Beatriz Montes Berges, Universidad de Jaén

Este lunes pasado, empezando una trágica semana, nos despertábamos con la noticia del crimen de la localidad andaluza de Úbeda. Un hombre de 52 años asesinó a su mujer y a sus dos hijos de 12 y 17 años y después se suicidó.

Desgraciadamente, y a pesar de la dureza del acontecimiento, la noticia no está solo en sus muertes, sino también en que nadie dice haber oído nada y los vecinos están consternados porque, al parecer, no se lo esperaban.

El fenómeno es social, no privado

El fenómeno de la violencia de género es claramente social. No solo porque se enraíce en la cultura patriarcal y, por lo tanto, se necesite de una sensibilización y educación de la ciudadanía para prevenirlo, sino porque depende en gran medida de la sociedad para detenerlo y denunciarlo.

Han pasado 23 años desde que Ana Orantes fuera a un programa de televisión a contar públicamente su triste vida llena de malos tratos de toda índole. Unos días después de aquello, su exmarido la quemaba viva ante la “ofensa” que había recibido su honor. Ni siquiera le costó trabajo encontrarla. Vivían en diferentes plantas del mismo edificio, porque en la sentencia de divorcio el juez lo había ordenado así.

Este asesinato revolvió a toda la población española que, por primera vez, hablaba de un fenómeno oculto, callado bajo la sombra de una supuesta “normalidad”.

Siendo conscientes de los diferentes tipos de violencia

Desde entonces, la sociedad ha ido tomando conciencia poco a poco, como si fuéramos por fases. Así, al principio solo se reconocía socialmente como violencia de género aquella física y con consecuencias evidentes o irreversibles. Mucho después, se reconoció la violencia sexual, entendiendo por fin que en el matrimonio o pareja estable también puede existir la violación ante la ausencia de la libre decisión de uno de los miembros de la pareja.

Aún más tarde empezó a reconocerse la violencia psicológica, cuyos efectos y consecuencias todavía no son completamente comprendidos.

Y actualmente se está empezando a considerar la violencia económica, entre cuyas conductas se encuentra el control de lo que gana la mujer frente al desconocimiento por parte de ella del salario de la pareja.

Un fenómeno que debe trascender las paredes del hogar

También se ha ido entendiendo que la violencia de género es un fenómeno social, y como tal no podemos mirar para otro lado. Recordaremos el refrán “cada uno en su casa y Dios en la de todos”, que dejaba claro que aquello que ocurría en la esfera familiar pertenecía únicamente a ella.

Esta forma de pensar, junto con la imperiosa necesidad de que la denuncia la pusiera la víctima (y solo ella) y que la investigación finalizara si la mujer retiraba la denuncia, protegía a los maltratadores, que solamente tenían que aislar a la víctima y aterrorizarla para que jamás denunciara, puesto que nadie más, generalmente, actuaría en su defensa.

Algunos cambios a mejor

Afortunadamente, en estos dos aspectos ha habido cambios notables.

Por un lado, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género posibilita que cualquier testigo de un acto compatible con la violencia machista pueda denunciarlo.

Por otro, las campañas del Instituto de la Mujer, que conciencian a la población de que cualquiera puede denunciar y que es una responsabilidad de todos/as, han tenido un efecto claro, con un aumento desde las 2 483 denuncias interpuestas por terceros en 2015 a las 7 921 denuncias en 2018.

Aún así, seguimos avanzando en el proceso de entender y recoger la responsabilidad que tenemos como parte de la sociedad. En estos momentos, podemos decir que empezamos a entender que las mujeres víctimas de violencia de género no siempre están en condiciones de denunciar debido a su miedo y a su estado emocional como consecuencia de las agresiones a las que son sometidas. Por lo tanto, no debe recaer en ellas únicamente la responsabilidad de hacerlo.

Las artimañas actuales de los maltratadores

Entonces, ¿qué podría explicar que los vecinos de Úbeda no se esperasen lo ocurrido?

Hay tres razones:

  1. La primera es que los agresores saben que ahora cualquier persona puede denunciar un acto de violencia de género. Ante esto, se han tornado mucho más cuidadosos a la hora de expresar públicamente sus manifestaciones violentas.

    Antes, las escalas para evaluar el riesgo al que estaba sometida una mujer incluían los comportamientos violentos en escenarios públicos como elemento que incrementaba el peligro. Actualmente, este aspecto ya no ofrece resultados, puesto que la violencia se reduce cada vez más al ámbito privado, en el que existe una menor probabilidad de ser denunciado.

    Esta es, pues, la primera de las causas de que los vecinos de la familia de Úbeda no hayan percibido la violencia.

  2. La segunda es que aún tenemos mucho más asociada la violencia física que la psicológica con una situación de violencia de género. Parece que si no oímos muchos gritos, golpes o llantos todo está bien.

    Sin embargo, las personas que nos dedicamos a oír a mujeres víctimas de maltrato sabemos que muchos de los momentos más dolorosos no van acompañados de golpes, sino de silencios, de indiferencias, de desprecios e insultos dichos en voz baja, que también son violencia de género. Son estos gestos y conductas los que tenemos que empezar a “ver”, a “escuchar” y a denunciar como ciudadanos.

  3. La tercera razón proviene de la excepcionalidad de los meses que hemos vivido. El confinamiento ha supuesto una situación ansiógena, debido a la falta de libertad de movimiento y el temor a la enfermedad y la muerte propia o de nuestros seres queridos.

    Estas situaciones nos afectan a todos/as, pero sus consecuencias son peores cuanto más desequilibrio exista en la persona. Dicho esto, imagine cómo habrá repercutido en un agresor. Si el control de impulsos o la estabilidad emocional en estas personas ya suele estar mermada, en este periodo de confinamiento se ha elevado exponencialmente.

    Durante el confinamiento el 016, el teléfono para las mujeres víctimas de violencia de género, ha recibido un 460 % más de avisos, con casos más graves, y con relatos en los que la violencia se ha manifestado mas exacerbada y en periodos más breves de lo habitual.

Y ahora unamos todos los ingredientes para entender bien la receta: tenemos un panorama en el que un agresor vive una situación ansiógena, escalando rápidamente la violencia, pudiendo pasar de “solo” violencia psicológica a violencia física y extrema.

Evitando el ruido que hace dolor

Nos hemos encontrado con un escenario en el que el agresor sabe que no debe hacerse notar porque cualquiera puede denunciarlo y en el que sabe, más o menos inconscientemente, que mientras no haga mucho ruido no tiene nada que temer, porque sus vecinos y conocidos no están entrenados para detectar violencia psicológica y denunciarla.

En estas circunstancias, este crimen, desgraciadamente, ya no nos parecerá tan único, sino que, muy al contrario, se vislumbra como un patrón que habrá sido y será repetido.

Si verdaderamente queremos contribuir y hacernos responsables de que esta lacra social se extinga, debemos aprender a detectar la violencia y, desde luego, a denunciarla en cuanto la percibamos. Si no lo hacemos estaremos siendo cómplices del agresor que confía en nosotros y en nuestro silencio.



Beatriz Montes Berges, Profesora Titular de Psicología Social, Universidad de Jaén

This article is republished from The Conversation under a Creative Commons license. Read the original article.

 

 

Publicidad