un parto natural.

Y, en ocasiones en las que la ayuda quirúrgica llega tarde, el bebé tiene riesgo de muerte.

Por eso Aissa intenta ayudar a las madres meses antes de que nazca el bebé y, cuando es posible, antes de que queden embarazadas.

"Ya no se trata de mí, sino de ayudarlas a ellas. Cuando vienen a verme es su historia, no la mía", dice Aissa.

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