"PARE. Identifíquese", lee un cartel amarillo y negro que corta el extremo brasileño del puente entre América Latina y la Unión Europea, y si uno traspasa las vallas de alambre salta un guardia a la distancia que ladra: "¡Vuelva atrás!".
El grito rompe el silencio reinante en esta imponente obra gris y vacía sobre el río Oiapoque, cuyas aguas marcan la frontera entre Brasil y la Guyana Francesa, en la selva amazónica.
Aunque el puente colgante de pilares de concreto y 378 metros de largo terminó de construirse hace cuatro años, nunca ha sido inaugurado y su uso está prohibido.
La demora en abrirlo es enigmática para los habitantes de los dos pueblos remotos a ambos lados del río, Oiapoque en la orilla brasileña y Saint-Georges en la francesa.
"Para cualquier brasileño y francés es el mayor misterio: ¿Por qué? Hace más de tres años que (el puente) está pronto…", dice Alexandra Pereira Costa, una ama de casa de 34 años, mientras le pintan las uñas de los pies en un salón de belleza de Oiapoque.
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La obra fue anunciada oficialmente en 1997 por los entonces presidentes de Francia, Jacques Chirac, y de Brasil, Fernando Henrique Cardoso.
Pero la idea venía desde mucho antes.
"Del puente oí hablar por primera vez en el año ’73", dice Auxilio Marques Cardoso, un jubilado brasileño de 71 años sobre una de las lanchas motoras que transportan gente de un lado al otro del río.
Se dirige a St. Georges, "a comprar un perfume francés para Navidad", y pasa debajo del puente. Cuando le preguntan cuánto faltará para inaugurarlo, encoge los hombros, pone las palmas de la mano hacia el cielo y responde sonriendo: "Ahí no sé".
De hecho, nadie aquí conoce la respuesta a ciencia cierta.
El puente, cuyo costo para ambos gobiernos fue de unos US$30 millones, se construyó bajo la premisa de que impulsaría el intercambio y el desarrollo en estos dos rincones perdidos de Brasil y Francia.
La Guyana Francesa es el último territorio del área continental sudamericana que aún pertenece a una expotencia colonial. Como departamento de ultramar de Francia, forma parte de la Unión Europea y tiene el euro como moneda oficial.
Y el puente prometía reducir el aislamiento que ha marcado su historia.
Pero ahora muchos ven la moderna estructura como un monumento a la ineficiencia gubernamental, la burocracia y las diferencias entre ambos países.
"Es bonito, pero está parado", reflexiona Deus Bahía da Silva, un comerciante de 40 años que observa el puente desde la orilla brasileña, al lado de unos barcos de pescadores.
"Nuestro Brasil está complicado, los gobernantes no quieren mirar al pueblo, sólo a ellos mismos", añade. "Oiapoque no tiene nada. Sacamos un alcalde, probamos otro y nada. Ni plaza tiene: hace años que las obras para construirla también están paradas".
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Entre los habitantes de los dos pueblos hay divergencias sobre los beneficios o perjuicios que traerá el puente, como si fuera una enorme criatura desconocida siempre a punto de despertar.
"Oiapoque se va a llenar de gente", opina optimista Roberto Carlos, que tiene 42 años y atiende un local de tiro al blanco con escopetas de aire comprimido, de esos que suele haber en los parques de diversiones pero que aquí está sobre una de las calles principales.
"Va a ser mejor para el control, porque ahora tienes mucha mercadería de contrabando", sostiene Jessica Santos, una desempleada de 23 años frente a la plaza de St. Georges, donde pasa una pareja con una baguette bajo el brazo.
A un lado está la alcaldía del pueblo, con una explanada llena de escarabajos muertos. Las banderas de Francia y la Unión Europea flamean en el aire caliente y húmedo. En el hall de entrada envejecen unas fotos de Chirac y Cardoso el día que visitaron St. Georges y anunciaron la obra.
Otros creen que el puente alejará a los turistas, que seguirán expreso en sus automóviles rumbo a las ciudades más cercanas de Cayena en suelo francés y Macapá en el brasileño, sin necesidad de detenerse en ambos pueblos como ahora.
"No va a ser bueno, vas a precisar un coche para cruzar el río y va a ser más caro", afirma Marilady da Silva, una brasileña de 30 años que vive en Oiapoque y cruza todos los días a St. Georges en las lanchas motoras para trabajar en un local de comida rápida donde cobra en euros.
