AFP.

La policía científica francesa ha tenido un papel fundamental en la investigación de los atentados de París, trabajando en seis espantosas escenas de crímenes, con 130 víctimas por identificar, además de los cadáveres destrozados de los kamikazes.

"Cuando los terroristas pasen ante la justicia, se habrá olvidado la emoción del 13 de noviembre, los charcos de sangre y los gritos de terror. Se juzgará un procedimiento. Hoy esto parece secundario, pero es la solidez de las investigaciones técnicas lo que servirá de prueba", explica a la AFP el director del Instituto Nacional de la Policía Científica (INPS), Frédéric Dupuch.

El INPS, encargado de los análisis de laboratorio, ha tratado en una semana cerca de 2.000 muestras relativas a los atentados de París (130 muertos y 350 heridos), es decir tantas como en toda la investigación sobre los atentados de enero contra el semanario Charlie Hebdo, policías y el supermercado kósher (17 muertos). "Y estamos lejos de haber terminado", dice.

Cuando el 13 de noviembre, hacia las 20H20 GMT, se desencadenaron los más graves atentados cometidos en Francia, todos los expertos de la policía se precipitaron a su trabajo. "Sabíamos que cuanto más rápidamente analizáramos ese volumen de muestras fuera de lo común, más ayudaríamos a la investigación", cuenta un agente de la policía científica.

En la sede de la policía judicial parisina, se lanzó un llamado general a retomar el servicio a los 180 miembros de la unidad científica. "Se necesitó calmar la buena voluntad y organizar los relevos para ser operativos las 24 horas del día", señala un oficial de la unidad.

'Entrar en nuestra burbuja'

Cuando este llegó, con un grupo de diez colegas, a la sala de conciertos Le Bataclan, en la que 90 personas fueron metódicamente asesinadas por yihadistas kamikazes, esperó que las fuerzas de intervención garantizaran la seguridad del lugar y que los servicios de socorro atendieran a los heridos.

"En la acera, estábamos deseando entrar, luego nos pusimos la ropa de protección aislante, los guantes de látex, los cubrezapatos y los gorros de protección sanitaria. Ese ritual, cuyo objetivo es no contaminar el escenario del crimen, nos permite entrar en nuestra burbuja", explica el oficial.

Dentro, trabajando en los charcos de sangre, los policías científicos debieron "sobreponerse al impacto y el horror para memorizar la escena y aplicar el protocolo de trabajo, como en cualquier otro lugar de crimen, porque cada rastro puede ser determinante", dice.

Entonces "ya no sientes el olor de la sangre ni del humo, no ves el horror, ves sólo lo que tienes que hacer": marcar la sala con las cintas rojas y blancas, repartirse el trabajo, fotografiarlo todo y tomar muestras de todo.

Sin embargo, las imágenes de horror quedan grabadas. "Decenas de cuerpos amontonados de una juventud aniquilada. Algunos no tienen heridas aparentes y, al moverlos, descubrimos que les falta toda la cara", recuerda el oficial, con voz agotada.

Cada equipo de expertos trabaja en el sector cuadrado que le toca, discutiendo en voz baja sobre las muestras y las fotos que hay que sacar. "Pero entre los murmullos de los investigadores, suena el ruido desgarrador de decenas de celulares de las víctimas".

"Manipulamos los cuerpos con suavidad. Nos mantenemos humanos. Es nuestra manera de rendirles homenaje", afirma.

Un técnico de laboratorio afirma que también allí el trabajo es duro, "porque reconstituimos en nuestra mente la violencia desencadenada".

Absortos en su trabajo, los policías científicos no pierden la noción del tiempo, al igual que sus colegas de laboratorio, para hacer hablar a las balas empleadas, a los teléfonos, a los pasaportes o a los vehículos, "para encontrar a los cómplices y erradicar el mal lo antes posible".

"Ahí estamos en la adrenalina de la acción. Después, cuando la calma vuelve, hay que acompañar a los que estuvieron en las espantosas escenas de los crímenes".

Fue el trabajo de estos expertos el que llevó el miércoles a los investigadores al edificio de Saint-Denis (periferia norte de París), en el que se encontraba el presunto organizador de los atentados. "Asistir a los intensos disparos de los fusiles de asalto y luego recoger cientos de balas utilizadas. Ahí comprendí la amplitud de la amenaza", dice uno de los técnicos, que confiesa que está todavía "aturdido".

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