Los planes de Arabia Saudita de construir dos grandes reactores de energía nuclear en una zona desértica de su territorio hizo que grandes potencias internacionales compitan para que una de sus empresas sea la adjudicataria de este multimillonario contrato.

Estados Unidos es uno de los países que aspiran a convertirse en el principal aliado de las ambiciones nucleares de Arabia Saudita a más corto plazo.

Sin embargo, tiene ante sí un importante obstáculo: la reiterada negativa de Arabia Saudita a aceptar las restricciones más estrictas contra la proliferación de armas nucleares.

Y esto coloca a la administración de Donald Trump, conocida por su férrea postura frente a la actividad nuclear de otras potencias como Irán, en una incómoda situación.

Se espera que Riad anuncie en las próximas semanas los candidatos finales a realizar los trabajos, entre los que también se encuentran aliados de EE.UU. como Corea del Sur o Francia.

Sin embargo, entre aquellas con más posibilidades hay también compañías de China y Rusia, considerados por Washington como algunas de sus principales amenazas.

¿Contrato millonario o seguridad?

El conocimiento técnico de EE.UU. lo convierte en un óptimo candidato para estas obras con las que Arabia Saudita asegura querer diversificar su dependencia energética del petróleo, del que es el mayor exportador del mundo.

Al mismo tiempo, los analistas coinciden al creer que la monarquía también pretende mostrar una especie de prestigio internacional con estos reactores mientras vigila de cerca el programa nuclear de Irán, uno de sus mayores enemigos en la zona.

Pero al contrario que Washington, lo cierto es que Arabia Saudita guarda buenas relaciones comerciales con China y Rusia, quienes le ofrecen unas condiciones de cooperación nuclear menos estrictas que EE.UU. como principal baza para ganar este concurso.

Por eso, y para no quedar fuera de juego, Washington podría necesitar flexibilizar las normas de seguridadnuclear que exige en una de las regiones más inestables del mundo.

El trato supondría un buen empujón para resucitar la maltrecha industria nuclear estadounidense, especialmente después de que el año pasado la empresa de energía nuclear Westinghouse se declarara en quiebra.

Pero rebajar sus exigencias por conseguir el contrato podría poner en entredicho el compromiso del que presume la Casa Blanca en su lucha global contra la proliferación nuclear.

Algunos expertos cuestionan la idoneidad de la incursión estadounidense en este proyecto, pero también creen que sería más seguro para sus intereses que si participara alguna potencia no aliada de Washington.

"Preferiría tener industria nuclear estadounidense en Arabia Saudita antes que la rusa o china", dijo al diario The Washington Post Robert Einhorn, exasesor del Departamento de Estado para la no proliferación y el control de armas, quien apuesta por una "flexibilidad" por parte del gobierno de Trump.

Acuerdo 123

"Arabia Saudita tendrá que aceptar las restricciones. De lo contrario, el Congreso bloqueará el trato",le dijo a BBC Mundo Simon Henderson, director del programa de política energética y del Golfo del Instituto Washington para Política de Oriente Próximo.

El experto hace referencia a que los legisladores estadounidenses deben aprobar cualquier acuerdo de cooperación nuclear que se establezca con otro país, y en el que se define qué tecnología puede venderse y qué se puede hacer con ella.

Hasta la fecha, Washington firmó más de una veintena de este tipo de pactos conocidos como Acuerdo 123, y que incluye restricciones de diferente nivel según el país del que se trata.

Entre ellos destaca el acordado en 2009 con Emiratos Árabes Unidos (EAU), por el que se le prohíbe el enriquecimiento de uranio y el reprocesamiento del combustible utilizado para producir plutonio, pasos esenciales para crear armas nucleares.

Este pacto, conocido como "estándar dorado" por ser uno de los más estrictos firmados por EE.UU., hace que muchos lo consideren como un modelo a implementar en otros países de la región.

Arabia Saudita, sin embargo, se ha negado históricamente a aceptar estos requisitos.

Insiste en que el objetivo de su programa nuclear es pacífico, y defiende su derecho a enriquecer sus depósitos de uranio siempre y cuando no desvíe la tecnología nuclear para uso militar.

Comparaciones con Irán

Y para defender su posición, Riad recurre al acuerdo firmado por EE.UU. en 2015 con uno de sus principales enemigos: Irán.

