No nos engañemos: el viaje de Michelle Bachelet a Xinjiang fue todo un show. Por primera vez en 17 años, una Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos visitó aquella región autónoma en China occidental, donde millones de uigures están presos y son víctímas de tortura.
Al igual que todas las demás visitas de valor simbólico, también el viaje de Bachelet obedeció a una cuidadosa coreografía. De ahí que no le fuera posible una mirada crítica e independiente. Desde Pekín, la versión oficial fue que la situación del coronavirus no permitía el acceso irrestricto a la región.
No obstante, Bachelet optó por hacer el viaje. Según diplomáticos, habría dicho: "Soy una mujer adulta. Puedo leer entre líneas". A más tardar desde que medios occidentales publicaran en los llamados archivos policiales de Xinjiang imágenes impactantes que evidencian el aparato de tortura, estaba consciente de la fuerza explosiva de su viaje político.
Su propia experiencia como víctima de tortura
La misma expresidenta chilena fue víctima de una dictadura y de violencia. En 1975 estuvo presa en una cárcel de tortura bajo Augusto Pinochet. De ahí huyó junto con su madre a la República Democrática Alemana. Pese a la barrera idiomática, estoy seguro de que, en Xinjiang, supo reconocer rápidamente a las víctimas de tortura en los campos de concentración. Muchas veces basta con mirarlos detenidamente a los ojos.
Durante su estancia en China, Bachelet recibió muchas malas noticias políticas. Sin embargo, su impresión personal de la situación tiene mayor relevancia, todo aquello que pudo observar entre las citas oficiales. Ahora, su informe se espera con mucho interés. En él no solo citará al Partido Comunista y a las descripciones idealizadoras de la agencia de noticias Xinhua. En su calidad de Alta Comisionada de Derechos Humanos, deberá defender la autoridad y la imagen de la institución de la ONU. No obstante, también desea mantener vivo el diálogo crítico con China.
Continuar con el diálogo crítico
Desde luego, la visita de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU no pondrá fin a la opresión sistemática de los uigures de la noche a la mañana. No obstante, es, por lo menos, el comienzo de un esclarecimiento independiente. China aceptó la visita de parte de la ONU porque esperaba poder instrumentalizar a Bachelet a fin de recibir el visto bueno de Naciones Unidas.
El reto político de Bachelet consistirá en no dejarse instrumentalizar y saber diferenciar entre lo posible y lo imposible. Si Naciones Unidas mantiene vivo el diálogo con China, eso tendrá un impacto positivo en el pueblo musulmán en Xinjiang.
Los uigures son solo un punto en una larga lista de reclamos. Los tibetanos también quieren profesar su fe, los hongkoneses quieren elecciones democráticas, y los chinos, en general, quieren pensar de forma crítica e independiente y poder expresarse libremente cuando estén en desacuerdo con el gobierno.
La interdependencia a nivel global no es una maldición, sino una oportunidad para el cambio. Abre vías de comunicación. Bachelet ha usado una de ellas.
A fin de proteger a su familia y a su propia persona, el editor de DW Dang Yuan escribe bajo seudónimo.