El costo del pasaje para atravesar la frontera en 10 minutos equivale a US$4 y hay unas 200 lanchas que realizan el servicio día y noche, dice Reginaldo Pena de Moraes, que con 57 años se gana el pan sobre una.
Cuenta que sus tres hijos suelen preguntarle en qué trabajará después que abra el puente.
"Sólo vamos a descubrirlo cuando lo inauguren", les responde. "No sabemos cuándo, pero va a ocurrir".
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A nivel oficial tampoco hay demasiada certeza sobre los plazos.
Desde su despacho de Macapá, Waldez Góes, gobernador del estado brasileño de Amapá al que pertenece Oiapoque, señala que la nueva meta "es que a final del primer semestre de 2016 sea inaugurado el puente".
Ese objetivo fue establecido durante una reunión entre representantes de ambos lados en octubre y permitiría abrir el paso antes de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, que se realizarán en agosto.
Pero aparte del viento en contra de la dura crisis económica de Brasil, que ha llevado al olvido grandes proyectos de infraestructura, hay varios requisitos previos para alcanzar la fecha marcada.
Uno es que Brasil envíe antes de fin de año los documentos que permitan a Francia liquidar el último pago correspondiente a la construcción del puente, que aún está pendiente, explica Góes.
Agrega que este atraso, a su vez, ha impedido hasta ahora que la empresa que realizó la obra entregue oficialmente el puente a Brasil y Francia.
También falta instalar en la cabecera brasileña del puente el equipamiento y personal para los controles fronterizos, sobre todo los aduaneros.
Esto sí se ha hecho del lado francés, aunque las cabinas de control por el momento están habitadas apenas por lagartijas e insectos.
"Después que se inaugure el puente, será la modernidad", dice a pocos metros y con cierta ironía un policía francés de fronteras que evita revelar su nombre porque carece de autorización para hablar con periodistas, sentado en una oficina con aire acondicionado.
Brasil también había prometido pavimentar la ruta BR-156 entre Oiapoque y Macapá, que en 595 quilómetros tiene un largo trecho de tierra, barro y pozos. Pero Góes niega que esta sea una condición para que abra el puente.
Aclara que la carretera es responsabilidad del gobierno federal, y ante la sospecha de muchos vecinos de que la obra se atrasó por corrupción, responde: "No puedo asegurar que haya habido o no desvío de dinero".
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Otro obstáculo pendiente es la falta de acuerdo sobre el régimen de seguros para los vehículos que crucen el puente, ya que del lado francés las exigencias y los costos son bastante mayores porque siguen el patrón europeo.
En las calles de St. Georges, Alejo Gutiérrez, un geógrafo argentino de 42 años que recorre Sudamérica con su esposa en una camioneta, cuenta que su seguro del Mercosur lo ha cubierto en todo el subcontinente menos en la Guyana Francesa.
Y sacar uno aquí por dos semanas le costó 155 euros, unos US$170. Para llevarles la camioneta hacia Oiapoque, los balseros les pedían otro tanto.
Por si esto fuera poco, Brasil aspira a que Francia termine con la exigencia de visa para los brasileños que entran a la Guyana Francesa, que la policía controla rigurosamente en la ruta a Cayena, mejor pavimentada que la brasileña.
Francia quiere evitar el ingreso a su territorio de inmigrantes indocumentados y buscadores ilegales de oro, pero muchos brasileños sostienen que el trato es desigual ya que los franceses están eximidos de visa para entrar a Brasil.
"Los gringos vienen, hacen lo que quieren aquí en Brasil, y allá no puedes hacer nada", protesta Ednaldo dos Santos Ribeiro, un taxista de 47 años en Oiapoque. "Llegas a St. Georges y a las pocas horas la policía ya está detrás tuyo".
Mientras tanto, la pintura del puente se descascara, la iluminación luce deteriorada por la humedad, y algunos ya se preguntan si la obra estará en condiciones de usarse en caso de que algún día finalmente se inaugure.
"Hasta los romanos cuando hacían un puente sabían para qué hacerlo", dice Rona Lima, un emprendedor brasileño de 57 años que tiene un alojamiento para turistas en Oiapoque. "Pero este puente todavía no tiene una finalidad, (…) no existe ninguna economía visible que lo justifique".
A su entender, la obra sólo ha servido para hacer "aflorar las diferencias" a ambos lados del río.
"Tuvimos una idea de una frontera, que antes nadie tenía: los dos pueblos se tocaban, se comunicaban", dice.
"El puente vino sólo para quebrar el charme de la región amazónica".