"Nuestro objetivo es tener los mismos derechos que otros países", dijo el ministro de Exteriores saudita, Adel al Jubeir, a la cadena estadounidense CNBC el pasado domingo.

Tras la entrada en vigor de dicho acuerdo, y a cambio del progresivo levantamiento de sanciones económicas, Teherán detuvo algunas de sus actividades en el sector nuclear.

Sin embargo, pudo continuar el enriquecimiento de uranio en el marco de límites estrictos y exhaustivas revisiones de inspectores internacionales.

Este acuerdo nuclear alcanzado en la administración de Barack Obama es considerado por Donald Trump "el peor de la historia".

Según Henderson, "este es el problema de ese acuerdo. Legitimó el programa nuclear de Irán y alienta efectivamente a otros países a conseguir la paridad".

Esa insistencia saudita por mantener su capacidad de enriquecer uranio es señalado por algunos como un motivo de alerta.

"No se sabe si Arabia Saudita podría desarrollar armas nucleares. Incluso con la capacidad de enriquecimiento, no es fácil hacerlo", le dijo a BBC Mundo Karthika Sasikumar, profesora de ciencias políticas en la Universidad Estatal de San José, en EE.UU.

Sin embargo, aunque el país no llegara a fabricarlas, "la mera sospecha de que estaba planeando hacerlo podría desencadenar una carrera armamentista en la región", añadió.

Pero ¿cómo explicaría Donald Trump la cooperación nuclear con su aliado Arabia Saudita en la construcción de estos reactores a la vez que mantiene una oposición radical al programa iraní que Teherán siempre defendió como "pacífico"?

En opinión de Sasikumar, "el gobierno de EE.UU. trata a los países de manera diferente en función de una estrategia geopolítica más amplia. Está el caso de India, que tiene un Acuerdo 123 mucho menos severo".

"En mi opinión, EE.UU. ha concluido que el riesgo de que Arabia Saudita sea una amenaza para sus intereses es bajo, por lo que opta por seguir adelante y ayudar a las empresas estadounidenses a obtener el contrato", agregó.

Preguntado por las diferencias entre los programas de ambos países que el gobierno de EE.UU. podría argumentar para explicar su postura con los sauditas, el experto del Instituto Washington para Política de Oriente Próximo fue más tajante.

"¡No hay muchas (diferencias)! Algunos argumentarán que Irán es un mal actor, y que Arabia Saudita no lo es", afirmó Henderson.

"Carrera armamentística en la región"

Otro factor importante es la declaración incluida en el "estándar dorado" firmado con EAU, en el que se especifica que el país árabe podría reconsiderar su posición si EE.UU. vende tecnología nuclear a otros países de Medio Oriente bajo normas menos estrictas.

Por ello, los más críticos consideran que rebajar las exigencias en el trato entre estadounidenses y sauditas sentaría un peligroso precedente y rompería con la política nuclear de Washington de las últimas décadas.

Pero, sobre todo, podría animar a otros países en la región a adquirir tecnología nuclear y desembocar en una crisis.

Según Sasikumar, "los riesgos para la estabilidad regional y global son inmensos".

Algunos defienden que se podría llegar a un acuerdo que, sin el nivel de restricción del acuerdo firmado con EAU, garantizase la seguridad global.

"Deberíamos intentar obtener las mayores restricciones sobre el enriquecimiento y el reprocesamiento, incluida la prohibición durante un período de tiempo significativo, digamos 20 o 25 años", dijo Einhorn.

Para otros, en cambio, esto retrasaría el problema pero no lo solucionaría.

"Estaríamos diciendo 'más tarde' en lugar de decir 'no' a algo que no deberíamos permitir en absoluto", le dijo a BBC Mundo el director ejecutivo del Centro de Educación sobre Políticas de No Proliferación, Henry Sokolski.

Los dos reactores forman parte de un proyecto más complejo con el que Arabia Saudita pretende construir hasta 16 reactores en los próximos 20 o 25 años.

Su adjudicación final, que se espera ocurra antes de finales de año, dista mucho de ser una simple gran oportunidad comercial.

El desenlace reflejará en parte el estado de las relaciones y tensiones a nivel geopolítico entre las grandes potencias implicadas.

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