Ya pasaron 26 años desde que se desintegró Yugoslavia y nació la República de Macedonia.

Pero en todo este tiempo no se ha logrado acordar un nombre oficial para el país, debido a las objeciones de Grecia con el nombre "Macedonia".

Durante casi todo este tiempo un hombre ha estado trabajando para resolver el problema.

Matthew Nimetz aclara que no ha pasado cada momento de los últimos 23 años pensando en una sola palabra: "Macedonia".

Pero el diplomático estadounidense de 78 años reconoce: "Probablemente he pensando sobre esta palabra más que ninguna otra persona, incluyendo los habitantes de ese país".

Desde 1994, Nimetz ha estado intentando negociar el fin de lo que se ha convertido en una de las disputas internacionales más extrañas.

Grecia objeta el uso del nombre Macedonia y se rehúsa a que el país ingrese tanto a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como a la Unión Europea (UE) hasta que lo cambie.

Según los griegos el nombre "Macedonia" sugiere que ese país tiene ambiciones territoriales sobre la Macedonia griega, una provincia en el norte de Grecia lindante con la exnación yugoslava.

Además, consideran que es un descarado intento de apropiarse de la herencia nacional griega.

Para Grecia, el país debería llamarse algo como "Skopie", el actual nombre de la capital de Macedonia.

Por su parte Macedonia sostiene que las raíces de su pueblo tienen su origen en el antiguo reino de Macedon, que alguna vez fue gobernado por Alejandro Magno.

Por ello consideran obvia la elección del nombre "Macedonia".

Lo cierto es que en la actualidad los viajeros que ingresan a la República de Macedonia desde el norte de Grecia y los que realizan el camino inverso, en ambos lados son recibidos con carteles que les dan la bienvenida a Macedonia.

Cuando Nimetz comenzó a trabajar sobre la problemática, se desempeñaba como el enviado especial del entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton.

Pero desde finales de 1999 continúa su labor como enviado personal del secretario general de Naciones Unidas.

Su trabajo es tratar de acercar a los dos partes para hallar una solución y para ello cobra una salario simbólico de US$1 al año.

Macedonia logró ingresar a la ONU aceptando llamarse La Exrepública Yugoslava de Macedonia (FYROM, en inglés).

El nombre se usa para todo asunto oficial pero no se creó con la intención de ser una solución permanente de la disputa.

No obstante, generó nuevos problemas.

"El nombre forma una oración bastante incómoda de decir", dice Nimetz haciendo una crítica sutil.

El ex secretario general de la ONU Ban Ki-moon una vez se enredó y llamó al país "La Exrepública Yugoslava de Yugoslavia" por error.

"Me dijo: 'Tienes que resolver este problema, me está volviendo loco'", cuenta Nimetz.

A pesar de la lentitud de las negociaciones, nunca ha considerado seriamente renunciar.

"Algunos creen que me paso el día pensando en adjetivos para poner con el nombre Macedonia, como Nueva Macedonia o Macedonia del Norte, pero este tema tiene importancia histórica? importancia en términos de la construcción de una nación", afirma.

"Y nunca es aburrido, la gente involucrada con esto cambia constantemente", comenta.

"Imagina a un director de teatro que hace una puesta del Rey Lear o de Hamlet pero en diferentes escenarios y con actores diferentes. ¿Se aburriría?", ejemplifica.

Cuando Nimetz se convirtió en el enviado de Clinton en los 90, parecía que la disputa se iba a salir de control.

Grecia había estado objetando el nombre de Macedonia desde 1991, cuando la república declaró su independencia.

Al año siguiente, un millón de griegos -una décima parte de la población- salió a las calles en Tesalónica (la capital de la provincia griega de Macedonia) para protestar.

Esas protestas ayudaron a derrocar al primer ministro griego y su reemplazo, Andreas Papandreu, prohibió el acceso de Macedonia a los puertos griegos.

Según Papandreu, Macedonia representaba "una amenaza real y presente para Grecia".

Nimetz es sorprendentemente compresivo sobre los temores griegos de que los macedonios algún día pudieran reclamar parte de su territorio.

"Le tengo que explicar a la gente que esta preocupación griega por un posible irredentismo no nace de la nada", señala Nimetz.

"Durante las últimas tres generaciones, este tipo de amenaza era real para los griegos. Esta sensación de siempre estar rodeados", explica.

"En los Balcanes, cada país en algún momento de la historia fue desmembrado o tuvo que defenderse de algún vecino".

Una vez le explicó el conflicto a senadores de EE.UU. preguntándoles cómo se sentirían si México cambiara su nombre a República de México y Texas, y luego publicara mapas históricos que sugieren que es dueño del sudeste de EE.UU.

No obstante, también comprende el punto de vista de los macedonios.

