-¿De qué manera el caso Audio acrecienta la desconfianza hacia las instituciones?

-El caso Hermosilla, sin duda, daña el prestigio de las élites. Las declaraciones del presidente Boric creo que fueron una real torpeza. Así como antes operaba en el modo de un barrista, por ejemplo, en el plebiscito de entrada o en el del 4 de septiembre, sin pensar en los escenarios futuros, ahora vuelve a hacer lo mismo. La labor del Gobierno es conducir el proceso político, no quedar atrapado en luchas de barro.

-¿Crees que el gobierno ha resucitado un discurso anti élites, que puede funcionar en términos electorales? 

-El gobierno ha carecido de capacidad de conducir el proceso político. En cambio, se cuelga de la contingencia o tira distractores. La actitud le hace mal al país en dos sentidos. Primero, porque el discurso “anti-élites” termina desprestigiando la legitimidad de las instituciones. Que el gobierno haga de caja de resonancia del caso de Luis Hermosilla, como una especie de pregonero o alcahueta del caso, aumenta el daño.

Es, además, simplemente torpe criticar a las élites cuando se es parte de ellas. Muestra un presidente que luce no haberse percatado de que ya entró en el sistema político. De que ya creció. De que está del otro lado del mesón. Segundo, el país requiere todavía reformas importantes, dado el fracaso de los dos procesos constituyentes. Urge un gobierno centrado en una agenda de mejoras institucionales y políticas consensuadas con los distintos sectores del país.

-A dos años del 4-S, ¿la derecha no aprovechó la oportunidad de conformar una mayoría sólida?

-La derecha requiere, igual que el sistema político, renovación ideológica. No puede seguir armando su pensamiento con remedos de Friedman y fragmentos de Jaime Guzmán. Esas ideas sirvieron para la Guerra Fría y los primeros años de la Concertación. Pero hoy son obsoletas y la hacen perder capacidad de comprensión de la situación y del problema eminente de la legitimidad.

La derecha post-dictadura es ideológicamente mucho más pobre que lo que fue ese sector en la historia larga del país. La derecha contó con ala auténticamente socialcristiana, con trabajo en organizaciones obreras. Asimismo, hay un pensamiento nacional popular, en el que fichan Mario Góngora, Alberto Edwards y Encina.

Sin esa renovación, Evelyn Matthei tiene muy difícil el desafío presidencial y auguro un fortalecimiento del ala más extrema de la derecha, como ya lo muestra, por ejemplo, la encuesta UDP-Feedback que apareció la semana recién pasada.

-¿Cuál es tu postura sobre el homenaje a Juan de Dios Vial Larraín, en la U. de Chile, cancelado por haber sido rector designado de la dictadura? 

-Me parece que celebrar a Vial en tanto rector designado sería una provocación. En cambio, presentar la edición de sus escritos en un acto público, no me parece inadecuado. Más aún, prohibir una presentación y discusión de sus escritos, semeja una especie de persecución, que impide el debate y la crítica sobre ideas, así como sobre el papel que las personas han jugado en el pasado.

-¿Debe separarse siempre la vida y la obra de un pensador o artista?

-Depende de la sociedad en la que queramos vivir. Si queremos habitar un mundo plenamente racional y moral, entonces creo plenamente justificado expulsar de la esfera pública a todo aquel que se haya extralimitado: Heidegger, Borges, Neruda. Seguiría con Schmitt, por nazi, Céline, por colaboracionista, Sade y Rousseau, Kant y Aristóteles, por sus actitudes frente a las mujeres; Carl Orff, nazi también; Wagner, racista; Freud, por sus concepciones sobre la homosexualidad.

Ni qué decir Lenin y la serie de autores socialistas de la URSS y su entorno, incluida, por ejemplo, la alemana Christa Wolff, agente de la Stasi, informante sobre intelectuales que le eran personalmente cercanos. Y en Chile dejaría fuera a Alberto Edwards, ministro de la dictadura de Ibáñez; a Francisco Antonio Encina, por su racismo; a Nicolás Palacios, por racista; a Mario Góngora, por su apoyo al golpe de Estado de 1973.

Si queremos, en cambio, vivir en un mundo que se haga cargo, como diría Carl Gustav Jung, de lo racional y lo irracional, del ser humano en su cabalidad compleja e incierta; entonces creo que la expulsión de la esfera pública de intelectuales y artistas destacados no es aceptable en principio. La presentación de sus libros y obras artísticas no puede cancelarse sin más.

-¿Cómo calificas el rol de la rectora de la U de Chile, Rosa Devés? 

-Haciendo las necesarias aclaraciones respecto a las proporciones más bien menores del evento (pues Vial no es ni Heidegger ni Platón ni tampoco un Encina o un Góngora), la rectora Devés actuó en el mejor de los casos con desinformación y pusilanimidad, y, en el peor, como censora. ¿Por qué no aprovechar la oportunidad para hacer una presentación plural de las publicaciones de Vial, incluso una introducción variopinta a su vida y obra?

-¿El pluralismo de nuestras universidades se ha debilitado?

-Pienso que en nuestra academia hay todavía cierta circunspección y no propiamente cazas de brujas. Si uno toma a todas las universidades como conjunto, hay pluralismo fáctico, universidades de las más diversas creencias, más o menos amplias según el caso. En el ámbito intrainstitucional es donde me parece que falta pluralismo. Y esto vale para casi todas.

En la Universidad de Chile, por ejemplo, se llegó a desconocer la elección de un decano (Pablo Rodríguez) por su pensamiento político y existe una clara inclinación, especialmente perceptible en las facultades humanísticas, hacia posiciones de izquierda. El problema, en todo caso, se halla también en las universidades privadas.

En este sentido, el sistema universitario tiene un punto frágil y, de no corregirse, existe el riesgo de que en el futuro la entrada a las diversas casas de estudio y la convivencia en ellas sea discriminante. Algo que es, en último término, incompatible con la libertad de pensamiento que debe regir en la universidad.

-¿Cómo afecta el descrédito de las instituciones a la academia?

-Las universidades van a tender a escapar a la crítica de las instituciones debido a que en Chile siguen siendo factor de promoción social. Pero una intensificación de los niveles de intolerancia de parte de los académicos y directivos; la presencia masiva de lo que Max Weber llamaba “profetas de cátedra”, profesores que más que a investigar para descubrir la realidad y enseñar lo descubierto, se dedican a adoctrinar a sus alumnos; la existencia de un alumnado altamente sensible a las opiniones ajenas, que se siente violentado con posiciones ideológicas distintas a las propias, podrían provocar un daño a la reputación de las universidades y un deterioro de sus capacidades investigativas y de producción de élites efectivamente plurales y tolerantes.

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