"Cuando los griegos les dicen: 'Ustedes solo llegaron en el siglo IX o X y no son realmente de esta región, como mucho deberían llamarse Nueva Macedonia', eso es un problema para los macedonios", señala.

"Porque ellos no se consideran 'nuevos'. Se consideran igual de originarios que los demás", explica.

A pesar de esto, en un comienzo Nimetz pensó que la disputa se resolvería de manera rápida. Lo mismo pensaron los principales líderes políticos macedonios.

"Ellos me decían: 'El tiempo está a nuestro favor. Hablémoslo unos años, dejemos que las cosas se calmen y que haya algunos cambios en el gobierno'. Pero al final las cosas no se dieron de esa manera", cuenta el veterano diplomático.

Se ha sugerido una larga lista de nombres, que incluyen:

  • Nueva Macedonia
  • Nova Makedonija
  • Slavo-Macedonia
  • República de Skopje
  • República de Macedonia del Norte
  • República del Norte de Macedonia

Pero ninguno ha sido aceptado.

Pareciera que ya no hay adjetivos que sirvan -y que no vale la pena el esfuerzo de seguir probando- pero Nimetz insiste que las disputas se resuelven cuando llega el momento adecuado.

Señala como ejemplo a Irlanda del Norte o la reunificación de Alemania.

Considera que el cambio a veces ocurre porque ciertos eventos hacen que la gente mire un mismo conflicto contra otra lupa.

O porque surgen nuevos líderes políticos con suficiente autoridad como para tomar decisiones difíciles.

O incluso porque quizás la gente se harte de un debate interminable.

Nimetz confía en que la resolución de este problema podría estar a la vuelta de la esquina.

Esto es en parte por la elección de un nuevo primer ministro en Macedonia, el social demócrata Zoran Zaev, que puso fin a un prolongado punto muerto en ese país.

Pero también porque Macedonia necesita hallar una solución para poder cumplir con sus objetivos de unirse a la OTAN y la UE.

"Hacerlo les daría seguridad, legitimidad, abriría oportunidades económicas y les daría un sentido de permanencia", afirma Nimetz.

También podría calmar las tensiones en el país entre las etnias macedonias y las albanesas, que conforman un cuarto de la población.

En 2001, esas tensiones llevaron al país al borde de una guerra civil.

Pero Nimetz reconoce que convencer a los votantes de ambos países será difícil.

Los líderes macedonios han prometido que cualquier acuerdo deberá ser aprobado en un referendo.

Para el diplomático, parte de la solución es convencer a las poblaciones de que dejen de ver esto como un tema de identidad nacional.

"Un habitante de Skopie una vez me dijo: 'Cuando me levanto por la mañana y me afeito, me miro en el espejo y digo: Yo soy macedonio. Mañana cuando me duche ¿esperas que diga: soy un nuevo macedonio o un macedonio del norte?'", recuerda Nimetz.

"Le respondí que su preocupación era entendible, pero que era una forma errada de mirarlo. Solo estamos hablando del nombre formal del país para cuestiones diplomáticas. No tendrá impacto para las personas comunes", afirma.

"No estamos negociado una identidad. Si lo hiciéramos no estaría aquí".

Nimetz reconoce, sin embargo, que la identidad es algo importante, a pesar de que es un "gran creyente en la globalización".

"Creo que como especie tenemos una dimensión tribal y nos es difícil sentirnos cómodos en un mundo global, incluso para gente como yo", afirma.

En todo este tiempo hubo un solo momento en el que Nimetz logró que ambos bandos se pusieran de acuerdo.

Fue cuando Macedonia estaba erigiendo varias estatuas de Alejandro Magno en sus ciudades y bautizó con ese nombre a su aeropuerto principal, causando la indignación de Grecia.

"En ese momento le dije a un periodista en Skopie que no entendía la polémica porque si bien Alejandro Magno había sido un gran líder militar también había causado mucha destrucción y asesinado a mucha gente".

"¡Me acribillaron de ambos lados! Casi renuncio", recuerda.

Nimetz acaba de concluir su ronda de negociaciones más reciente sobre el tema, reuniéndose con políticos en Skopie y con el ministro de Relaciones Exteriores de Grecia.

Ahora planea unas vacaciones en un lugar remoto del círculo polar ártico.

¿Seguramente sea una buena oportunidad para alejarse de asuntos sobre identidad nacional y autodeterminación?

"Bueno, quizás no, si consideramos las Primeras Naciones de Canadá?", comienza, explicando el debate en ese país sobre el derecho de autonomía de los pueblos indígenas.

Queda claro que su pasión por estos temas es el verdadero motivo por el que ha podido pasar los últimos 23 años abocado a una disputa sobre una sola palabra.

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